El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Intelectuales liberales, militantes ultraderechistas
La campaña y victoria electoral de Gabriel Boric ha sido crucial en muchos sentidos: en términos geopolíticos, resulta importante como victoria ante la ultraderecha que da un impulso moral a la izquierda lationamericana; en términos estratégicos, ofrece nuevas maneras de construir coaliciones y organizarse a diferentes movimientos políticos; en términos simbólicos, representa el primer triunfo de un partido a la izquierda del Partido Socialista de Chile, el primero desde el fin de la violenta dictadura de Pinochet.
No obstante, los eventos de las últimas semanas resultan relevantes para el debate público de nuestro país por otro motivo: han demostrado que una buena parte de la intelligentsia liberal de nuestro país se siente más cómoda con un candidato ultraderechista que con un líder estudiantil de izquierdas.
Probablemente, el primer nombre que viene a la mente al leer el título del artículo es el de Mario Vargas Llosa. Para comprender las posiciones de cualquier intelectual, uno ha de analizar su trayectoria, en su caso marcada por la clásica “fe del converso” —la de alguien que pasó de firmar manifiestos en defensa de milicias izquierdistas o la revolución cubana a ser seducido por la figura de Margaret Thatcher durante su paso por el Reino Unido—. Pese a ello, resulta difícil comprender cómo alguien capaz de escribir y describir en La Fiesta del Chivo los horrores de las torturas y desapariciones de las dictaduras derechistas (en este caso, del régimen de Trujillo) pueda hoy defender a un candidato no solo vinculado familiarmente al régimen de Pinochet, sino que también reivindica su figura, rechaza describirle como un dictador y defiende indultar a torturadores. Este apoyo a candidatos como Kast en Chile o Keiko Fujimori en Perú ha comenzado a pasarle factura fuera de nuestro país: por ejemplo, en Francia, diferentes medios de comunicación han reabierto el debate en torno a la idoneidad de Vargas Llosa como miembro de la Academia Francesa debido a sus vínculos con gobernantes responsables de asesinatos y violaciones de los derechos humanos.
Así, en una pieza sobre Vargas Llosa, The Economist argumentaba que en un contexto en el que “muchos latinoamericanos que se autodenominan liberales son en realidad conservadores o libertarios”, su figura representaba un importante faro para hacer atractivo ese liberalismo político. El tiempo ha terminado por demostrar que Vargas Llosa no era, al menos en ese sentido, excepcional: tan solo otro conservador.
Una buena parte de la 'intelligentsia' liberal de nuestro país se siente más cómoda con un candidato ultraderechista que con un líder estudiantil de izquierdas
Por otra parte, resulta interesante examinar el segundo grupo: el de los “economistas liberales”. Estos economistas cercanos al anarcocapitalismo, sobrerrepresentados en los medios de comunicación españoles en relación con su relevancia académica, cerraron filas en torno a la figura de Kast. Es el caso de dos de sus popes: Daniel Lacalle y Juan Ramón Rallo. El primero, guía del programa económico del Partido Popular de Pablo Casado, lamentó la victoria de Boric argumentando que el problema no era “el cocinero [sino] la receta”, refiriéndose al socialismo. En la misma línea, Rallo afirmaba en una columna en La Razón que:
“Los chilenos que hayan acudido a votar este domingo ya habrán decidido a estas alturas si dan su respaldo a un proyecto económico que puede revigorizar el crecimiento del país respetando la libertad económica de sus ciudadanos o si, en cambio, han ratificado un proyecto estatalizador que abocará a Chile a un progresivo proceso de esclerotización social y económica”.
El apoyo por parte de supuestos anarcocapitalistas, presuntamente preocupados con la intromisión del Estado en la libertad individual, a un candidato ultrarreligioso que ha apoyado sistemáticamente la prohibición del aborto y el refuerzo del control migratorio, y que ha impulsado una campaña basada en la ley y en el orden, demuestra una vez más la noción de libertad que tienen estos economistas. Quizás una no tan alejada de la del propio Pinochet.
El apoyo de estos intelectuales liberales al ultraderechista Kast pone de relieve dos realidades: en primer lugar, una quizá más evidente, que es el hecho de que muchos intelectuales reaccionarios o anarcocapitalistas disfrazan su agenda bajo el velo de un liberalismo nominal. Esto, por supuesto, no resulta nuevo (particularmente en nuestro país). En segundo lugar, quizás más preocupante, está la docilidad presente entre los “verdaderos” intelectuales liberales españoles. Así como la izquierda en ocasiones se excede en su crítica interna, observamos el fenómeno contrario entre liberales que, por cobardía o por dejadez intelectual, no alzan la voz o la pluma para cargar contra compañeros que entre un demócrata y un ultraderechista, deciden optar por el segundo. Un verdadero liberal no callaría ante esta situación.
Amigos liberales: la pelota está en vuestro tejado.
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