Los Puccio, “una pyme familiar de la industria del secuestro”

“La casa está llena de explosivos, apenas entren vuelan todos por los aires”, esas fueron las últimas palabras que Arquímedes Puccio pronunció como líder de su clan el 23 de agosto de 1985. Citar a los Puccio es evocar uno de los grandes sucesos de la crónica negra argentina que el pasado 2015 cumplía 30 años desde la desarticulación de la banda criminal, y que se plasmó en diversos formatos —largometrajes, series, libros— con motivo de su aniversario.

La historia de la familia que secuestraba, mataba y extorsionaba por dinero, enmarcada en los últimos momentos del peronismo, ha sido la protagonista de la película El clan, dirigida por el argentino Pablo Trapero y producida por El Deseo, empresa de los hermanos Almodóvar.

El filme, cuyo estreno tuvo lugar en agosto del pasado año en el país latinoamericano y a finales del mismo en España, fue galardonado en los Goya y en el Festival de Venecia, entre otros certámenes, y se posicionó en el ranking de las películas argentinas más vistas de la historia del país, superando a otras producciones que hasta la fecha fueron las más taquilleras como Relatos salvajes o el Secreto de sus ojos.

infoLibre desgrana las claves de la historia de los Puccio: una familia “tradicional” que vivía en el modesto barrio de San Isidro, que frecuentaba las misas de la parroquia todos los domingos, y que convirtió el oscuro sótano de su hogar en un lugar de cautiverio donde alojaba a las víctimas de su negocio.

“El loco de la escoba”

Era habitual para los vecinos de San Isidro ver a Arquímedes Puccio barrer la puerta de su casa a las tres de la mañana y seguidamente la del vecino de enfrente. Según la mayoría de publicaciones, el patriarca se cercioraba así de que no se escucharan los sollozos de sus víctimas, y consiguió ser conocido en su barrio como el “loco de la escoba”.

Pero Arquímedes no despertaba un recelo mayor entre el resto de residentes, que no imaginaban que ese "loco de la escoba” estaba al servicio de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y del servicio secreto argentino (SIDE).

Peronista de los pies a la cabeza, el activismo político del cabeza de los Puccio –una de las motivaciones que le empujaron a perpetrar sus crímenes— comienza con su militancia en el Movimiento Nacionalista Tacuara, una organización católica que actuaba contra comunistas, estudiantes rebeldes y judíos. El grupo se repartió más tarde entre varias ramas del Justicialismo: por un lado los peronistas de izquierdas y, por otro, los ultraderechistas como Puccio.

La compleja naturaleza del peronismo

Desde sus orígenes, el peronismo se quiso mantener al margen del debate en torno a su condición derechista o izquierdista, prefiriendo ser denominados como un partido "del pueblo". Resulta complicado definir la ideología y las políticas del peronismo ya que, a lo largo de su trayectoria, bajo su nombre se presentaron propuestas tanto de izquierda como de derecha que en ocasiones resultaron incluso contradictorias. Pero cuando el peronismo mutó a Partido Justicialista, las diferencias entre sus facciones internas fueron más destacadas

Arquímedes Puccio perteneció a esa rama derechista del Partido Justicialista que emanaba también del peronismo, defensora acérrima de políticas neoliberales, y que destacó, entre otras propuestas, por apoyar el desvío de fondos públicos para financiar bandas paramilitares y así emprender una persecución a figuras destacadas de la izquierda.

El tercer gobierno de Perón estuvo signado por estos conflictos entre sus seguidores de izquierda y derecha. Grupos parapoliciales con apoyo estatal —la Alianza Anticomunista Argentina, Triple A, organizada por su ministro de Bienestar Social, José López Rega— persiguieron y mataron a militantes de izquierda. El punto de máxima tensión en el proceso de marginación y posterior dimisión del grupo guerrillero Montoneros del movimiento de Perón se produjo el 1 de mayo de 1974, en ocasión de los festejos por el Día del Trabajo.

Los Puccio y el poder

En 1947, Arquímedes ingresa en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Perón, donde comienza a tejer sus vínculos con el poder. Más tarde pasó a formar parte de la Cancillería con rango de vicecónsul y correo diplomático; currículum que se vio entorpecido por su detención en 1963 en el aeropuerto de Azeiza por presunto contrabando de armas.

Diez años más tarde, se empieza a formar en la Escuela Superior de conducción Política del Partido Justicialista, coincidiendo con el regreso de Perón de su exilio. Durante el tercer gobierno de Perón, el antiguo ministro de Bienestar Social comienza a reclutar personal para la Triple A, que provenía en su mayoría de la militancia de extacuaras del Movimiento Nueva Argentina, el grupo de extrema derecha, parapolicial y terrorista al que perteneció Arquímedes.

Arquímedes formaría parte, a partir de entonces, de la oleada de secuestros que marcaron la década argentina de los setenta y los ochenta, junto con los Gordon, los Gulieminetti, y los Ruffo, pertenecientes todos ellos a la Triple Alianza, y que habían realizado previamente trabajos sucios para los militares de la SIDE, como se supo tras las detenciones pertinentes.

Cuando Perón regresa a la Argentina tras su exilio, el 20 de junio de 1973, Arquímedes Puccio era subsecretario de Deportes y Turismo y se encontraba en el palco de las autoridades. Fue entonces cuanto participó activamente en la Matanza de Ezeiza, esto es, cuando la ultraderecha peronista disparó a la población que se acercaba al aeropuerto para recibir al General, y que se cobró la vida de 13 personas y más de 300 heridos.

“Una pyme familiar de la industria del secuestro”

Durante los años posteriores de dictadura, Puccio colaboró con militares estrechando lazos y facilitando el emprendimiento de lo que el periodista Rodolfo Palacios, autor de El clan Puccio. La historia definitiva, calificó como “una pyme familiar de la industria del secuestro”. Como apuntaba una de las Veinte verdades de los descamisados —seguidores de Perón—, “para un peronista, nada mejor que otro peronista”, y más aún si éste es de la familia.

En 1980, los Puccio, una familia a la que sus vecinos consideraban “normal”, se afincó en el barrio acomodado de San Isidro, en Buenos Aires. Epifanía Calvo, la madre de la familia, era contable y profesora de matemáticas. además de la cocinera del famoso arroz con pollo que comían tanto sus hijos y marido como los secuestrados. De este modo, la cónyuge del criminal permitía con su silencio que su marido llevase a sus víctimas al hogar, haciendo oídos sordos al griterío proveniente de su sótano.

La mano derecha de Arquímedes era su hijo mayor, Alejandro, un afamado jugador de rugby de la región que además se caracterizaba por su actitud respetuosa hacia árbitros y rivales. Alejandro fue condenado a cadena perpetua por ser cómplice de su padre, pero quedó finalmente en libertad condicional y protagonizó cuatro intentos de suicidio, de los cuales uno de ellos aparece reflejado en la película, cuando saltó desde el quinto piso de los Tribunales.

El segundo hijo implicado fue Daniel, apodado Maguila, que participó en uno de los secuestros y que durante años estuvo prófugo tras escaparse de la cárcel. El resto de hijos, Silvia Inés, Guillermo y Adriana Claudia, no participaron en los crímenesde su familia y, de hecho, ninguno de ellos fue detenido al concluir las investigaciones. Uno de los aspectos centrales del filme es el nivel de implicación de los distintos miembros de la familia en los secuestros: ¿el culpable de un crimen es solo quien lo comete? ¿O también quien lo hace posible con su silencio? Así, El clan trasciende la anécdota para der trasunto de la colaboración del pueblo en la violencia estatal.

Cautiverio en el baño

El primer secuestro coincide con el de la película de Trapero y fue el del joven Ricardo Manoukián, amigo de Alejandro, quien también participó en su secuestro en 1982. Ricardo fue trasladado hasta la residencia de los Puccio, donde permaneció cautivo en el baño, maniatado y amordazado. La familia del desaparecido recibió un comunicado firmado por el “Comando de Liberación Nacional” en el que pedían 500 mil dólares de rescate. Una vez el pago se hizo efectivo, el joven fue asesinado y su cuerpo fue arrojado a un descampado.

Un año más tarde se produjo el segundo secuestro. Eduardo Aulet, otro joven hijo de un empresario metalúrgico, fue apresado de manera similar a la de Ricardo. Pero el cautiverio de Aulet fue distinto, ya que para entonces los Puccio habían transformado el sótano de su hogar en una celda hermética donde alojar a sus secuestrados. Tras recibir un pago de cien mil dólares por la liberación del muchacho, Aulet fue asesinado y su cuerpo fue descubierto cuatro años más tarde.

En 1984 tuvo fue el turno del empresario Emilio Naum, que además era un conocido de Arquímedes Puccio. Pero en este caso y, tras usar un modus operandi similar modus operandi a los anteriores, la víctima se resistió y, durante el intento de huida, Guillermo Fernández Laborda —uno de los pocos integrantes del clan ajeno a la familia— le disparó en el pecho y allí quedó muerto.

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Un secuestro fallido

Finalmente, ese mismo año el clan fue tras una empresaria funeraria, Nélida Bollini. Por ella pidieron 500 mil dólares y estuvo 32 días secuestrada, con los ojos vendados. Durante el mes que estuvo presa le hicieron creer que estaba en el campo, alternando casetes de música de ambiente, fardos de césped y ventiladores que simulaban el viento de una brisa campestre. Las conversaciones para pedir el rescate, como en anteriores secuestros, se establecieron desde distintas cabinas telefónicas de la ciudad, lo que no pudo impedir que la policía los capturara cuando pactaban la entrega del dinero.

Arquímedes, Maguila y Fernández Laborda fueron en ese momento detenidos y así se puso fin al clan. Esa misma noche, 21 efectivos de la Policía Federal allanaron la casa de los Puccio y encontraron al hijo mayor a la espera del dinero y a la señora Bollini en el sótano. El clan dirigido por “el loco de la escoba” terminó así, pero no fue hasta 2011 que el criminal reveló a Rodolfo Palacios, durante conversaciones para su novela, el porqué de esa manía de barrerlo todo: “Para mí, la mugre es un delito”.

“La casa está llena de explosivos, apenas entren vuelan todos por los aires”, esas fueron las últimas palabras que Arquímedes Puccio pronunció como líder de su clan el 23 de agosto de 1985. Citar a los Puccio es evocar uno de los grandes sucesos de la crónica negra argentina que el pasado 2015 cumplía 30 años desde la desarticulación de la banda criminal, y que se plasmó en diversos formatos —largometrajes, series, libros— con motivo de su aniversario.

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