“Desde tiempos del Renacimiento, ha habido un gran interés por descifrar los mensajes que esconden los jeroglíficos”, explica a este medio Antonio Pérez Largacha, profesor titular de Historia Antigua en la Universidad Internacional de La Rioja y autor de libros como Egipto en la época de las pirámides o La vida en el Antiguo Egipto (ambos editados por Alianza). “Se pensaba”, continúa, “que la escritura jeroglífica contenía secretos, la forma de encontrar tesoros ocultos, cuestiones de alquimia, etc”. Por eso se llegó a convertir en una obsesión para muchos estudiosos, que imaginaban que una civilización capaz de construir grandes templos como las pirámides habría ocultado en los jeroglíficos los más tentadores secretos de su conocimiento. “Y fueron hallazgos como el de la piedra de Rosetta los que permitieron empezar a entender esa escritura y, por ende, completar los conocimientos sobre la cultura egipcia”, apunta Pérez Largacha: “Fue la confirmación de una serie de avances que ya se estaban haciendo”. Gracias a la piedra se pudieron descifrar textos, papiros, documentos e inscripciones. “La escritura”, resume, “es crucial para saber qué inquietaba a una cultura concreta, qué pensaban sus habitantes, cómo se comunicaban y cómo lo transmitían”.
Eso sí, de tesoros y alquimia, poca cosa. “Gracias a la lectura de jeroglíficos, hemos podido aprender mucho sobre la civilización egipcia”, sonríe el profesor, “pero no contienen esos secretos ocultos de los que se hablaba desde el Renacimiento”. Sin ir más lejos, el texto que aparece en la piedra de Rosetta dista mucho de ser romántico. Pero antes de ir a ello es preciso situar el descubrimiento y definirlo.
En Los egiptos, uno de los volúmenes que componen la serie Historia Universal Asimov, el mismísimo Isaac Asimov calificó la piedra de Rosetta como el descubrimiento más relevante hasta la fecha en lo que a Egipto se refiere. Por su parte, interesó sobremanera al arqueólogo francés Jean-François Champollion y al científico inglés Thomas Young, ambos célebres por haber contribuido a descifrar los jeroglíficos que contenía la losa. Pero, ¿qué es y por qué es tan importante? Se trata de una piedra de un metro y catorce centímetros de alto por setenta y dos de ancho, y veintisiete de profundo que contiene un texto escrito en tres idiomas distintos, entre ellos el jeroglífico. Los otros dos idiomas son el demótico y el griego antiguo. “La importancia que tiene el hallazgo”, expone Pérez Largacha, “es que, aunque el que está escrito en jeroglífico es más corto que el que está escrito en demótico y este lo es más que el que está escrito en griego antiguo, el nombre de los faraones está escrito en una especie de cartuchos en los tres textos, con lo que es posible establecer equivalencias útiles para descifrar esa inscripción jeroglífica en concreto y muchas otros”. En otras palabras, esos nombres de faraones fueron la llave para abrir una gran puerta al conocimiento egipcio. “De todos modos”, matiza el profesor, “que se escribieran estelas en los tres idiomas era algo más o menos habitual, lo que pasa es que la piedra de Rosetta se ha conservado y muchas otras no”.
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Nada de tesoros ocultos
¿Qué es lo que pone, entonces, en esos textos que descubrió un destacamento del ejército francés en el año 1799 y que se convirtió en uno de los documentos más importantes de la historia? Aunque la importancia no reside, principalmente, en el contenido, “en las catorce líneas que componen el texto en jeroglífico se puede leer un decreto sacerdotal en el que se reconocía la soberanía del faraón Ptolomeo V”. Es decir, algo mucho menos peliculero, como en la gran mayoría de los casos, que lo que se llegaron a figurar aventureros y exploradores desde el Renacimiento. Los méritos del descubrimiento se los llevó el capitán napoleónico Pierre-François Bouchard, que encontró el fragmento de piedra en la ciudad de Rashid, rebautizada como Rosetta por los propios franceses. De ahí el nombre con el que la piedra ha pasado a la historia.
“Ya en el momento del descubrimiento”, señala Pérez Lagarcha, “los franceses se dieron cuenta de su importancia”. Sin embargo, también debieron de hacerlo los ingleses, que, al derrotar a Napoleón en la batalla de Abukir —en Egipto— en 1801, se la llevaron a Londres como un botín de guerra particularmente histórico. Actualmente, se trata de una de las piezas más visitadas del British Museum.
“Desde tiempos del Renacimiento, ha habido un gran interés por descifrar los mensajes que esconden los jeroglíficos”, explica a este medio Antonio Pérez Largacha, profesor titular de Historia Antigua en la Universidad Internacional de La Rioja y autor de libros como Egipto en la época de las pirámides o La vida en el Antiguo Egipto (ambos editados por Alianza). “Se pensaba”, continúa, “que la escritura jeroglífica contenía secretos, la forma de encontrar tesoros ocultos, cuestiones de alquimia, etc”. Por eso se llegó a convertir en una obsesión para muchos estudiosos, que imaginaban que una civilización capaz de construir grandes templos como las pirámides habría ocultado en los jeroglíficos los más tentadores secretos de su conocimiento. “Y fueron hallazgos como el de la piedra de Rosetta los que permitieron empezar a entender esa escritura y, por ende, completar los conocimientos sobre la cultura egipcia”, apunta Pérez Largacha: “Fue la confirmación de una serie de avances que ya se estaban haciendo”. Gracias a la piedra se pudieron descifrar textos, papiros, documentos e inscripciones. “La escritura”, resume, “es crucial para saber qué inquietaba a una cultura concreta, qué pensaban sus habitantes, cómo se comunicaban y cómo lo transmitían”.