Estamos en un festival, cualquiera de los muchos que, aquí y allá, se extienden a lo largo del verano por la Península. Cuando empieza el concierto de uno de los grandes grupos de la noche, algo no suena del todo bien —quizás retumban demasiado los bajos, quizás la voz queda ahogada—. Las miradas se vuelven hacia el técnico de sonido que, en medio del público, controla la mesa. Lo que los indignados asistentes quizás no sepan es que el empleado en cuestión quizás lleve 12 horas trabajando sin parar, que no se han respetado sus tiempos de descanso ni ha podido parar para comer. "Siempre que suena mal, la gente mira al control, pero no sabe lo que hay detrás", se lamenta Juan Cid, técnico de sonido con más de 30 años de experiencia, vocal de Tecnicat, asociación que reúne a los técnicos catalanes, y portavoz de PEATE, la Plataforma Estatal de Asociaciones de Técnic@s del Espectáculo.
Lo que hay detrás, explica Cid, es una "falta de regulación en el sector y la falta de voluntad de remediarlo por parte de las empresas y la administración". Hace dos años que los técnicos catalanes empezaron a organizarse para combatirlo, y un año y medio que comenzaron a hacerlo a nivel nacional. Hoy PEATE reúne a trabajadores de Andalucía, Aragón, Asturias, Canarias, Cantabria, Cataluña, Comunidad Valenciana, Madrid, Extremadura, Galicia y País Vasco. Son técnicos de sonidos, de luces, regidores, maquinistas, responsables de carga y descarga, riggers —montadores de grandes escenarios—... Todos los que hacen posible que un festival, una fiesta patronal, una obra de teatro o un evento empresarial se ponga en marcha. Hace un mes que los riggers ocupan los medios debido a su huelga contra Fira de Barcelona, una protesta que amenazaba con suspender el Sónar y en la que, finalmente, un juez permitió que se contratara a otra empresa para suplir el paro. Pero no son ellos los únicos que tienen problemas.
"El 70% somos falsos autónomos", denuncia Cid. No deberían serlo, explica, porque ni los medios de producción son suyos —los equipos pertenecen a las empresas que les contratan— ni pueden decidir su horario laboral. "Así, perdemos todos los derechos laborales", protesta, "porque la empresa te dice que si te parece bien, estupendo, y si no llaman a otro, que es básicamente un despido encubierto". Son ellos los que cubren los gastos en Seguridad Social, pagando su propia cotización, no disfrutan de vacaciones pagadas, ni tienen asegurado el paro, ni derecho a huelga. "Yo llevo más de tres décadas trabajando y no tengo ninguna antigüedad ni categoría laboral adquirida", insiste Cid. En la práctica, son la subcontrata de la subcontrata. Porque no les paga la promotora del festival o el ayuntamiento de turno. Tampoco la productora a la que estos suelen pagar para montar la parte técnica. Dependen del tercer nivel, la empresa de alquiler de equipamientos, que es la que les paga a ellos, en tanto que autónomos. "Estamos en el limbo de la legislación laboral", denuncia el portavoz de PEATE.
El melómano que asiste a uno de los festivales veraniegos les ve solo durante la actuación, pero no trabajan solo cuando suena la música. Cid relata su jornada en un evento estándar de tres días. Todo empieza el día de montaje, normalmente el previo al de las actuaciones. Esa misma jornada o la anterior se han cargado los equipos, así que ya llegan con varias horas de trabajo a sus espaldas. Durante todo el día se montan y ajustan, y hay que acostarse pronto, porque las pruebas de sonido empiezan temprano. "Si tocan cinco o seis grupos a partir de las cuatro de la tarde", calcula, "hay que empezar a probar a eso de las nueve de la mañana". Y luego llegan los conciertos: el primer día de festival terminará de madrugada. Y al día siguiente, vuelta a empezar. En algunos eventos sí se organizan en doble turno, pero en otros son los mismos técnicos quienes aguantan desde el principio hasta el final. "Tenemos jornadas de 12, 14, 18 o 20 horas, y descansos de menos de las 12 horas que marca el Estatuto", denuncia. A menudo tampoco se respetan las horas de comida.
Negociaciones con la patronal
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PEATE subraya que no todos los festivales funcionan de la misma forma... y que no solo hay problemas en los festivales. Pero, por ahora, prefieren no señalar con nombres y apellidos los que no cumplen con la legislación. Sí se atreve Juan Cid a decir dos con los que suelen trabajar bien, al menos en Cataluña, que es la región que más controla: el Primavera Sound y el Sónar, a los que pone como ejemplo de que es posible trabajar con turnos, con plantillas adecuadas al volumen y con el respeto básico a las horas de descanso y comida. Hay que decir que el conflicto de los riggers no era con el Sónar, sino con la Fira, que depende del Ayuntamiento de Barcelona, la Cámara de Comercio y la Generalitat. Esta entidad semipública había sacado a concurso la licitación del servicio de montaje, y los empleados de la actual adjudicataria, UTE Rigging, reclamaban que en los pliegos se incluyera la obligación de subrogar a los trabajadores, manteniendo su antigüedad.
"La única manera de que el público se entere de cómo funcionan los festivales es hacer una lista negra de los que no cumplen, y hacerla pública", deja caer Cid. Pero por ahora lo descartan, asegurando que para organizar una campaña de este tipo necesitan primero más implantación y organización interna. Ahora mismo se encuentran en plena negociación con la patronal, especialmente avanzadas en Cataluña con APAC (Associació de Professionals de l’Audiovisual de Catalunya), la organización de empresas del sector. Los técnicos exigen que se reconozca su relación laboral con los contratantes. "El tema es quién paga el paso de autónomos a asalariados", indica Cid. "Ellos dicen que lo paguemos nosotros, pero nos negamos. El problema lo tienen ellos, que están defraudando a la Seguridad Social al tenernos como falsos autónomos". Por ahora, ni Tecnicat ni PEATE se han reunido con las administraciones, aunque aseguran que estas están pendientes del proceso: "En Cataluña tenemos un pacto de no agresión mientras negociamos. Pero en el momento en que las negociaciones se rompan, porque la propuesta no sea aceptable, empezaremos con denuncias a inspecciones".
Mientras, seguirán aguantando jornadas maratonianas, que pueden afectar incluso a la seguridad laboral. "En los festivales grandes hay una persona encargada de riesgos laborales, y sí se controla mucho que tengas todo el equipo en regla, que lo facilita la empresa, y eso no falla", cuenta Cid. Pero no se controlan cuántas horas se trabajo se han encadenado, cuántas de ellas se han pasado al sol, si el empleado ha podido comer correctamente o si puede hidratarse convenientemente bajo el calor veraniego. "Y tan importante es una cosa como la otra", apunta. Los técnicos miran a la experiencia de los riggers en el Sónary temen que la lucha se haga cuesta arriba. Por eso no les vendría mal algo que solo puede darles el público: "un poquito de comprensión".
Estamos en un festival, cualquiera de los muchos que, aquí y allá, se extienden a lo largo del verano por la Península. Cuando empieza el concierto de uno de los grandes grupos de la noche, algo no suena del todo bien —quizás retumban demasiado los bajos, quizás la voz queda ahogada—. Las miradas se vuelven hacia el técnico de sonido que, en medio del público, controla la mesa. Lo que los indignados asistentes quizás no sepan es que el empleado en cuestión quizás lleve 12 horas trabajando sin parar, que no se han respetado sus tiempos de descanso ni ha podido parar para comer. "Siempre que suena mal, la gente mira al control, pero no sabe lo que hay detrás", se lamenta Juan Cid, técnico de sonido con más de 30 años de experiencia, vocal de Tecnicat, asociación que reúne a los técnicos catalanes, y portavoz de PEATE, la Plataforma Estatal de Asociaciones de Técnic@s del Espectáculo.