Vicente Monroy (Toledo, 1989) abre su libro-alegato Contra la cinefilia (Clave Intelectual, 2020) con una cita de Los asedios del Alcázar. No reproduciremos aquí la misma para que los interesados se hagan con este ensayo y para no despertar la inquina de aquellos que puedan sentirse aludidos. Sí un momento de la película de Luc Moullet que sintetiza el ejercicio que Monroy ha propuesto con esta obra y la respuesta de quienes cargan contra la misma, en muchas ocasiones por quedarse en su mero título.
Guy, el protagonista, crítico de Cahiers du Cinéma pero ante todo cinéfilo, se sienta en las primeras filas de la sala a la que acude a diario. Estas butacas suelen ser ocupadas por niños, pero Guy les soporta y se sitúa entre ellos, infiltrado, porque en su opinión no hay un lugar mejor para apreciar las películas en la pantalla. Durante una sesión, la policía interrumpe la proyección ante el alboroto causado por los pequeños. Los agentes les obligan a abandonar la sala, por supuesto también a Guy. Sin embargo, este se niega. Apela a su condición de adulto mientras se aferra a la butaca como un niño en su primer día de colegio a las piernas de su madre (una imagen que enlaza con la reflexión que cierra el libro). Finalmente, consigue persuadir a los policías tras enseñarles el documento que le acredita como crítico de Cahiers.
En esta escena quedan recogidos muchos de los problemas que para Monroy representa la cinefilia para el cine: el miedo, la infantilización, el elitismo, la absurda autoridad. En su ensayo apunta muchos otros, como un ensimismamiento que lo confina en sí mismo, alejándolo del resto de artes, de todo en general. Si esto les parece duro y difícil de asimilar, esperen a leer todo lo que este arquitecto, cineasta, profesor y escritor (en 2018 publicó su último poemario: Las estaciones trágicas) tiene que decir en esta sección sobre la situación que hemos atravesado y sus implicaciones en la cultura, la literatura y, claro está, el cine.
Pregunta. ¿Cómo ha pasado profesional y creativamente el confinamiento? ¿Cree que le ha ayudado o ha supuesto un inconveniente para la elaboración de Contra la cinefilia?Contra la cinefilia
Respuesta. Si le haces esta pregunta a un escritor no esperes heroicidades: el confinamiento es una situación excepcional para la producción literaria. El oficio del escritor es dar forma a un modelo de humanidad, pero se trabaja mejor ligeramente apartado de los demás, desde una posición que te permita tomar perspectiva. No quiero romantizar un encierro forzado que ha sido dramático para mucha gente, pero en mi caso ha sido al revés: una época feliz después de dos años atroces, que me habían llevado a una situación vital, económica y emocional muy difícil. Entre otras cosas, he podido terminar Contra la cinefilia y avanzar en una novela que se publicará en 2021.
P. ¿Cree que lo vivido en estos meses le ha cambiado a usted y a su obra? ¿De qué manera?
R. No, el confinamiento no me ha cambiado, aunque le dio a la escritura de Contra la cinefilia cierto sentido de urgencia que no es propio de mí. Con toda la gente encerrada en casa viendo Netflix, mi editor Santiago Gerchunoff y yo nos decíamos: ¡Hay que darse prisa y ser precisos! ¡Vivimos un momento de auge de la mala cinefilia! En ese sentido, la pandemia me ha obligado a escribir un libro especialmente vinculado al presente.
P. En estos meses de enclaustramiento y “nueva normalidad”, ¿se ha modificado la relación con su propia imagen pública, y en particular con las redes sociales?
R. He pasado el confinamiento apartado de las redes sociales. Vivo en el campo, así que ha sido como volver a la infancia. Hacía muchos años que no tenía la oportunidad de ver la primavera tan de cerca: las plantas, los animales, los insectos, el tiempo, el cielo... No era consciente de hasta qué punto la vida en Madrid me había apartado de esas cosas que admiro. He sido muy feliz. Ahora he tenido que volver a las redes sociales, pero hubiera preferido no hacerlo, Internet me deprime. Demasiada agresividad para tan pocas conquistas. Todo se repite incansablemente: la información, las polémicas, los chistes, los descubrimientos… Es como una lavadora del pensamiento que se ha quedado atascada en la opción de centrifugado. Las redes sociales llevan diez años produciendo el mismo contenido una y otra vez, absortas en la falsa cultura de la divulgación. El pensamiento ha sido sustituido por el contenido, que es su gemelo zombi, un monstruo sin cerebro. En cuanto a mi imagen pública, ya no me importa, he dejado atrás la juventud con sus debilidades. Lo único que quiero es tiempo para aprender del mundo y para escribir.
P. ¿Cree que el mundo a su alrededor ha cambiado de una forma profunda, más allá de las alteraciones obvias?
R. No creo en la profundidad.
P. El mundo del cine se ha visto especialmente afectado por la pandemia. ¿Cómo imagina su futuro a medio plazo?
R. El mundo del cine lleva confinado más de 60 años. Hace mucho que perdió el contacto con la realidad. No me parece que la pandemia haya afectado a este engendro vegetal, que no ha estado a la altura de ninguna de las grandes crisis humanas de los últimos años: Libia, Siria, Yemen, los ahogados del Mediterráneo, el negocio sádico de Europa, el triunfo del lenguaje neoliberal… El cine se ha convertido en un colaboracionista silencioso de todos estos dramas, incluso la vieja literatura vuelve a estar por delante. Pero sé que no es de esto de lo que hablas. Cuando dices que el mundo del cine se ha visto afectado por la pandemia, en realidad te estás refiriendo a otra cosa: a la industria del cine, que no tiene nada que ver con el cine, y cuyo bienestar me la suda.
P. El sector del libro, como otros muchos, también se ha visto paralizado durante meses. ¿Cómo espera que evolucione?
R. No lo sé. Espero que la industria del libro sobreviva todavía, pero es por motivos puramente egoístas: tengo libros por publicar.
P. Hemos visto ya ensayos y proyectos de ficción sobre la pandemia, escritos o rodados de urgencia. Pero ¿qué tipo de historias sobre la crisis del coronavirus le gustaría que nos contaran el cine y la literatura del futuro próximo, si es que considera loable hacerlo?
R. Recuerdo la forma en que, a raíz de la crisis de 2008, los españoles incorporamos términos bastante complejos de la economía a nuestro lenguaje corriente, hasta el punto en que se volvieron naturales. Terminamos por hablar de economía como quien habla de amor. Fue un fenómeno pasajero, pero de gran intensidad. Sin embargo, no encontró un reflejo preciso en la literatura. Mi generación no estuvo atenta y lo dejó pasar. Por eso en 2014 escribí un poemario, Rojo brutal fluorescente, en el que traté de escribir poesía con una fuerte presencia del lenguaje de aquellos días, el lenguaje de mi juventud. Era un poemario de amor que también hablaba sobre vendedores chinos de latas de cerveza, negocios de barrio, ofertas de DVDs y voluntarios de ONGs a la salida del metro: la poesía debe asumir esa labor, o en el futuro no habrá manera de reconstruir el vínculo del lenguaje con la época. No podemos desvincular la literatura de la realidad, y siempre he echado de menos ese sentido directo de humanidad entre los escritores de mi edad, demasiado preocupados por adecuarse a lo que la literatura debe ser. Quizás alguien pueda escribir un libro parecido sobre esta crisis sanitaria, que también ha sido a su modo una crisis del lenguaje.
P. ¿Ha aprendido algo de la crisis sanitaria y de la cuarentena que no hubiera aprendido de otra forma?
R. Creo que antes no sabía lo que era un pangolín.
P. Si tuviera que inclinarse por una opción, ¿saldremos mejores o peores?
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R. No lo sé. Mejores seguro que no.
P. ¿Y tiene alguna certeza sobre qué será clave para superar la crisis? ¿Cuáles cree que deben ser nuestras prioridades en estos momentos?
R. No creo que mi decálogo para un mundo mejor le importe a nadie, por eso hago arte y no política, dos dominios cuyos límites tenemos que aprender otra vez a distinguir. Además, estoy intentando opinar menos, un ejercicio que recomiendo a todo el mundo. No hay que opinar de todo. Así que solo puedo decir: poneos la puta mascarilla, no es tan difícil.
Vicente Monroy (Toledo, 1989) abre su libro-alegato Contra la cinefilia (Clave Intelectual, 2020) con una cita de Los asedios del Alcázar. No reproduciremos aquí la misma para que los interesados se hagan con este ensayo y para no despertar la inquina de aquellos que puedan sentirse aludidos. Sí un momento de la película de Luc Moullet que sintetiza el ejercicio que Monroy ha propuesto con esta obra y la respuesta de quienes cargan contra la misma, en muchas ocasiones por quedarse en su mero título.