Un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad

¿Qué pasó?

“Este es un pequeño paso para [un] hombre, pero un gran paso para la humanidad”. Con esta frase, que perdurará en los anales de la historia, el astronauta estadounidense Neil Armstrong, ante la atenta mirada de millones de personas en el mundo que no podían despegar los ojos de la pantalla del televisor, se convirtió en el primer hombre en pisar la superficie lunar. Aquel verano de 1969, cuando la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética estaba en su punto álgido, el país norteamericano y sus tres de sus cosmonautas hicieron historia.

¿Cuándo pasó?

El viaje comenzó a las 9.32 horas, según señala la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA, por sus siglas en inglés), del 16 de julio de 1969. La nave, propulsada por el cohete Saturno V, despegó del Centro Espacial Kennedy, en el estado de Florida, y en apenas doce minutos entró en órbita. Tras cuatro largos días de viaje, en los que los tripulantes de la misión espacial Apolo XI recorrieron los más de 384.000 kilómetros que separan la superficie terrestre de la lunar, el 20 de julio, a las 10.56 horas en Florida —casi las cinco de la tarde en España—, Armstrong puso sus dos pies sobre el suelo del satélite.

La misión espacial finalizó con éxito cuando el Columbia aterrizó, con la ayuda de tres grandes paracaídas, el 24 de julio sobre el océano pacífico, a pocos kilómetros de Hawái. Aunque los tres cosmonautas llegaron sanos y salvos, Armstrong, Aldrin y Collins fueron puestos en cuarentena para asegurarse de que no portaban ningún germen desconocido.

¿Quiénes fueron sus protagonistas?

En la expedición también participaron otros dos astronautas de la NASA: el estadounidense Edwin Aldrin y el italoamericano Michael Collins. Sin embargo, sólo el primero embarcó con Armstrong en el módulo lunar Eagle que aterrizó sobre la superficie. Collins se quedó al frente del módulo de mando Columbia supervisando la misión mientras sus compañeros, estuvieron realizando durante dos días las tareas que les habían sido encomendadas: instalar un reflector de rayos láser para medir la distancia entre la Tierra y la Luna, así como un sismógrafo para registrar seísmos, y recoger muestras de la superficie lunar.

¿Qué fue de sus protagonistas?

Los tres astronautas fueron condecorados en numerosos países tras su regreso. Sin embargo, ninguno de ellos volvió a viajar al espacio.

Michael Collins ocupó el puesto de secretario de Estado adjunto para asuntos públicos en 1970 y, un año más tarde, fue nombrado director del Museo Nacional del Aire y del Espacio. Además, pasó a recoger su experiencia como astronauta en varios libros.

Neil Armstrong, por su parte, aceptó un puesto de profesor en el Departamento de Ingeniería Aeroespacial de la Universidad de Cincinnati —cargo que ocupó hasta 1979, cuando dejó el trabajo sin dar ninguna explicación—, colaboró en el proceso de investigación de dos catástrofes en vuelos espaciales y trabajó como imagen de diferentes marcas. En 2012, el cosmonauta falleció debido a las complicaciones posteriores a una operación de corazón. La Casa Blanca emitió un comunicado en el que colocó al astronauta como uno de los "grandes héroes" de Estados Unidos.

Pero uno de los que más lamentó su pérdida fue su compañero Edwin Aldrin, que se apresuró a escribir un emotivo texto en su página web según se conoció la noticia: "Un verdadero héroe americano y el mejor piloto que he conocido. (...) Mi amigo Neil dio un pequeño paso pero un gran salto que cambio el mundo y por el que siempre será recordado como un momento histórico", escribió. La vida de Buzz, tal y como era popularmente conocido, no fue sencilla desde que volvió de aquel viaje. Desde 1969 y hasta 1971, estuvo sumido en una profunda depresión que le generó graves problemas de alcoholismo. Finalmente, tras dos años complicados, consiguió superar su adicción y volver a emprender una vida ligada a las conferencias y escritura de sus experiencias.

¿Por qué fue importante?

Detrás de la llegada del hombre a la luna había una enorme motivación política. Estados Unidos, que se encontraba en plena Guerra Fría, llevaba cierta desventaja respecto a los soviéticos en la carrera por conquistar el espacio. La URSS se había adelantado a EEUU a la hora de poner en órbita el primer satélite artificial —Sputnik 1, en 1957—; de enviar animales al espacio y volver a traerlos sanos y salvos —la perras rusas Belka y Stelka, que orbitaron la Tierra y regresaron con éxito—; y de llevar a un ser humano al espacio —Yuri Gagarin, en abril de 1961, a bordo de la nave rusa Vostok 1—.

La llegada del hombre a la Luna siempre había sido uno de los objetivos del expresidente John F. Kennedy, que incluso llegó a anunciar en mayo de 1961 que esto se tenía que conseguir antes de que finalizase la década. En un discurso ante el Congreso estadounidense, el entonces líder del Ejecutivo, tras reconocer el poderío de los ingenieros soviéticos y la ventaja de aquella URSS, entonces en manos de Nikita Jrushchov, anunció sus planes de futuro en materia espacial: “Creo que esta nación debería comprometerse a alcanzar la meta, antes de que termine esta década, de aterrizar un hombre en la Luna y que vuelva sin problemas a la Tierra”, apuntó [escuche el audio de la intervención completa]. Lo que no sabía Kennedy es que él no sería testigo de aquel logro histórico durante ese verano de 1969.

¿Qué pasó?

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