'Voces de Chernóbil', crónica de la tragedia soviética

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En una de sus visitas a Madrid, la escritora Svetlana Alexiévich (Bielorrusia, 1948) dijo que sus libros tratan de explicar el “interior de cada uno” de los ciudadanos rusos. Tras recibir el Nobel de Literatura en 2015, manifestó que había sido acusada de “calumniar al pueblo ruso”. Voces de Chernóbil, que ha vendido más de 27.000 ejemplares solo en castellano, es una de las cinco obras de la escritora, cuyas ediciones más recientes en español son La guerra no tiene rostro de mujer (2015, Debate) y Los muchachos de zinc (Debate, 2016) sobre la guerra de Afganistán. Todos se basan en hechos reales y decenas de entrevistas, pero su clasificación está, según la autora, dentro de la literatura y no del periodismo.

El relato sobre el desastre nuclear, su único libro traducido al español hasta que recibió el galardón, fue escrito originariamente en 1997, publicado en un primer momento por la editorial Casiopea, más tarde Siglo XXI y por último Debolsillo. La obra premiada responde a un “nuevo género” que la escritora ha denominado en alguna ocasión “literatura de voces”. Estas son los testimonios de los que sufrieron directamente las consecuencias del accidente nuclear y la suya propia. Viudas desconsoladas, ancianos que viven solos en aldeas devastadas, médicos rurales o bomberos liquidadores –equipo encargado de eliminar las consecuencias de la explosión– que atendieron la fuga en la planta, son algunos de los supervivientes que con sus relatos conducen a cada uno de los intensos monólogos de Alexiévich.

El accidente nuclear de Chernóbil fue, con diferencia, el accidente más grave de la historia de la energía nuclear, clasificado en el nivel siete (accidente nuclear grave en la Escala Internacional de Sucesos Nucleares). Aunque el desastre de Fukushima también obtuvo esta clasificación, las consecuencias del primero fueron mucho más devastadoras. Situada junto a la ciudad de Prípiat (al norte de Ucrania en la región de Kiev, cercana a la frontera con Bielorrusia), que en ese momento tenía 48.000 habitantes, la central nuclear disponía de cuatro reactores en funcionamiento y dos más en proceso de construcción. Fue durante la noche del 25 al 26 de abril de 1986 cuando el accidente se originó en el cuarto reactor de la planta.

La madrugada del accidente

El motivo que desencadenó el accidente nuclear fue la realización de una prueba programada para el día 25 de abril bajo las órdenes de las oficinas centrales del Politburó, que estaban orientadas a aumentar la seguridad del reactor. La descoordinación entre el equipo encargado de llevar a cabo la prueba y el responsable de seguridad del reactor provocó que el equipo se sobrecalentara y se rompiesen varias tuberías de fuel, lo que dio como resultado final dos explosiones que conllevaron la salida de nubes radiactivas durante diez días.

Un total de 30 personas murieron inmediatamente a consecuencia de la explosión y el incendio, tras lo cual la estructura ardió sin cesar durante diez días contaminando 142.000 kilómetros cuadrados en el norte de Ucrania, el sur de Bielorrusia y la región rusa de Briansk. La lluvia radiactiva fue 400 veces superior a la radiactividad que se desprendió de la bomba de Hiroshima, y provocó el exilio de más de 300.000 personas de sus hogares.

Prípiat es tal vez el lugar más emblemático de la catástrofe, pero 188 aldeas más pequeñas tuvieron que ser evacuadas de Ucrania y Bielorrusia a causa del desastre.

Treinta años después, las consecuencias siguen brotando a pesar de que la zona de exclusión sigue siendo la misma, igual de deshabitada y muerta. Lo más preocupante son las nuevas generaciones de niños que no vivieron Chernóbil pero que a día de hoy pagan sus consecuencias. Los estudios del hospital Oksana Kadun sostienen que, desde que explotó el reactor nuclear la mortalidad aumenta y la natalidad desciende, y el número de niños afectados por patologías oncológicas como el cáncer de tiroides –el más acusado entre las víctimas— se ha multiplicado por cuatro.

Una cultura de baja seguridad

Moscú intentó en un principio esconder el accidente. La primera alerta pública fue dada dos días más tarde por Suecia, que detectó un aumento de radioactividad. Pero el presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, no habló públicamente del accidente hasta el 14 de mayo.En plena perestroika, cuando además la URSS gozaba de la glasnost libertad a medios de comunicación para criticar al Gobierno—, el accidente de Chernóbil supuso, junto con la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán, la señal que auguró el desplome del gigante soviético, alentado además por grandes movimientos de oposición antiimperialistas en Ucrania.

Aunque a la administración soviética le costó reconocerlo, el accidente fue fruto de errores humanos y técnicos, efectos que se agravaron debido a que era un sistema dinámicamente inestable. Además, los expertos destacan causas como el bajo nivel de cultura de la seguridad nuclear en la antigua URSS, que se veía reflejado, por ejemplo, en una falta de legislación nuclear o en la atención insuficiente al factor humano, entre otros aspectos.

El impacto del accidente a nivel político fue más allá de las fronteras de la URSS consiguiendo detener programas nacionales de energía nuclear, y creando una opinión pública que a día de hoy lucha activamente contra las plantas y programas nucleares.

Chernóbil, 30 años después

Con el objetivo de limitar los efectos de la catástrofe se construyó un sarcófago para impedir así que la radiación se escapase del reactor. Greenpeace estima que para la construcción se usaron más de 7.000 toneladas de acero y 410.000 metros cúbicos de hormigón para atrapar 740.000 metros cúbicos de residuos contaminantes. No obstante, esta estructura fue considerada como una solución temporal por el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), ante lo cual en 2013 se comenzó a construir un nuevo sarcófago conocido como el Nuevo Confinamiento de Seguridad (NSC), que supone un coste de 2.100 millones de euros y cuya finalización se prevé para el próximo año.

Los niños que volvieron de Rusia

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El sarcófago en la central nuclear de Chernóbil, Ucrania, en imagen de archivo. EFE

Los testimonios de Voces de Chernóbil y los debates internos de Alexiévich no invitan especialmente al lector a pasear por las arrasadas vías de Chernóbil y alrededores. Hace un par de décadas incluso habría parecido una locura, pero hoy es toda una realidad que la zona de exclusión es un sitio de atracción turística. No es peligroso, la radiación a la que se exponen los visitantes en cada ruta es ínfima si siguen las indicaciones de los guías.

En una de sus visitas a Madrid, la escritora Svetlana Alexiévich (Bielorrusia, 1948) dijo que sus libros tratan de explicar el “interior de cada uno” de los ciudadanos rusos. Tras recibir el Nobel de Literatura en 2015, manifestó que había sido acusada de “calumniar al pueblo ruso”. Voces de Chernóbil, que ha vendido más de 27.000 ejemplares solo en castellano, es una de las cinco obras de la escritora, cuyas ediciones más recientes en español son La guerra no tiene rostro de mujer (2015, Debate) y Los muchachos de zinc (Debate, 2016) sobre la guerra de Afganistán. Todos se basan en hechos reales y decenas de entrevistas, pero su clasificación está, según la autora, dentro de la literatura y no del periodismo.

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