Esta es la historia de un grupo de amigas de la universidad que, muchos años después de dejar las aulas y de haber vivido miles de aventuras de distinto calibre, decidieron irse de vacaciones un verano. Habían pasado más de diez años, ellas ya se creían adultas y maduras hasta que llegaron a su destino de veraneo, el cual digamos que... no habían investigado demasiado antes de llegar.
La risa nerviosa típica de adolescentes empezó a surgir entre ellas según avanzaban por las calles próximas a la que se encontraba la casa, porque estando todavía dentro del coche, al doblar la esquina, se encontraron de frente con varias personas desnudas caminando por la acera con bolsas de la compra. Entre el susto, la sorpresa y los gritos, empezaron a especular qué estaba pasando: ¿Eran exhibicionistas? Les pareció raro porque parecía que esa gente acababa de comprar en el supermercado. La alarma definitiva se activó en sus cabezas cuando una de ellas proclamó: "¿Será una zona nudista?". "¡No puede ser!" exclamaba otra, pero según avanzaban en esa premisa la sospecha se iba confirmando: algunos de los viandantes iban desnudos de cintura para abajo, es decir, llevaban una camiseta de la que iban asomando por debajo sus genitales balanceándose al ritmo en el que caminaban. No cabía duda. ¡Estaban en una zona nudista! Pero no querían creérselo, al menos no todavía.
Llamaron a Alfonso (nombre ficticio), el propietario del alojamiento que habían alquilado. Quedaron en la puerta de la casa, y nada más entrar en la urbanización dijo: "Chicas, este es un espacio naturista y el dress code es ir desnudo, lo sabíais, ¿no?". Las jóvenes le miraron perplejas, no salían de su asombro, no eran capaces de articular una sola palabra mientras sus cerebros nos paraban de gritarles "¡No!". Porque, evidentemente, ellas no lo sabían, no lo especificaba en la plataforma en la que reservaron el alojamiento, y en las conversaciones previas con el dueño a través de esa plataforma no lo mencionó... ¿Dónde se habían metido?
Todo el mundo estaba desnudo por todas partes. La urbanización era un recinto de mini casitas de dos plantas con un piso en cada una, algunas con jardín y otras con terraza, veías a todo el mundo todo el rato miraras a donde miraras, y ¡claro!, todos ellos eran personas que continuaban con su vida normal desnudos: tendían la ropa desnudos (parece una ironía pero es verdad), sacaban al perro desnudos, cenaban al fresco desnudos, o se bañaban en la piscina desnudos, en la que por cierto era complemente obligatorio hacerlo así 100% si la querías usar.
Y, ¿qué pasó con las chicas? ¿Se sumaron a la fiesta naturista o estaban demasiado cohibidas por las normas sociales del lugar? Pues tristemente no, no se sumaron a eso de quitarse la ropa. Se pasaban el día fuera de casa visitando monumentos y otras playas, y volvían a la urbanización solo a dormir. Por supuesto, nunca usaron la piscina... Ahora, un verano después, este grupo de amigas se apena pensando que perdieron la oportunidad de vivir una experiencia nueva y lamentan haberse dejado llevar por lo convencional en lugar de jugársela y probar algo nuevo. Porque aunque ninguna se planea volver a ese sitio, ¿quién sabe? ¡Igual les habría gustado!
Y, por si algún lector se lo pregunta... sí, una de las amigas de aquel grupo era yo.
Esta es la historia de un grupo de amigas de la universidad que, muchos años después de dejar las aulas y de haber vivido miles de aventuras de distinto calibre, decidieron irse de vacaciones un verano. Habían pasado más de diez años, ellas ya se creían adultas y maduras hasta que llegaron a su destino de veraneo, el cual digamos que... no habían investigado demasiado antes de llegar.