Laila Ripoll (Madrid, 1964) ha hecho y sido de todo en el mundo del teatro. Hija de la actriz Concha Cuetos y el realizador Manuel Ripoll, ya desde su formación vislumbró un acercamiento multidisciplinar a las artes escénicas: pedagogía, interiorismo o estudio del teatro clásico (posteriormente se especializaría en el Siglo de Oro, concretamente en Lope de Vega) integraron su preparación dramática.
Es una de las creadoras de la compañía Micomicón, en la que ha representado todo tipo de textos: originales y adaptaciones, cásicos y contemporáneos. Quizá sobresalgan Los niños perdidos (2005) o El triángulo azul, coescrito junto a su marido, Mariano Llorente, y dirigido por ella misma. Una obra que les valió a ambos el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2015. Además, ha compaginado sus labores en Micomicón con trabajos externos, como es el caso de Cáscaras vacías (2016), y con labores de gestión cultural: desde noviembre de 2019 es directora del Teatro Fernán Gómez de Madrid.
No obstante, ni siquiera este incansable eclecticismo preparó a Ripoll para una situación tan extraordinaria como la que atravesamos desde hace meses. La dramaturga, eso sí, cuenta en esta sección donde diversas figuras de la cultura relatan su experiencia confinada y sus perspectivas de futuro (tanto personales como artísticas) por qué ha capeado el temporal. Pero es consciente de que no ha sido posible para todo el sector teatral ni para todo el mundo, en general, y tampoco lo será en el futuro inmediato.
Pregunta. ¿Cómo ha pasado profesional y creativamente el confinamiento?
Respuesta. Al principio fue un tanto caótico, se mezclaba tanto lo profesional con lo personal que era muy difícil mantener un cierto orden. Más tarde las cosas se fueron poniendo en otro lugar y se estructuraron un poco. El problema es que lo profesional se lo iba comiendo todo, las cosas costaban mucho más y parecía que el día no tenía suficientes horas. A lo que hay que añadir la conciliación y el desastre que ha supuesto la escolarización de mi hijo, creo que todas las madres-padres con hijos en edad escolar me entenderán perfectamente. Resumiendo: entre unas cosas y otras, el espacio para lo creativo se ha visto considerablemente mermado.
P. ¿Cree que lo vivido en estos meses le ha cambiado? ¿De qué manera?
R. Todavía es pronto para poder ser consciente de esos cambios. No es aún una cosa del pasado, aun nos estamos intentando adaptar, estamos intentando comprender, asimilar... Y la incertidumbre con lo que se nos puede venir encima es grande. Por mi parte todavía estoy asimilando y tratando de adelantarme a lo que pueda suceder, sigo en proceso. Esto no se ha terminado, ni mucho menos.
P. En estos meses de enclaustramiento y “nueva normalidad”, ¿ha cambiado la relación con su propia imagen pública, y en particular con las redes sociales?
R. No, en absoluto.
P. ¿Y cree que el mundo a su alrededor ha cambiado de una forma profunda, más allá de las alteraciones obvias?
R. Tengo un gran desconcierto con todo lo que está sucediendo, muy pocas certezas y muchísimas dudas. Como digo antes, todavía estoy intentando comprender y digerir lo que está pasando.
P. Las artes escénicas se han visto paralizadas durante meses y la gran mayoría de los teatros siguen cerrados. ¿Cómo imagina el futuro del sector a medio plazo?
R. Uff, la incertidumbre es enorme. Confío en que se puede retomar la actividad de una manera más o menos normal. El arte escénico es el arte del espectáculo en vivo, del vértigo del aquí y ahora. Lo demás es otra cosa, cine, televisión, radio... algo muy diferente y que lleva mucho tiempo inventado. El arte escénico se vive en compañía, en colectivo, no encerrado en una burbuja, no a través de una pantalla.
P. El teatro es una disciplina que suele abordar antes que otras la actualidad sociopolítica. Esta vez no ha podido hacerlo. ¿Cree que el teatro del futuro próximo contará historias del covid-19 o que huirá de ellas por miedo a cansar al público?
R. Estoy segura de que la pandemia y el confinamiento van a aparecer por todas partes. Es algo que nos ha quebrado y que dejará muchas cicatrices, pero aún es pronto, aun lo estamos viviendo y posiblemente necesitemos una cierta distancia, aunque seguro que ya se está colando por muchas partes. Esta pandemia es algo que nos debería poner patas arriba, y el teatro es especialista en meter el dedo en la llaga.
P. ¿Ha aprendido algo de la crisis sanitaria y de la cuarentena que no hubiera aprendido de otra forma?
R. No tanto aprender como ratificarme en la necesidad de unos servicios públicos fuertes, cuidados, de calidad y en la crueldad de sistema económico en el que nos hemos metido. El desmantelamiento de lo público es criminal. Lo que está sucediendo con los mayores no tiene nombre (o sí, sí que lo tiene y muy feo y muy fuerte).
P. Si tuviera que inclinarse por una opción: de esta, ¿saldremos mejores o peores?
R. Soy muy pesimista, pensaba que podíamos aprender algo, pero veo que no.
P. ¿Y tiene alguna certeza sobre qué será clave para superar la crisis? ¿Cuáles cree que deben ser nuestras prioridades o nuestros valores fundamentales en estos momentos?
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R. Pienso que urge hacer una profunda reflexión sobre lo que somos y a dónde nos dirigimos. Hay que reflexionar sobre lo que sucede en una economía tan volcada al turismo y a los servicios, una economía tan cortoplacista y tan de sálvese quien pueda, reflexionar sobre la turistización de las ciudades y los barrios, sobre la especulación, sobre la degradación de los servicios públicos, sobre la educación y la escuela, sobre los cuidados, sobre nuestros mayores... la pandemia demuestra que tenemos los pies de barro, que estamos haciendo las cosas rematadamente mal. Si no somos capaces, después de este aviso, de dar por fin carpetazo a esta forma estraperlista de hacer las cosas, mal lo veo. En este sentido me ha impresionado la exposición de Ramón Masats en Tabacalera, Visit Spain: es sobrecogedor ver cómo pasamos sin transición de una sociedad autárquica, casi medieval, en medio de una dictadura militar de corte colonial, a Torremolinos y a Benidorm, y cómo conviven el inicio del turismo con los niños descalzos, todo ello en mitad de una corrupción descarada y generalizada. El de dónde venimos explica muchas cosas de lo que somos.
P. ¿Qué le ha servido a usted, personalmente, para seguir a flote en los peores momentos del confinamiento y la crisis sanitaria?
R. He tenido la suerte de no perder a nadie, mi familia está bien y, más o menos, he podido trabajar desde mi casa sin ahogos económicos. Por lo tanto, me resultaría una frivolidad decir que lo he pasado mal. He leído mucho, he disfrutado de mi familia, he visto cine y he cocinado muchísimo.
Laila Ripoll (Madrid, 1964) ha hecho y sido de todo en el mundo del teatro. Hija de la actriz Concha Cuetos y el realizador Manuel Ripoll, ya desde su formación vislumbró un acercamiento multidisciplinar a las artes escénicas: pedagogía, interiorismo o estudio del teatro clásico (posteriormente se especializaría en el Siglo de Oro, concretamente en Lope de Vega) integraron su preparación dramática.