Almudena Grandes: "Cada vez hay más sinvergüenzas que se dedican a decir que son periodistas"

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La escritora Almudena Grandes se encuentra en su casa de la playa, apartada de las distracciones y con escasa conexión a Internet para concentrarse en su próxima obra, que nació como idea en mitad del confinamiento. En un descanso de su escritura, hemos conseguido conversar con ella. Se mostró cariñosa, interesada en los temas y muy directa. 

La llegada del confinamiento

El confinamiento fue un cambio radical, como para cualquiera. En mi vida quizá más. Tenía la agenda llena de citas y viajes en plena promoción de mi última novela, La Madre de Frankenstein. Con el confinamiento pasé de no tener un minuto para respirar, por los viajes por toda España, a estar metida en casa sin poder salir. También me generó un poco de incertidumbre respecto al futuro de mi libro. Ahora veo que tuve suerte porque en ese plazo tuve tiempo de que la gente se enterara de que el libro había salido. Al principio tenía mucha inquietud y después me di cuenta de que el confinamiento me ha regalado una novela, la que estoy escribiendo ahora. Vamos, que me ha pasado de todo, supongo que como a todo el mundo.

La defensa de lo público

Creo que, si la sociedad no está mentalizada todavía de la importancia capital de lo público, quizás es que estamos incapacitados como especie. Creo que uno de los efectos más importantes de la crisis del coronavirus ha sido poner de manifiesto algo que mucha gente se resistía a reconocer. Los servicios públicos son necesarios en los malos momentos. Son necesarios en todo momento, pero en los malos solo puedes confiar en lo público, solamente puedes encomendarte a lo público. En España durante décadas se ha hecho una exaltación de las privatizaciones por parte de gobiernos como el de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid. Han logrado infiltrar en el ánimo de algunas personas la idea de que lo público es feo y antiguo mientras que lo privado es flamante y mejor. Creo que todas esas campañas se han estrellado durante la pandemia. La única solución para salir adelante es reforzar unos servicios públicos igualitarios y de calidad.

La cultura como necesidad esencial

Creo que la cultura juega un papel fundamental cuando hablamos de servicios públicos. La cultura es un ingrediente de la felicidad, es una fuente de emoción, es una fuente de alegría. Nos hace felices, nos entretiene, nos ayuda cuando estamos deprimidos. Al hacer todo eso, los productos culturales nos ayudan a pensar. A pensar en nosotros mismos, en el papel que jugamos en una sociedad determinada, a pensar en el pasado, a pensar en cómo queremos que sea el futuro. No existiría el pensamiento crítico si no existiera la cultura, y en ese sentido, creo que la cultura es un ingrediente esencial de la identidad de las personas, y por eso creo que hay que ayudar a la cultura como un bien esencial, porque lo es. Una sociedad sin cultura no solo sería una sociedad más infeliz, triste y aburrida, sería sobre todo una sociedad sin identidad, más frágil y fácil de manejar.

La polarización política

Es uno de los dramas de este país y ha sido uno de los grandes lastres de la gestión de la crisis. Además, es uno de los aspectos que nos distingue de los demás países, no solo de los del resto de Europa. En un contexto de emergencia sanitaria sin precedentes, con personas muriendo, con los hospitales saturados, en todos los países del mundo ha habido pactos de colaboración, treguas, banderas blancas y ofertas de cooperación para sacar adelante al país por parte de todos los actores de la política de esos países. Menos en España, donde no ha ocurrido. Es verdad que la sociedad se ha unido, hemos visto cosas, más allá de los aplausos de las 8, que fueron muy emocionantes. La sociedad civil se comportó con mucha responsabilidad, con mucha madurez y la clase política no ha estado a la altura, especialmente la oposición. Creo que esto es algo muy característico cuando la izquierda gobierna en España. Cuando esto ocurre, la crispación está garantizada porque la derecha española siempre reacciona como si el poder se lo hubieran robado, no como si lo hubiera perdido. En esta ocasión ha sido clarísimo. A mí se me ponían los pelos de punta cuando oía la expresión “gobierno ilegítimo”, una expresión tan terrible en el pasado de nuestro país. Pero a ellos les da igual. Creo que la derecha, en un principio, vio en la pandemia una ocasión ideal para tumbar al gobierno y se dedicó a eso en vez de a solucionar la emergencia sanitaria. Si en un momento tan crítico ha pasado esto, no se me ocurre cómo se puede solucionar esto en el futuro.

Uso partidista de los fallecidos

Creo que este país tiene una tradición siniestra en sacar rédito político de las víctimas desde hace muchas décadas. En un periodo más reciente, por no remontarnos mucho más atrás, las víctimas de ETA se han utilizado sistemáticamente como argumento electoral que se echaban en cara los unos a los otros. Lo que merecen esas víctimas es respeto y solidaridad, como todas las víctimas, y no otra cosa, pero todavía parece que se intentan utilizar como moneda de cambio constantemente. Personalmente, me escandaliza mucho esto y creo que, a la mayoría de la sociedad española, que ha sido más madura, le producirá el mismo escándalo. La única forma de que esto se dejase de utilizar, sería si dejara de ser rentable electoralmente. En el momento en que se castigara a los partidos que se apropian de los muertos para lanzárselos al contrario, tal vez se conseguiría arreglar esto.

El 8M y el coronavirus

Durante muchas semanas y meses se ha echado la culpa de la extensión del virus al 8M. Yo fui a esa manifestación y me hice selfies con cien mil mujeres, y me besé con otras cien mil y no me contagié. Aquel día, realmente, es un ejemplo de la manipulación política y de una crisis tan fuerte como esta. El 8 de marzo se celebró porque representa una conquista de las mujeres. No solo en España pero sobre todo en España y en Madrid, donde se ha convertido prácticamente en la manifestación mas importante del mundo. Se celebró porque a las organizadoras y a las mujeres que llevamos muchos años yendo nos parecía un insulto que se suspendiera con el pretexto de una situación que no conocíamos. El mismo día, el 8 de marzo de 2020, viajaron en el metro de Madrid 4.800.000 personas, con eso está dicho todo. ¿Por qué las cifras de la gente que viajó en metro, que fue al Metropolitano, o a las oposiciones, o al Bernabéu, o el acto de Vox no se acaban poniendo en relación con esto? Porque realmente achacar al 8 de marzo la expansión del coronavirus en Madrid es un movimiento político para cargar contra un gobierno que ha vuelto a restaurar el ministerio de Igualdad y contra una ministra que respaldó la convocatoria y otras ministras que la apoyaron. En definitiva, es un intento de demonizar el feminismo. No tiene pies ni cabeza, pero, como dicen, difama que algo queda. Estamos viviendo unas circunstancias anormales y absurdas en este país en los últimos tiempos.

La polémica en torno a la institución monárquica

Soy republicana. Lo he dicho muchas veces y lo repetiré una vez más. Soy republicana porque creo que la única forma de estado que tiene sentido en una democracia es la república. Pero con respecto a todo este embrollo del rey emérito, los millones, las comisiones que van y vienen de países saudíes, hace unos días escribí una columna en la que decía que como argumento narrativo es interesante porque lo difícil era que Juan Carlos lo haya hecho mal. Juan Carlos I tenía absolutamente una autopista de cinco carriles para hacerlo bien y pasar a la historia de acuerdo con su papel. ¿Qué puede pasar? El peligro no está ya en los millones de los saudíes ni nada de eso. Creo que lo que ha fracasado es el relato de Juan Carlos, su imagen como padre de la democracia, intachable, ejemplar. Y cuando un relato se hunde, aunque en un principio pueda llegar a parecer que no pasa nada, a la larga, eso acabará minando el prestigio de la institución mucho más que el escándalo en sí. La pérdida de la imagen del rey emérito como referencia de democracia, de libertad, creo que a la larga será mas peligroso y más dañino para la corona que el escándalo en sí. Pero insisto, lo asombroso es que Juan Carlos no lo haya hecho bien, me parece difícil de entender, de verdad.

La unidad de la izquierda

La unidad de la izquierda fue durante muchos, muchos años el sueño de generaciones enteras de españoles. Nos pasábamos la vida hablando de la unidad de la izquierda y parecía que cuanto más hablábamos más lejos estaba, mas difícil era. Es verdad que ahora hemos conseguido por primera vez desde la transición un gobierno de coalición de izquierdas en el que está representada la tradición del Partido Comunista de España y la tradición del Partido Socialista de España. Eso no es poco. Es algo importante. Yo debo decir que, igual que he dicho antes que la derecha creía que la crisis del coronavirus iba a servir para tumbar a un gobierno frágil, yo también llegué a temer en algunos momentos por la estabilidad del gobierno. En algunos momentos me pareció que había graves problemas de comunicación. Que con demasiada frecuencia medios de comunicación poco afines podían insistir en la falta de comunicación, en la descoordinación, en la antipatía que había entre las dos mitades del gobierno. Se habló de que había dos gobiernos en realidad. Pero yo tengo la sensación de que el gobierno ha aguantado el tirón bastante bien. A pesar de la emergencia sanitaria, de lo mal que lo hemos pasado y de la crisis económica que se nos viene encima, el gobierno está ahora más sólido que hace unos meses. ¿Cómo podríamos preservar este gobierno que a muchos españoles nos hace tan felices? Con generosidad, haría falta que esta generosidad se prolongara en el tiempo, pero sobre todo con astucia y con inteligencia. Creo que lo que habría que conseguir es que la comunicación del gobierno mejorara, que tuviera mucho cuidado con la imagen que dan porque la espontaneidad y la naturalidad están muy bien. Pero cuando ya sabes que hay gente con el hacha levantada detrás de todas las puertas no está mal un poco de sofisticación.

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Una de las novelas de Dickens, Historia de dos ciudades, tiene uno de los comienzos más brillantes y fabulosos de la literatura universal de todos los tiempos: “Aquellos fueron los mejores tiempos, aquellos fueron los peores tiempos”. Creo que para el periodismo en España ahora se podría decir lo mismo. Por un lado, son los mejores tiempos, por otro son los peores. Los mejores, porque por un lado la prensa digital, con medios como infoLibre, elDiario.es, o Público, ha revolucionado el panorama de la prensa escrita tradicional. Han abierto la panoplia de posibilidades a los lectores. Creo que han hecho un trabajo muy bueno muchos medios, y no solo digitales escritos. Durante la pandemia, algunos medios se han coronado haciendo un trabajo espléndido. Pero también, estos son los peores tiempos porque cada vez hay más desaprensivos o sinvergüenzas que, porque tienen un título de periodismo, se dedican a decir que son periodistas. También es cierto que, a través de algunos medios digitales, blogs y todo este universo digital en el que es tan fácil falsificar, estos últimos tiempos de la pandemia han sido el paraíso de las fake news, de las mentiras, de la difamación en España. Creo que es un momento delicado porque el mejor periodismo está coincidiendo con el peor y parece que los periodistas más rigurosos, más honestos y más capaces de asumir riesgos son lo mismo que ciertos aventureros de la prensa o pseudoprensa.

Su próxima obra

Voy a contar algo de mi próxima novela pero que no se asusten mis lectores porque es una extravagancia. Estoy haciendo algo así como un episodio como los de mi serie Episodios de una guerra interminable, pero un episodio del futuro, porque es una distopía, una novela de anticipación. Se me ocurrió en el confinamiento, el 1 de abril del 2020. No lo olvidaré nunca. De repente, empecé a pensar cómo se sentiría una mujer de mi edad que perdía el contacto con sus hijos por la pandemia. Se me fue la cabeza y aquello creció y creció y ahora estoy escribiendo una novela que transcurre en la primera mitad del siglo XXI, pero sin determinar un momento concreto, porque es todo ficción. España se convierte en una dictadura ultracapitalista. El país entero se transforma en una empresa privada que tiene dueños, los propietarios de las grandes compañías españolas. Naturalmente, también hay unos buenos resistentes, porque en mis novelas siempre hay resistencia contra las dictaduras. Ya llevo casi 90 folios, así que novela hay. Yo al confinamiento le debo una novela, no está mal. He padecido, como todos, pero también tengo que agradecerle esto.

La escritora Almudena Grandes se encuentra en su casa de la playa, apartada de las distracciones y con escasa conexión a Internet para concentrarse en su próxima obra, que nació como idea en mitad del confinamiento. En un descanso de su escritura, hemos conseguido conversar con ella. Se mostró cariñosa, interesada en los temas y muy directa. 

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