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Nicolás Sartorius, Rosa Regás, Paco León, Ian Gibson y Carlos Saura: “We have a dream”
Un veintiocho de agosto como hoy, un hombre dijo “I have a dream” delante de otros trescientos mil. Compartiéndolo, durante dieciséis minutos, su deseo se hizo universal. Se cumplen cincuenta y ocho años de ese sueño, pero todavía no ha dejado de soñarse:
“… Los remolinos de la revuelta continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que emerja el esplendoroso día de la justicia. Hasta entonces, no debemos ser culpables de hechos erróneos. No saciemos nuestra sed de libertad tomando de la copa de la amargura y del odio. Siempre debemos conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física... A medida que caminemos, debemos hacernos la promesa de marchar siempre hacia el frente. No podemos volver atrás. No estamos satisfechos, y no lo estaremos hasta que la justicia nos caiga como una catarata y el bien como un torrente. Con la sabiduría de que, de alguna forma, esta situación puede ser y será cambiada. No nos deleitemos en el valle de la desesperación. Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad para, ojalá, llegar el día en que no haya necesidad de soñarlas”.
“Esculpiendo en la montaña de la desesperación una piedra de esperanza”, Martin Luther King proporcionó el impulso definitivo a un movimiento de derechos civiles que, recién estrenados los años sesenta, aún dividía a Estados Unidos, pero también se convirtió en símbolo y eslogan de lucha en todo el mundo: se coreó en el movimiento contra el apartheid en Sudáfrica, se inscribió en el muro de Berlín y en el construido por Israel en Cisjordania. También se blandió en pancartas durante las protestas de 1989 en la plaza de Tiananmen. La histórica declaración “I have a dream”, aún hoy, no deja de estar presente en las reivindicaciones por la libertad en el mundo, tal vez porque “hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de convivir como hermanos”.
El discurso del que sería Premio Nobel de la Paz, un año después de la Marcha en Washington, e inspirador de nuestro futuro colectivo, es un símbolo de un proceso inacabado para conseguir la libertad e igualdad efectivas de todos los ciudadanos, no solo para la comunidad negra sino para toda la humanidad. Ese espíritu también evoca los deseos que sustentan el compromiso social de algunas celebridades de nuestra cultura que, como Nicolás Sartorius, Rosa Regás, Paco León, Ian Gibson y Carlos Saura, aún tienen un sueño.
Nicolás Sartorius: “El capitalismo fenecerá cuando la humanidad comprenda que la desigualdad nos lleva a la ruina”
Mientras Martin Luther King lanzaba un mensaje de igualdad, en la escalinata del Lincoln Memorial, Nicolás Sartorius, referente del antifranquismo, del sindicalismo y de la izquierda en nuestro país, estaba encarcelado en la galería sexta de la madrileña cárcel de Carabanchel tras ser sometido a un consejo de guerra: “La cárcel es lo peor que te puede pasar porque es una forma de quitarte la vida”. Su delito: repartir octavillas para llamar a la huelga por una sanción impuesta, en mayo de 1962, a siete picadores del pozo Nicolasa de Mieres. Una revuelta que se extendió más allá de la zona minera y que acabó movilizando a trescientos mil trabajadores.
Diez años y medio después, en diciembre de 1973, el cofundador de CCOO estaría de nuevo en el banquillo como uno de Los 10 de Carabanchel acusado de subversión y organización política clandestina. Quince minutos antes de la vista y a menos de un kilómetro y medio, en la calle Claudio Coello de la capital, volaba por los aires el coche de Carrero Blanco. El proceso se pospuso unas horas. Desde el calabozo de las Salesas, los sindicalistas oían cómo una concentración de gente pedía sus cabezas. Acabaron siendo condenados a una pena que sumaba ciento sesenta y dos años de prisión. Hasta diciembre de 1975, cuando el rey Juan Carlos I firmó el indulto, tres de los condenados sólo vieron la luz entre las rejas de la tercera galería de Carabanchel.
Experto en sobrevivir a situaciones anómalas, Nicolás Sartorius advierte hoy de los desórdenes de nuestro mundo: “¿Acaso es normal que ocho grandes fortunas mundiales tengan más riqueza que tres mil quinientos millones de seres humanos? ¿Podemos hablar de normalidad cuando casi novecientos millones de personas pasan hambre crónica o mil millones no tienen electricidad o agua potable? ¿Vivimos en una situación normal cuando los altos ejecutivos ganan 270 veces más que el sueldo medio de los empleados o las mujeres cobran menos que los hombres desempeñando el mismo trabajo? ¿Es normal que en nuestro país tengamos más de un 20% de economía sumergida o que se privaticen los beneficios y se socialicen las pérdidas?”. Esperanzado en que “seamos capaces de superar las anormalidades fundamentales y establezcamos una normalidad nueva”, Nicolás Sartorius pronostica que “el capitalismo fenecerá cuando la humanidad comprenda que la desigualdad nos lleva a la ruina”.Rosa Regás: “No sé qué puedo hacer para paliar tanta doblez y tanto dolor”“Me merecen respeto muy pocas personas, admiración bastantes y ternura la mayoría. El mundo me desconcierta porque no sé qué puedo hacer para paliar tanta doblez y tanto dolor, y porque cada vez queda menos espacio para la libertad”. Ese lugar fue estrecho para Rosa desde que era niña. La Guerra Civil, un abuelo “hijo de puta que se pasó la vida haciendo daño de verdad” y una sociedad franquista y pacata, le robaron el calor de sus padres y el edén de la infancia. Creció en el exilio francés y en orfelinatos monjiles separada de sus tres hermanos, pero hizo de ellos su única patria. Se convirtió pronto en esposa y madre, sin saber lo que era ser adolescente, y logró lo que siempre quiso: “Una familia numerosa porque pensaba que, cuanto más numerosa, era más familia”.Explorando libertad, se puso el mundo por montera, rechazó dogmas religiosos y convencionalismos burgueses. Enfrentándose a la tradición y a su familia política entró en la universidad con tres hijos pequeños y acabó la carrera de Filosofía teniendo dos más. Mientras construía un universo de libros, descubrió Cadaqués como “una puerta abierta a la vida” que la invitaba a entrar en “un mundo alejado del catalanismo religioso” que la había rodeado. Su vida se convirtió entonces en una página en blanco que ella misma podía escribir. Si su sabiduría y coraje siempre se impusieron a “la desgracia de ser mujer”, su pluma se estrenó con Memoria de Almator “¿Acaso es normal que ocho grandes fortunas mundiales tengan más riqueza que tres mil quinientos millones de seres humanos?
Rosa Regás: “No sé qué puedo hacer para paliar tanta doblez y tanto dolor”
Rosa hijo de puta que se pasó la vida haciendo daño de verdadUna familia numerosa porque pensaba que, cuanto más numerosa, era más familia
rechazó dogmas religiosos y convencionalismos burgueses Memoria de Almatory, solo tres años después, en Azul narró una historia de amor y de mar que iluminó para siempre la senda de nuestras Letras.
Republicana y activista, con los ojos bien abiertos a la realidad del mundo, se acercó a los socialistas soñando “que cambiaran la educación e impusieran una escuela pública y laica”: llegó a la conclusión de que “Felipe González debe tener alma de derechas”. Con el apellido Regás grabado en un Premio Nadal, en el Ciudad de Barcelona y en el Planeta, puso un busto a Machado en Madrid mientras abría al público las puertas de la Biblioteca Nacional que dirigió durante tres años. Ni entonces ni ahora, la autora de La Canción de Dorotea ha dejado de rebelarse contra la injusticia: “A la mitad de los españoles no les horroriza la extrema derecha de ninguna manera. Y en un momento de apuro, en un momento de desorden, que les parece que la situación está un poco complicada, tampoco les asusta que sea Vox que se haga con el poder. Están convencidos de que son capaces de arreglarlo cuando la experiencia nos dice que no es así. No hay más que mirar lo que ha sido el nazismo de Alemania, lo que ha sido el fascismo de la Italia de Mussolini, lo que ha sido el franquismo y lo que están siendo algunos partidos de extrema derecha que están gobernando Europa”.
Ahora Rosa camina hacia los ochenta y ocho años deseando ver cumplido un deseo: “Haber amado más a quienes he dicho que amaba, haber defendido más a quienes tanto he presumido de haber defendido y haber trabajado más en aquello en lo que he puesto mi pasión creyendo que había llegado al límite”.
Paco León: “Contra el odio, amor. Contra la estupidez, cultura”
Le tira besos al aire porque “si perdemos el sentido del humor, ahí sí estamos perdidos”. Tal vez por ello, a sus cuarenta y seis años, la vida le devuelve tantas sonrisas como él regala desde que era niño: “Al mal tiempo, buena cara”. De casta le viene al león.
Creció entre una venta hispalense de carretera, en la que trabajaban sus padres de sol a sol, y una humilde casa en el sevillano barrio Parque Alcosa, en el que nada sobraba excepto desparpajo, afecto y alegría de los que se empapó bien. Siendo solo un crío ayudó a llevar las habichuelas a casa actuando como payaso en las comuniones de “los niños pijos”, disfrazándose de pollo publicitario en supermercados, “y trabajando en todo lo que se podía”. Ni esos circunstanciales empleos ni su timidez le impidieron nunca dejar de soñar con ser actor.
Cuatro décadas después tiene la nevera más llena, proyectos que se suceden uno tras otro, una madre y una hermana actrices de raza a las que ha impulsado al firmamento de la fama, un padre muy discreto aunque sea “el más artista de todos”, un hermano militar y una hija que no apunta maneras de ser algún día “dentista ni notaria” como a él le gustaría. También ha recogido la Medalla de Andalucía, un Goya, un Ondas, varios Fotogramas de Plata y los premios y nominaciones más importantes del cine y la televisión. Con ellos, el afecto del público y el reconocimiento de sus compañeros.
Capaz de darle la vuelta a la industria audiovisual, se permitió resucitar a la inmortal Ava Gardner para que volviera a arder Madrid y lo alabara hasta el New York Times: “La de aquella España en blanco y negro, en medio de una dictadura, en la que había una élite que vivía la dolce vita, pero en la que los protagonistas reales eran los criadosdolce vita, y su entorno porque, detrás de cada momento histórico, hay alguien haciendo las camas”. El hijo de Carmina siempre ha sabido mirar más allá. Comprometido con la defensa de la cultura, ha denunciado también la impunidad de los crímenes del franquismo como el de su bisabuelo Joaquín León, maestro en Castilleja del Campo, que fue detenido en un bar de Sevilla mientras tomaba café y, después, fue fusilado. Con la vista puesta al frente, pero sin perder la perspectiva de quienes se quedan atrás, ha dado La vuelta a la tortilla para luchar contra el cáncer mama, ha tendido la mano a Cruz Roja y ha puesto altavoz a inmigrantes explotados. Defendiendo sin peros el derecho a la libertad de expresión lo ejerza quien lo ejerza, solo responde a las provocaciones y a la oscuridad de algunos, con luz: “Contra el odio, amor. Contra la estupidez, cultura”.
Ian Gibson: “Nadie busca venganza, buscamos paz”
Como Antonio Machado en tiempo de guerra, Ian Gibson también quiso ser un hombre ligero de equipaje. Pero ni sus días fueron celestes ni vio mucho el sol en su niñez. En la memoria de sus primeros años, solo hay un luminoso color añil del barquito que su familia tenía atracado en un puerto dublinés. Aquella pequeña embarcación le alimentó el sueño de viajar para alejarse de domingos castigados a la vida: miembro de una puritana familia protestante le estaba vetado jugar, navegar, leer prensa o hacer cualquier cosa, en festivo, que implicara algún tipo de deleite. Las enseñanzas de algunos de sus extraordinarios maestros fueron las que le permitieron agarrarse a algo sólido y cambiar el rumbo de su vida. La magia del Romancero gitano Romancero gitanoy un curso de verano para aprender castellano le trajeron, en 1957, desde Irlanda a la piel de toro franquista en la que se izaba, “con prepotencia y sin ningún ánimo de concordia”, la bandera roja y gualda con el águila de San Juan.
En la Península entendió el alcance de la palabra dictadura: el miedo, el silencio como respuesta a las dudas que formulaba como “hispanista preguntón”, el escalofrío que le produjo la simbología fascista, y la actuación de “unos gigantes grises que pegaban a la gente”. Sin embargo, su idilio literario con Lorca, con el más joven representante de la generación del 98 y con El Quijote, fue tan fuerte que se estableció en nuestro país, suyo también, y aquí lleva más de cuarenta y dos años sembrando afecto y cultura.
Convencido de que “un libro te puede cambiar la vida”, el miembro de la Real Academia Irlandesa solo frunce el ceño “asqueado por los tics de la derecha sobre el desarrollo de la memoria histórica” para insistir en que es “una cuestión de justicia, de decencia y de ética. A estas alturas nadie busca venganza, buscamos paz. Si yo tuviera un abuelo en una cuneta lo buscaría para darle un digno entierro. Hasta que esto no se haga no habrá una reconciliación adecuada”. Gibson apela a la sabia invitación que nos dejó el de Campos de Castilla: “Para dialogar, preguntad primero. Después, escuchad”.
Carlos Saura: “El pasado está bien, pero hay que trabajar en el presente y proyectarse hacia el futuro”
La curiosidad le araña a cada instante. Eso le ha llevado a convertirse en uno de los cineastas más importantes del mundo. También en escritor y en fotógrafo imprescindible de nuestra Historia.
Vivir la guerra civil española entre los cuatro y los siete años le convenció de que la infancia no es sinónimo de paraíso. Su medio centenar de películas lo han dicho una y otra vez. Como el crío que fue, jugó y vivió cada día como una aventura. Pero también sintió de cerca el terror que siembran las bombas y la desesperación que lleva a un padre a quemar los muebles y las contraventanas de su propia casa para hacer frente al frío y calentar a sus hijos. Él vio al suyo hacerlo.
Aquel noviembre desastroso de 1933
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Nunca ha subestimado el poder del amor. Ni la cochambrosa miseria de la posguerra pudo privarle de enamorarse cuando apenas levantaba dos palmos del suelo. Eso le llevó a colgarse al cuello una cámara de fotos, hacer una instantánea a la niña de sus ojos y a enviársela por correo con un corazón atravesado por una flecha. Desde aquella primera vez que miró por un objetivo, no sale a la calle sin retratar nuestra memoria. Indagando en el tiempo, afirma que el nuestro es un país muy belicoso y, por eso, "no hay que olvidar nunca la guerra”.
Convencido de que en la vida "todo se debe a la necesidad y al azar", comenzó a hacer películas porque "quería contar historias". La primera, Los golfos, , no se rodó en ningún estudio sino que, improvisando mucho, se hizo en la calle. Ese retrato de la realidad de España de los años cincuenta no escapó a las tijeras del franquismo: "Es imposible llegar a ser alguien aquí". Es una de las frases de su guion, que él suscribió y que la censura mutiló cortando el negativo de la película: "Yo he podido hacer cine porque tuve éxito en el extranjero. Si no hubiera sido así no hubiera hecho más que una película. En España me habían hecho la vida imposible. Muchas personas dicen que las épocas de censura son las que agudizan más el ingenio, yo no estoy de acuerdo. Fue tremenda la total falta de libertades que vivimos durante el franquismo".
Con el hambre de aprendizaje insaciable de los genios, ni siquiera ahora que ha cumplido ochenta y nueve años, se toma muchos respiros en su taller: “Dicen que con la edad, uno pierde la memoria inmediata y recupera la pasada. Y es cierto. Yo trato de resistirme a eso. Pienso que el pasado está bien, pero hay que trabajar en el presente y proyectarse hacia el futuro. Esa es mi idea vital”. En la casa del genio la vida siempre empieza mañana: “Nunca se termina de aprender, cada día es diferente y debería ser un milagro para todos”.