Ayuso defiende el “periodismo de raza” (¡cuerpo a tierra!)

Isabel Díaz Ayuso ha aprovechado el discurso institucional del Dos de Mayo, Día de la Comunidad de Madrid, para erigirse en defensora del “periodismo de raza” (escuchar aquí). Lo ha hecho utilizando el nombre de la recién fallecida Victoria Prego, cronista de la Transición respetada y venerada en el oficio por su calidad profesional y humana, con quien yo mismo discrepé en asuntos políticos y periodísticos, pero siempre desde el cariño y el respeto. Esto último, respeto, es lo que no muestra la presidenta de las y los madrileños cuando tiene la desfachatez de acusar al Gobierno de pretender “acabar con la libertad de prensa”. Como suena. ¿Qué entiende Ayuso por periodismo de raza y por libertad de prensa cuando mantiene en su cargo y función a Miguel Ángel Rodríguez (MAR), director de su gabinete y presunto cerebro de su estrategia política, después de amenazar directamente a Esther Palomera, compañera de elDiario: “os vamos a triturar, vais a tener que cerrar”? (ver aquí)

Es obviamente una pregunta retórica. Ayuso tiene una manifiesta incompatibilidad con la verdad, y lo viene demostrando desde el primer minuto de su carrera política, cuando ya mintió sobre el caso Avalmadrid y sus intereses familiares (ver aquí); siguió haciéndolo en plena pandemia cuando se instaló en un apartamento de lujo de su amigo Sarasola (ver aquí); también sobre la comisión de su hermano en la compra de mascarillas decidida por el Gobierno de la comunidad que le costó a Casado la presidencia del PP (ver aquí); continuó mintiendo (y no se cansa) sobre los protocolos de la vergüenza que prohibieron el traslado de ancianos desde las residencias a los hospitales y que costaron al menos 4.000 vidas (ver aquí); y ha mentido reiterada y solemnemente en todo lo referido a los dos delitos fiscales admitidos por su pareja, González Amador (ver aquí).

A menudo Ayuso ejerce (inspirada por su ilustre asesor MAR) como avanzadilla del discurso de las derechas, cuando no marca directamente la estrategia del PP ninguneando a Feijóo. Es lo que ocurre ya respecto a esa reflexión sobre la necesidad de una “regeneración democrática” lanzada por Pedro Sánchez de forma insólita y para muchos incomprensible con cinco días de “tiempo muerto” y de temblores en el PSOE y en el resto de la izquierda. Ayuso, y a su estela derecha y ultraderecha, pretenden aparecer y ejercer como defensores radicales de la libertad de prensa y de la independencia judicial. 

¡No se ría nadie! (mínimamente informado). Como lo leen: Feijóo, el mismo que durante tres legislaturas en Galicia ha mantenido un férreo control político en la televisión pública (ver aquí) y un permanente abrevadero de inyección económica a los medios afines (una inmensa mayoría), clama ahora ante la supuesta intención de Sánchez y su gobierno de liquidar la libertad de prensa en España. Ayuso, que lleva años subvencionando con el dinero de todos, desde la Comunidad o desde el Canal de Isabel II (ver aquí datos concretos), a cabeceras que ejercen como altavoces y algunas directamente como propagadoras de bulos, sin respetar siquiera los tramposos criterios de audiencia, pretende disfrazarse ahora de amazona dispuesta a luchar sin descanso por la protección de un “periodismo de raza”. Prefiero no bromear sobre el concepto de “raza” que puede tener nuestra votadísima presidenta (y periodista titulada, por cierto).

La cosa es seria. Pasados sólo tres días desde que conocimos la decisión de Pedro Sánchez de continuar tras su “tiempo muerto”, uno de los análisis más repetidos por dirigentes de la oposición y por numerosos comentaristas políticos tiene dos patas: por un lado, todo ha sido una “jugada estratégica” o “pirueta táctica”, “cosa de adolescente”, de modo que Sánchez no tenía la menor intención de irse cuando hizo pública su Carta a la ciudadanía; por otro, se le reprocha ese llamamiento a la reflexión para abordar una “regeneración democrática” sin presentar de inmediato, ¡pero ya!, en el consejo de ministros del martes, leyes concretas que recojan esa regeneración democrática. Sinceramente, yo no sé si ha habido o no un componente “estratégico” en el “parón” de Sánchez, pero tampoco entiendo que se le acuse a la vez de no lanzar el mismo lunes o al día siguiente propuestas concretas y detalladas. Obviamente eso sí que sería una demostración de la falsedad de la Carta y de la intencionalidad de marcar una iniciativa de reformas concretas.

Pero voy más allá. Incluso si asumiéramos lo ocurrido como pura “estrategia”, pregunto: ¿es más defendible la estrategia de crispación y de deslegitimación ejercida por las derechas cada vez que gobierna la izquierda desde los años 90 (ver aquí) que la que plantea un debate público y abierto sobre la calidad democrática, la necesidad de resolver el vergonzoso bloqueo del Poder Judicial o la urgencia de poner freno a la desinformación, los bulos y ese ecosistema mediático condicionado y distorsionado a costa además de dinero público?

Se puede y se debe abordar con valentía la lucha contra la desinformación. No tiene por qué afectar en absoluto a la libertad de prensa y al derecho a la información protegido en la Constitución e intocable en una democracia. ¿Por qué algunos se ponen tan nerviosos cuando se habla de transparencia y de dejar de alimentar la ‘guerra del clic’?

Desde el mundo judicial y desde el mediático ha habido de inmediato una reacción a la defensiva, con sesgos incluso corporativistas, advirtiendo de los riesgos que puede suponer cualquier intento de “interferir” en el ámbito de la justicia o del periodismo. A uno le sorprende (o no tanto) que no haya habido reacciones contundentes desde ambos ámbitos y desde hace muchos años ante, por ejemplo, el bloqueo del PP en el Poder Judicial o los atropellos a partidos y personas (Podemos, Pablo Iglesias, Mónica Oltra, Ada Colau o Juan Carlos Monedero, por ejemplo) que se han producido desde juzgados concretos y desde cabeceras concretas (ver aquí). O desde el mismísimo ministerio del Interior contra formaciones independentistas. De aquellos barros…

En lugar de reaccionar aplicando de nuevo la crispación a la conversación abierta sobre “regeneración”, sería no ya deseable sino exigible que se vayan planteando, sin precipitaciones pero sin pausa, ideas y propuestas que sirvan para recuperar el crédito de la política, de la judicatura y del prensa. Porque se trata de parar el deterioro democrático, y quien niegue que se está produciendo más vale que eche un vistazo a decenas de encuestas, estudios académicos, o que simplemente escuche una sesión de control en el Congreso, una conversación de cafetería con la tele puesta o navegue un rato por las redes sociales. Entran ganas de hacerse (todavía) portugués. ¿Debe intentarse un consenso lo más amplio posible para esas reformas? Por supuesto. Y Sánchez debe en algún momento citar a Feijóo y plantearle la batería de acuerdos que proceda, con disposición a cesiones. Pero el mantra del consenso no puede servir a la derecha para bloquear eternamente lo que se le antoja o le interesa. Si sigue parada o con amagos de retroceder, una mayoría parlamentaria progresista debe intentar avanzar.

En lo que uno tiene más cerca, sólo apuntar que se puede y se debe abordar con valentía la lucha contra la desinformación. No tiene por qué afectar en absoluto a la libertad de prensa y al derecho a la información protegido en la Constitución e intocable en una democracia. Se trata en primer lugar de autorregularnos en este oficio para que pueda quedar claro simplemente lo que es periodismo y lo que no, lo que es un medio de comunicación y lo que son altavoces especialistas en bulos o en el puro espectáculo: no se trata de silenciar ni prohibir nada, sino de distinguir una cosa de otra. No caigamos en la trampa de hablar de “noticias falsas”. Si algo es falso, no es noticia. Y si se comete un error, se admite y se corrige. Eso refuerza la credibilidad, no la debilita. Y por supuesto que hay criterios tanto para distinguir el ejercicio digno de este oficio de servicio público de los mercenarios que lo ensucian permanentemente y que además intentan trasladar que todos somos iguales, “cada cual con su pesebre”. Eso se resuelve con transparencia máxima (ver aquí), y con criterios comprobables a la hora de distribuir y controlar recursos públicos y publicidad institucional. Hay propuestas concretas en el Reglamento Europeo de Libertad de los Medios de Comunicación (ver aquí); o en la Ley de Servicios Digitales que ya ha comenzado a aplicarse (ver aquí); o en las que defienden los Colegios Profesionales de Periodistas (ver aquí). ¿Por qué algunos se ponen tan nerviosos cuando se habla de transparencia y de dejar de alimentar la ‘guerra del clic’?

Desde el Europarlamento se lanzan campañas de concienciación a los jóvenes con un lema muy significativo: “la democracia no está garantizada”. En Europa. Tampoco en España. Y los riesgos no están precisamente en abrir debates sobre “regeneración”, sino más bien en la constante deslegitimación de quien gobierna, en el incumplimiento flagrante de la Constitución sobre el Poder Judicial o en el fomento de un ecosistema mediático distorsionado, sesgado e invadido por bulos y difamaciones. 

¿Periodismo de raza? Uno se conformaría con la defensa y protección del periodismo a secas. Sin apellidos.

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