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Los pactos y los vetos se adueñan de la campaña catalana sin suma a la vista para la gobernabilidad

Lo de Euskadi como oportunidad para Sánchez, para Díaz… y para España

Entre los muchos análisis que estos días leemos y escuchamos sobre los resultados electorales en el País Vasco abundan las alusiones al “porqué” del ascenso de Bildu, de la resistencia del PNV, de la subida del PSE o de la ajustadísima presencia de Sumar. Es arriesgado opinar sobre los movimientos o transferencias de voto sin conocer aún lo que dice la única herramienta mínimamente fiable: los estudios postelectorales. Lo que sí podemos (asumiendo también el riesgo de equivocarnos) es asumir lo irrefutable de los resultados mismos (ver aquí) y plantear algunas consecuencias que suponen a mi entender una oportunidad política de futuro para el PSOE de Sánchez, para la izquierda de Yolanda Díaz (si esta lograra reconducir su liderazgo) y para la fortaleza democrática en España.

Me explico (o al menos lo intento).

  • Tanto el apoyo obtenido por el BNG en las recientes elecciones gallegas como el récord de voto al nacionalismo vasco (70%) en las del domingo en Euskadi confirman con cifras contundentes lo que ya sabíamos, por mucho que en la burbuja madrileña y en otras latitudes del Estado siga existiendo una tendencia marmórea a negar la realidad: España es plurinacional. Deberíamos empezar por aparcar el debate nominalista: llámese plurinacionalidad, o federalismo profundo o Estado autonómico 3.0. Lo importante sería aceptar que estos resultados, sumados a los que se vienen produciendo desde hace décadas en Cataluña, con oscilaciones y gradaciones diferentes pero bastante estables, definen una España plural y diversa, con al menos tres territorios en los que el sentimiento nacional está firmemente arraigado. Los sectores conservadores de la política y la justicia nunca han querido interpretar el eufemismo “nacionalidades”, utilizado en la Constitución del 78, en un sentido más cercano al de “nación” que al de “región”. Por el contrario, las derechas defienden desde hace tiempo un proceso más bien recentralizador. Una izquierda federalista moderna y europeísta está obligada a asumir esa realidad, queramos o no plurinacional, bajo el paraguas de una Europa a la que ya hemos cedido más competencias como Estado que a las propias comunidades autónomas
  • Continuamos recordando resultados. Ni Zapatero tras las elecciones de 2008 ni Sánchez después del 23 de julio pasado habrían podido ni de lejos gobernar sin el voto obtenido por el Partido Socialista en esos tres territorios, pero muy especialmente en Cataluña. Es comprobable el hecho del llamado “voto dual”, es decir, que centenares de miles de electores catalanes, vascos o gallegos no votan lo mismo en las citas autonómicas que en las generales (lo mismo ocurre en el resto de comunidades, pero no de forma tan acentuada al no existir partidos nacionalistas tan sólidos). Hay un electorado progresista que, cada vez más a la vista de los comicios recientes, opta en las autonómicas por siglas nacionalistas y en las generales por el PSOE u opciones a la izquierda de los socialistas (ya fuera Izquierda Unida en su día o después Podemos o Sumar). En cualquier estudio postelectoral aparece como una de las prioridades de ese voto la de frenar las posibilidades de gobierno de una derecha considerada retrógrada.
  • Sabemos también que tanto el BNG en Galicia como Bildu en Euskadi han obtenido un éxito rotundo sobre al menos tres premisas: trabajar un proyecto a largo plazo, ocuparse de problemas prioritarios para la ciudadanía y hacerlo sin fracturas ni ruido interno (ver aquí). Ambas formaciones han cosechado mucho voto que en su día estuvo en la izquierda a la izquierda del PSOE. Y ambas han dejado en muy segundo plano sus reivindicaciones identitarias para plantear una agenda social volcada en la vivienda, la sanidad, la educación, la dependencia o la lucha contra la precariedad y la desigualdad. 

El PSOE de Sánchez no puede seguir atemorizado ante la necesidad de defender una idea (realidad) plurinacional de España en Almagro o en Sevilla o en Valladolid. Ese mantra antiguo solo sirve para fortalecer el nacionalismo españolista del PP y Vox, ese “¡a por ellos!” que tanto daño ha hecho a la convivencia

  • Si contemplamos lo ocurrido en Galicia y en Euskadi y lo que se avecina en Cataluña en términos de oportunidad es porque pocas veces se ha producido un ciclo electoral en España en el que los datos de la gestión económica de un gobierno progresista sean tan indiscutibles (como que ya ni la derecha los discute) y a la vez se asiente una apariencia de debilidad de ese Gobierno, atizada por una estrategia de crispación intencionada y galopante desde las derechas políticas y mediáticas. Hemos sostenido ya más de una vez en este Buzón (ver aquí) que se echa en falta una exposición por parte de Sánchez de un proyecto de país claro y ambicioso, que conecte con esta nueva época de la España plurinacional, que levante la mirada por encima de la pared de cada cita electoral. El hecho de marcar una hoja de ruta, con un objetivo de Estado, rebajaría mucho esa sensación tan exprimida por las derechas de que Sánchez gobierna con una dependencia total de los votos de Puigdemont o de las exigencias de ERC (seguimos a la espera de que alguno de los altavoces que tanto lo pregonan publique el supuesto “pacto secreto” que Sánchez tiene con Bildu, o sea ETA para ellos, desde la misma noche del 23J). 
  • El PSOE de Sánchez no puede seguir atemorizado ante la necesidad de defender una idea (realidad) plurinacional de España en Almagro o en Sevilla o en Valladolid. Ese mantra antiguo solo sirve para fortalecer el nacionalismo españolista del PP y Vox, ese “¡a por ellos!” que tanto daño ha hecho a la convivencia. Sé que la apuesta es compleja, pero también creo que hace tiempo que llegó el momento de abordarla, y que sería una evolución coherente desde la famosa y semiolvidada Declaración de Granada, claramente federalista y partidaria de explorar las máximas posibilidades de autogobierno de las comunidades llamadas “históricas” (ver aquí). De lo que seguramente están hartos en Almagro, en Sevilla o en Valladolid es de discursos engañosos o incoherentes, y está por ver si una defensa valiente de una España plurinacional capaz de convivir desde el respeto democrático no convence también en amplias capas de la ciudadanía en el resto de comunidades. Se insiste en que el electorado socialista es heterogéneo y en que hay una parte muy sensible a los reproches que predican un García Page o un Lambán. Hace tiempo, en mi opinión, que se produjo la fractura del viejo PSOE (el de Felipe, Guerra, Corcuera y compañía) y el de ese “sanchismo” que tan de los nervios tiene a un arco en el que se incluyen desde el propio González a Cebrián, Feijóo o Marchena. 
  • A la izquierda del PSOE no hace falta convencerla de ese proyecto plurinacional para España. Lo lleva en su ADN cada formación del movimiento Sumar y también las que se han quedado fuera. El problema de ese espacio no es de discurso sino de liderazgo, de credibilidad, de unidad. Y el momento es más que delicado. Yolanda Díaz tiene hoy el reto de resetear su proyecto y dotarlo de la fortaleza que no ha demostrado en ninguna de las elecciones celebradas desde su nacimiento o asumir el fiasco de haber defraudado las enormes expectativas creadas. Nadie dijo que fuera fácil, ni ninguno de los implicados se lo ha puesto sencillo, pero al final la responsabilidad en el éxito o el fracaso será suya. Se equivocan, a mi juicio, quienes desde el PSOE hagan la cuenta fácil de que todo lo que pierda Sumar lo ganará Sánchez. No es cierto. Nunca lo ha sido. Si Sumar fracasara a medio plazo, una parte importante se iría a otras siglas o a la abstención. Mala cosa para un proyecto de progreso.
  • Hay quienes consideran que defender desde posiciones progresistas una España plurinacional es ceder ante el independentismo. No dicen eso los datos. La suma récord del voto nacionalista en Euskadi coincide con el momento más bajo de apoyo al independentismo en esa comunidad (ver aquí), del mismo modo que el apoyo al separatismo en Cataluña cae históricamente cuando impera el diálogo en lugar de la confrontación desde el Estado.

Concluyo. Estos tiempos de ruido e incertidumbre necesitan referencias políticas rigurosas y creíbles. Cuanto más se acerquen a la realidad, a la racionalidad, y más se alejen del puro teatro y del recurso a las tripas, más posibilidades (creo) de captar a una parte de la ciudadanía desconfiada y harta de eslóganes de corto alcance. Las fuerzas progresistas tienen la oportunidad de leer los resultados en Galicia, en Euskadi y los que se produzcan en Cataluña como clave de un proyecto de Estado, de cercanía a la realidad de estos años veinte del siglo XXI, de una nueva época que deja en el retrovisor a unas derechas (y alguna supuesta izquierda) empeñadas en negar esa realidad.

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