Maruja Mallo, una de las artistas más relevantes del surrealismo pictórico

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Maruja Mallo (Viveiro, Lugo, 1902 - Madrid, 1995) es una de las máximas exponentes del Surrealismo en España, pero los nombres más conocidos son de varones como Pablo Picasso, Joan Miró o Salvador Dalí. La artista aparece en La mitad de todo, la sección de Verano libre dedicada a recordar a algunas de las mujeres más importantes del siglo XX español, porque además de ser una de las mejores artistas de la época, también fue una adelantada a su tiempo al vivir sin ataduras en una sociedad que no veía con buenos ojos que las mujeres fuesen libres. 

La gallega es la cuarta de catorce hermanos y su familia al completo se trasladó a vivir a Avilés por el trabajo de su padre, Justo Gómez Mallo, que era administrador del Cuerpo de Aduanas. Allí comenzó a dibujar y a expresar su interés por las artes plásticas; copiaba las ilustraciones y grabados de los periódicos y revistas más importantes del momento y, su padre, al darse cuenta, la animó a inscribirse a la Escuela de Artes y Oficios, además, recibió clases particulares. Cuando Maruja Mallo tenía 20 años se trasladaron de nuevo, esta vez a Madrid, y es en la capital en donde poco a poco comenzó a ser una pintora de renombre.

Entre 1922 y 1926 estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y formó parte de los círculos intelectuales de la época; se codeó con Salvador Dalí, Rafael Alberti, María Zambrano, Federico García Lorca, Concha Méndez, Margarita Mando y Luis Buñuel. Entre ellos estarían varios miembros de la Generación del 27 e impulsores del Surrealismo. De hecho, Mallo y Dalí estaban muy interesados por los estudios de Freud sobre el subconsciente y por las ideas de André Breton, que realizó el Manifiesto del surrealismo en 1924, y después serían dos de los máximos exponentes de este movimiento en España.

Sus exposiciones más importantes

La primera exposición de las obras de Maruja Mallo fue en el verano de 1927 en la Feria de Muestras de Gijón y no lo hizo sola, sino que compartió la experiencia con su hermano menor Cristino Mallo, que era escultor. En aquella ocasión, la pintora presentó óleos y estampas: La verbena, El mago y La isleñaLa verbenaEl magoLa isleña, entre otras obras. Ella misma aseguró en una entrevista en A fondo, en 1980, que su viaje a Canarias le resultó "sobrenatural" por el colorido de las islas y que aquella experiencia fue el motivo por el cual acudió a las fiestas de Madrid y nacieron los cuadros que expuso en la mencionada muestra.

El filósofo José Ortega y Gasset dio cuenta del talento de la artista surrealista y en 1928 le propuso exponer su obra en la sede de la Revista de Occidente –publicación de divulgación científica y cultural–, y la muestra fue un acontecimiento muy importante para su carrera. A partir de ese momento, el nombre de Maruja Mallo comenzó a ser más escuchado y aclamado por los críticos, entre ellos el famoso Manuel Abril, que afirmó lo siguiente sobre la gallega: "La obra de este adolescente ha sido la sorpresa de la temporada". Mientras que su amigo Lorca aseguró que sus Verbenas "son los cuadros que he visto pintados con más gracia, imaginación, sensualidad y ternura".

Maruja Mallo también fue escenógrafa ya que participó en la decorado de varias obras, como Retablillo de don Cristóbal, de Lorca y El ángel cartero, de Concha Méndez, entre otras. Era 1929 y fue justo el momento en el que la naturaleza pasó a ser su inspiración. En 1932 la Junta de Ampliación de Estudios le concedió una beca y se marchó a París, en donde expuso en la Galería Pierre Loëb su serie Cloacas y CampanariosCloacas y Campanarios, que realizó bajo los planteamientos de la Escuela de Vallecas y que pintó tras su recorrido por las barrios obreros madrileños. El propio André Bretón adquirió de aquella muestra el cuadro El espantapájaros, considerado una pieza clave para el Surrealismo. En su estancia en la capital francesa, la pintora española se relacionó con algunos de los artistas más relevantes de este movimiento, como Paul Éluard, Max Ernst, Giorgio de Chirico, René Magritte.

El Reina Sofía recoge su obra

A su vuelta de Francia, en 1933, la pintora surrealista consiguió ser profesora de Dibujo en el Instituto Arévalo y después en el Instituto Escuela de Madrid, la Escuela de Cerámica La Tinaja y en la Residencia de Estudiantes. En este sentido, también impartió clases en Galicia en las Misiones Pedagógicas de la II República, un programa con el que pretendían llevar la cultura a todos los rincones de España. De hecho, cuando se produjo el golpe de Estado, Maruja Mallo se encontraba en allí y decidió huir a Portugal en 1937 para después marcharse a Buenos Aires. La artista consiguió llegar a Argentina con la ayuda de la poeta Gabriela Mistral, que era su amiga y la embajadora de Chile.

El bendito orden de Maruja Mallo

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En su exilio, Maruja Mallo se dedicó a la docencia y continuó con las artes plásticas, pero también dio conferencias y colaboró en la revista Sur. Además, expuso en Nueva York, París y Brasil y pintó sus series Máscaras y Marina. En 1965, la artista volvió a España para quedarse y se encontró con una sociedad que ya no la recordaba, pero con la recuperación de sus trabajos volvió a ser una artista de renombre. 

También regresó a las tertulias y fue musa de la movida madrileña, cuyos artistas impulsaron su reconocimiento en una España que había olvidado a la mujer que fue una de las figuras más importantes del Surrealismo y que siempre vivió como quería. En 1982 el Ministerio de Cultura le concedió la Medalla de Oro de Bellas Artes y el Museo Reina Sofía recoge su obra pictórica. 

 

Maruja Mallo (Viveiro, Lugo, 1902 - Madrid, 1995) es una de las máximas exponentes del Surrealismo en España, pero los nombres más conocidos son de varones como Pablo Picasso, Joan Miró o Salvador Dalí. La artista aparece en La mitad de todo, la sección de Verano libre dedicada a recordar a algunas de las mujeres más importantes del siglo XX español, porque además de ser una de las mejores artistas de la época, también fue una adelantada a su tiempo al vivir sin ataduras en una sociedad que no veía con buenos ojos que las mujeres fuesen libres. 

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