El periodista alicantino Mario Amorós nos introduce en la vida familiar y la labor de Salvador Allende cuando se cumple medio siglo de su muerte el 11 de septiembre de 1973. Con la agilidad del periodista que se dirige al gran público y el rigor del historiador acostumbrado a sumergirse en la documentación relevante de los archivos, se traza de manera minuciosa la trayectoria política de Salvador Allende y delinea su semblanza humana.
A lo largo de las páginas de este libro descubriremos la historia de su familia, unida a la lucha por la independencia nacional en los albores del siglo XIX, su infancia y sus años estudiantiles, la formación de su conciencia política, el ejercicio de su profesión de médico en el Valparaíso de los años treinta, su protagonismo en la fundación y expansión del Partido Socialista, su papel como ministro de Salud, su trabajo como senador durante un cuarto de siglo, su visión del mundo en los tiempos de la Guerra Fría. Una especial atención merece su labor como presidente durante esos tres años que atrajeron la atención mundial. Además, y gracias a veinte testimonios, el autor penetra en la vida familiar de Allende, en sus relaciones de amistad, en sus costumbres cotidianas.
infoLibre adelanta un capítulo de esta biografía titulado Ovación en las Naciones Unidas. El libro llega a las librerías a través de la editorial Capitán Swing tan pronto como este mismo 4 de septiembre.
-------------
Junto con la integración de Chile en el Movimiento de Países No Alineados y la celebración en Santiago de la III Conferencia de la UNCTAD, el gran hito de la política exterior del Gobierno de la UP fue la gira internacional que el presidente Allende realizó entre el 30 de noviembre y el 14 de diciembre de 1972 y que le llevó a Lima, México, Nueva York, Argel, Moscú, Kiev, Caracas y La Habana.
El momento culminante de aquel viaje fue el discurso que la mañana del 4 de diciembre pronunció al intervenir en el XXVII periodo de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que mereció a su conclusión un largo aplauso del auditorio más importante del planeta.18 Su intervención se inició con una orgullosa referencia a la democracia chilena: «Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida.
Un país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los tribunales de justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 solo una vez se ha cambiado la Carta Constitucional, sin que esta prácticamente jamás haya dejado de ser aplicada. Un país de cerca de diez millones de habitantes que en una generación ha dado dos premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos hijos de modestos trabajadores. Historia, tierra y hombre se funden en un gran sentido nacional. [...] Hoy vengo aquí porque mi país está enfrentando problemas que, en su trascendencia universal, son objeto de la permanente atención de esta Asamblea de las Naciones Unidas: la lucha por la liberación social, el esfuerzo por el bienestar y el progreso intelectual, la defensa de la personalidad y la dignidad nacionales».
Desde aquella tribuna defendió la nacionalización del cobre y denunció la agresión que su pueblo sufría de las multinacionales norteamericanas, en especial de las compañías cupríferas y la ITT, a la que, después de recordar su complicidad con el asesinato del general Schneider, acusó de haber pretendido desencadenar una guerra civil, como había quedado probado en los documentos secretos de la compañía desvelados por el periodista Jack Anderson en marzo de aquel año. Y subrayó que estas acciones las sufrían todos los países empobrecidos, en particular aquellos que luchaban por disponer de los recursos naturales controlados por las transnacionales.
Proclamó su solidaridad con América Latina y se mostró partidario de que, más allá de las fronteras ideológicas, estos países reforzaran sus vínculos políticos, económicos y culturales. Se felicitó, asimismo, por la mejora de las relaciones diplomáticas entre la URSS y Estados Unidos y sus negociaciones en materia de desarme, y destacó otros hechos de la situación mundial, como las conversaciones entre las dos Alemanias o el regreso de China a las Naciones Unidas. Pero también expresó su preocupación por la situación en Oriente Medio, el asedio de Washington contra Cuba, la explotación neocolonial, la ignominia del racismo y el régimen del apartheid en Sudáfrica o el volcán de Indochina, donde el pueblo de Vietnam resistía frente a la «monstruosa» guerra de agresión norteamericana.
Su humanismo habló a los delegados de la necesidad de otro mundo posible, en el que los 2.000 millones de personas que entonces carecían de casi todo gozaran de una vida digna y plena: «La acción futura de la colectividad de naciones debe acentuar una política que tenga como protagonistas a todos los pueblos. La Carta de las Naciones Unidas fue concebida y presentada en nombre de “Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas”. La acción internacional tiene que estar dirigida a servir al hombre que no goza de privilegios, sino que sufre y labora: al minero de Cardiff, como al fellah de Egipto; al trabajador que cultiva el cacao en Ghana o en Costa de Marfil, como al campesino del altiplano en Sudamérica; al pescador de Java, como al cafetalero de Kenia o de Colombia».
Y concluyó con unas palabras que serían recordadas muchos años después, el 16 de octubre de 1998, cuando el general Augusto Pinochet fue detenido en Londres a petición de la justicia española acusado de crímenes contra la humanidad por un equipo jurídico encabezado por Joan Garcés: «Cientos de miles de chilenos me despidieron con fervor al salir de mi patria y me entregaron el mensaje que he traído a esta Asamblea mundial. Estoy seguro que ustedes, representantes de las naciones de la Tierra, sabrán comprender mis palabras. Es nuestra confianza en nosotros lo que incrementa nuestra fe en los grandes valores de la humanidad, en la certeza de que esos valores tendrán que prevalecer. ¡No podrán ser destruidos!».
Tras una escala en Argelia, donde se reunió con el presidente Houari Boumédiène, la tarde del 6 de diciembre la comitiva llegó a Moscú y, en el transcurso de su visita oficial, se entrevistó con Breznev y las más altas autoridades de la URSS, depositó sendas ofrendas florales junto al mausoleo de Lenin y en la tumba del Soldado Desconocido, fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad M. V. Lomonósov y visitó Kiev.
En su discurso en la cena ofrecida en su honor en el Kremlin evocó su primer viaje, en 1954, y destacó que era el primer jefe del Estado chileno que visitaba este inmenso país. Elogió la ayuda soviética al pueblo vietnamita, subrayó las buenas relaciones que su Gobierno mantenía con la URSS y el resto de los países de la «comunidad socialista» y se refirió al segundo modelo de transición al socialismo: «Ahora realizamos el proceso revolucionario en correspondencia con nuestras condiciones, con nuestra Constitución, con nuestras leyes. Lo hacemos en el marco de la democracia burguesa. Y no es nada fácil. Hemos tocado algunos intereses de los amos de nuestras principales riquezas nacionales y ellos lo han notado. Lo han notado también la oligarquía financiera, bancaria, los latifundistas». Por parte de sus anfitriones, el discurso correspondió al presidente del Presídium del Sóviet Supremo de la URSS, Nikolái Podgorni, quien se refirió esencialmente a la situación internacional, aunque también elogió la trascendencia de la victoria de la UP y «las hondas transformaciones» realizadas.
Más allá de las declaraciones oficiales exigidas por el protocolo y la cortesía, los resultados concretos fueron decepcionantes, puesto que su Gobierno no consiguió la ayuda económica que precisaba en aquel momento crítico. En 1971 y 1972, Chile había obtenido cerca de ochenta millones de dólares en créditos a corto plazo de instituciones financieras controladas por la Unión Soviética, y entonces logró otros veinte de libre disponibilidad y veintisiete más para la compra de materias primas y alimentos, cantidades muy por debajo de las expectativas.
Ver más'El rastreador'
Después de una escala técnica en Rabat, llegaron a La Habana, donde la noche del 13 de diciembre, en la emblemática plaza de la Revolución, Fidel Castro y él hablaron a centenares de miles de personas. El comandante cubano agradeció la solidaridad de su compañero, unas palabras que fueron coreadas por la multitud: «¡Allende, Allende, Cuba te defiende!». Por su parte, el presidente chileno recordó su primer viaje en febrero de 1959, destacó el significado de la visita de Fidel Castro a su país un año antes y explicó con orgullo la singularidad de la experiencia chilena: «Queridos compañeros: cada país tiene su propia historia, su idiosincrasia, sus costumbres, ha vivido de manera diferente las distintas etapas de su proceso social. En Chile, el pueblo, las masas populares, de acuerdo con nuestra propia historia y realidad, hemos alcanzado el Gobierno para desde allí conquistar el poder. Es muy difícil dentro de los marcos de una democracia burguesa impulsar un auténtico proceso revolucionario. Pero hemos avanzado cumpliendo con nuestra conciencia, con el programa que levantamos frente al pueblo».
Tras aquel baño de masas quiso ir a cenar a la Bodeguita del Medio, uno de sus restaurantes preferidos. Conocía bien la bella ciudad colonial, y también en aquella ocasión se alojó en el hotel Habana Libre, donde dialogó con los trabajadores y uno de ellos grabó sus palabras, publicadas después de su muerte. Vestido con una guayabera blanca, evocó con afecto el trato cálido y fraternal que siempre le brindaron: «Recuerdo conversaciones con el compañero que me atendía en la peluquería. Cómo cambiábamos ideas y un día le regalé una conferencia que di en Montevideo y él me dijo después que la leyó: “Compañero Allende, no creía que usted iba a plantear los problemas como los planteó”». Ese trabajador se llamaba Carlos Ponce y explicó a la revista Bohemia: «Aquel 13 de diciembre vino hacia mí y, mientras me abrazaba fuertemente, me dijo: “¿Te acuerdas, Carlos, cuando te decía que iba a ser el compañero presidente?”».
Al día siguiente, de regreso hacia Santiago, hicieron una breve escala en Maiquetía, el aeropuerto internacional de Caracas, donde se entrevistó con su homólogo venezolano, Rafael Caldera. A las ocho y media de la tarde, el avión por fin tomó tierra en Pudahuel y desde allí hasta La Moneda miles de personas le dieron la bienvenida. De inmediato, se realizó la ceremonia de entrega del mando de la nación por parte del ministro del Interior, el general Prats, quien durante aquellas dos semanas había asumido el cargo de vicepresidente de la República y por su eficaz desempeño mereció el elogio del jefe del Estado.
El periodista alicantino Mario Amorós nos introduce en la vida familiar y la labor de Salvador Allende cuando se cumple medio siglo de su muerte el 11 de septiembre de 1973. Con la agilidad del periodista que se dirige al gran público y el rigor del historiador acostumbrado a sumergirse en la documentación relevante de los archivos, se traza de manera minuciosa la trayectoria política de Salvador Allende y delinea su semblanza humana.