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¿Derecho a unas vacaciones? Del privilegio de 'Call me by your name' al realismo obrero de 'Manolito Gafotas'

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"Querido, ¿has visto mi Heptamerón?”, es una frase que se dice de verdad en Call Me By Your Name, y sin asomo de ironía. La lectura plurilingüe que a continuación hace Amira Casar de la antología de cuentos de la reina Margarita de Navarra sirve incluso a Luca Guadagnino para levantar un nuevo y potente paisaje emocional, a cuenta de lo que le sugiere al personaje de Timothée Chalamet. Elio escucha a su madre y vuelve a valerse del riquísimo acervo cultural de su familia para tratar de poner orden entre sus confusos sentimientos, sacudidos por el terremoto del primer amor a través de la entrada de Oliver (Armie Hammer) en su vida. Antes ha sido capaz de alternar virtuosamente a Bach, Busoni y Liszt sobre el piano, a modo de juego seductor con él.

Call Me By Your Name es obviamente una película muy impactante, donde Guadagnino exprime las posibilidades cinematográficas y sensoriales del deseo. Su interés por enclavar la odisea coming of age de Elio en unas coordenadas tan culteranas —y ocasionalmente ridículas— bien podría obedecer, al margen de la novela de André Aciman en que se basa, a un fortalecimiento atemporal y humanista de la genealogía de su historia. El romance de Oliver y Elio acogería el sabor de relatos clásicos y premodernos, alejados de imaginarios donde la dialéctica de clase impugnara la pretensión universalista. Guadagnino es un gran director que se las apaña para esquivar estas carencias durante la mayoría del metraje, pero solo la mayoría.

El descuido egoísta con el que Elio trata el amor de su amiga Marzia (Esther Garrell), entendiendo su malestar como un daño colateral de la asimilación de sus sentimientos por Oliver, tiene una especie de eco fantasmal hacia el final de la película. Su padre (Michael Stuhlbarg) le consuela por la reciente partida de su amor diciendo que todo ese sufrimiento es precioso, y da a entender que le gustaría haber llegado tan lejos como él durante un episodio de juventud, aparentemente abortado… por la aparición de su madre. El padre añade que no cree que ella sepa nada, y Call Me By Your Name concluye circundada por la sospecha de generaciones de mujeres relegadas a ofrecer un consuelo tibio, engañadas de por vida. Es machismo, claro. Y también una cuestión de clase.

La cuestión de clase marca a través del cine unos cuantos veranos burgueses que pretenden hablar en nombre del resto de la humanidad. Puede deberse a quién es capaz de dedicar su vida al cine y quién no —quién puede ser Elio, viviendo en una finca al norte de Italia sin apenas sufrir homofobia, y quién no puede serlo—, así como también a una especie de ideal bucólico y antimaterialista. Según este ideal, es solo cuando se despejan las circunstancias terrenales e históricas que el ser humano puede verse capaz de atisbar sus verdades más profundas: esas que no están matizadas por la opresión económica, y fluyen libremente y se comunican con el cosmos antes que con la tierra. Éric Rohmer se especializó en hacer películas desde este lecho. Uno de sus films más famosos, El rayo verde, se centra en una joven llamada Delphine (Marie Rivière), cuyo drama inaugural reside en que se ha quedado sin plan para pasar las vacaciones.

Se asume que las vacaciones de verano son un bien común, desgajado de luchas e injusticias

El dilema marida bien con estas ficciones románticas y existencialistas. El dilema no pasa por tener vacaciones o no tenerlas, sino por qué hacer con ellas. Se asume que las vacaciones de verano —una temporada alejada del trabajo, en un lugar paradisíaco y abierto a experiencias rompedoras— son un bien común, desgajado de luchas e injusticias. Todos podrían beneficiarse de ellas y vivir historias apasionantes como las de Call Me By Your Name y El rayo verde pero en este mundo, en este sistema, tristemente no es así del todo. Las películas de Guadagnino y Rohmer ofrecerían una disonancia análoga a la que, por ejemplo, muchos vivimos en España a principios de junio, frente a un cartel de Sumar que rezaba: “Mándales a la mierda (...) Disfruta de las vacaciones”.

Nuria Alabao recordaba acto seguido que en 2023 un 33% de la población española no pudo irse de vacaciones ni una semana al año. “¿Cómo va de vacaciones una madre que cuida sola, la gente que vive al día sin ahorros, la que no puede hacer frente a la subida de los gastos de la casa o a los alquileres que no paran de escalar?”, escribía. “¿Cómo podrían descansar los millones de personas que no pueden parar de trabajar porque si no, no cobran, o porque no tienen vacaciones pagadas?”. Puestos a hablar de la situación española, ocurre que la visión Rohmer ha marcado películas recientes estilo Las chicas están bien un film extremadamente agradable, pero también capaz de mover al estupor por lo alienígena de las vivencias que relata—, al tiempo que se ha topado con lúcidas disidencias. Quizá la más inteligente de ellas, por honesta y empática, la de Clara Roquet.

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¿Podría ser Libertad, estrenada en 2021, una respuesta a Call Me By Your Name? Aquí tenemos nuevamente a una familia con vacaciones de élite, cuyo centro pasa por una hija joven a quien una recién llegada mueve a la madurez. Solo que la madurez que alcanza Nora (María Morera) a raíz de conocer a Libertad (Nicolle García) no es solo emocional o adulta: esta pasa por reconocer el privilegio y todo lo que le separa de la hija de su empleada doméstica, más allá de ese modo de vida alternativo y superficialmente más libre que le atraía en primer lugar. Nora deposita sus neurosis burguesas sobre Libertad. En primer lugar fetichiza su experiencia, y luego la entiende con dolor. 

El naturalismo exhibido por Roquet no es muy distinto en sus formas a Rohmer, capaz de condensar toda una forma de ver el cine a través de su filmografía. Pero ahí está lo valioso de la jugada: cómo le da la vuelta y muestra qué había detrás de esas vanidosas introspecciones. El cine español, siempre con una relación ambivalente entre el costumbrismo y el tremendismo, ha tenido mejor fortuna al examinar estas limitaciones de clase cuanto menos aspiraciones tenía de elucubrar tratados existenciales. Roquet quería autoexaminar sus recuerdos mientras que Manolito Gafotas, de Miguel Albadalejo, solo quería adaptar en 1999 los exitosos libros infantiles de Elvira Lindo.

Fue entonces, a través de unos calurosos meses en el madrileño barrio de Carabanchel, cuando nuestro cine tuvo uno de sus acercamientos más inesperadamente viscerales al privilegio del verano. Cuanto más calor hace, cuantas menos posibilidades hay de dejar de trabajar y huir a otros climas, con más fuerza vuelven las palabras de Manolito (David Sánchez del Rey) contándole a la seño lo que va a hacer este verano. “Me gustaría salir de Carabanchel Alto este verano, pero no puede ser porque todavía hay que pagar las letras del camión de mi padre. Cuando mis padres hayan muerto yo todavía tendré que pagar las letras del camión de mi padre, así que a lo mejor tampoco mis hijos podrán salir de Carabanchel el siglo que viene…”. Esta redacción infantil tiene bastante más verdad que el Heptamerón. Con todos nuestros respetos para la reina de Navarra.

"Querido, ¿has visto mi Heptamerón?”, es una frase que se dice de verdad en Call Me By Your Name, y sin asomo de ironía. La lectura plurilingüe que a continuación hace Amira Casar de la antología de cuentos de la reina Margarita de Navarra sirve incluso a Luca Guadagnino para levantar un nuevo y potente paisaje emocional, a cuenta de lo que le sugiere al personaje de Timothée Chalamet. Elio escucha a su madre y vuelve a valerse del riquísimo acervo cultural de su familia para tratar de poner orden entre sus confusos sentimientos, sacudidos por el terremoto del primer amor a través de la entrada de Oliver (Armie Hammer) en su vida. Antes ha sido capaz de alternar virtuosamente a Bach, Busoni y Liszt sobre el piano, a modo de juego seductor con él.

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