Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
General Francisco Franco VC (II)
Los lectores de este periódico pudieron apreciar en artículos que se extendieron durante varios meses la significación implícita en el curioso episodio de la Cruz Laureada que Franco no consiguió. También cómo apareció en ellos en plan joven capitán adulador, mentiroso y desprovisto de escrúpulos éticos y morales. Ahora bien, dado que la experiencia muestra que ni hay historia definitiva ni historiador definitivo, y esto se aplica igual a servidor que a cualquier otro, ahora puedo decir algo más sobre el inolvidable general. Afortunadamente, ya lo adelanto, no tengo que desdecirme.
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En 2015, es decir hace siete años, publiqué un libro, La otra cara del Caudillo. El ya mencionado Sr. Esparza Torres dice que lo ha leído. Como trabajo de historia, con apelación a documentos de archivo y a una abundante literatura secundaria, española y extranjera, mostré algunos de los rasgos que me parecieron más importantes de la personalidad de Franco: narcisista, traidor a la Corona, accesible a los aduladores y feroz defensor del Führerprinzip.
Sin embargo, lo que más llamó la atención de los lectores, a juzgar por las ventas de la obra, fue mi acusación a Su Excelencia Jefe del Estado (SEJE) de haberse hecho con una fortunita durante los años de la guerra civil por medios entonces todavía poco aclarados.
Debo recordar mi tesis con una fórmula que –admito– era, y es, bastante dura: mientras los jefes, oficiales y soldados del Glorioso Ejército Nacional hacían frente a la parca o a graves heridas en las trincheras; mientras unos morían y otros se desangraban en ellas o en los hospitales de la retaguardia; mientras muchos hervían en el fervor de multitudes y de griteríos inmensos de “¡Viva Franco! ¡Arriba España!”, su idolatrado guía y conductor, made in and by Spain, se dedicó, con fruición, a forrarse el riñón. Como ya había hecho y seguiría haciendo a su vez el propio Hitler con respecto al supuesto Reich de los mil años.
La noción de un enriquecimiento subrepticio no era nueva. Ya lo habían indicado algunos historiadores como Sir Paul Preston. También lo habían insinuado ciertos periodistas (a uno de los cuales el ilustre colaborador de la FNFF fulmina con su desprecio). A mí me llamó Javier Otero, entonces de la revista semanal Tiempo. Este publicó, entre otros, un documento que había encontrado en el CDMH de Salamanca. Procedía de los fondos de la FNFF. El gran hagiógrafo de SEJE, y utilizador en exclusiva de ellos durante muchos años, el profesor Luis Suárez Fernández, no lo mencionó. Quizá escapó a sus avizores y puntillosos ojos. O tal vez lo desdeñó. O en tal silencio tradujo su ilimitada admiración por el inmortal Caudillo. Lo mismo ocurrió con los biógrafos a que he aludido en el artículo anterior.
Desde luego hay que agradecer al profesor Suárez Fernández y a la FNFF que no eliminaran del inventario dicho documento. No estaba antes, en contra de lo que afirma el Sr. Esparza Torres, en un archivo público, sino en otro que era todo menos ello. El de la Casa Civil de SEJE. Que se sepa, fue un coto cerradísimo, como también lo fueron durante mucho tiempo todos los archivos de la dictadura. ¿Cómo hubiera podido ser diferente?
Hoy el documento en cuestión puede consultarse tanto en la FNFF como en el CDMH. Además, lo reproduje en mi libro. Ponía de manifiesto que al 31 de agosto de 1940 Franco tenía saldos en diversas cuentas bancarias por un total de 34.302.855,28 pesetas. Naturalmente, se indicó el oportuno desglose y se mencionaron conceptos de (una posible) asignación (en el sentido hacendístico del término). Desgraciadamente su empleo no quedó demostrado documentalmente. Una casualidad.
Por ejemplo:
Huérfanos de la guerra (689.923,81 pesetas); Fondo de España (11.303,88); Donativos para indígenas (56.540,18); Reconstrucción del Alcázar (258.373,71)
En su honor he de decir que el Sr. Esparza Torres hace una críptica referencia a las mismas. Servidor ignoraba, e ignora, si las posibles asignaciones anteriores se encaminaron a los destinatarios mencionados o no.
Ahora bien, el grueso estaba indubitablemente a la disposición de SEJE. Es decir, al libérrimo arbitrio del general Franco VC quedaron sumas nada despreciables:
Banco de España, Madrid, 9.931.504,02; id. Burgos, 215.567; Hispano Americano, 6.060.000; Español de Crédito, 6.075.000; Bilbao, 3.000.000; Mercantil, Madrid, 468.501,80.
Finalmente, hubo un concepto que hay que reproducir si no en letras de oro (algo imposible en este medio digital), sí en itálicas y negritas:
Importe total de venta de café: 7.536.140,88
Servidor aplicó los coeficientes de equivalencia calculados por el profesor José Ángel Sánchez Asiaín, especialista en los numerosos perfiles financieros de la guerra civil y, encima, banquero de renombre. Los transformé en euros de nuestros días (2010), antes de que estallara la oleada inflacionista que nos asola.
El documento en cuestión ponía de manifiesto que al 31 de agosto de 1940 Franco tenía saldos en diversas cuentas bancarias por un total de 34.302.855,28 pesetas
El total de fondos equivalía a 388 millones de euros. No hago de este importe cuestión de gabinete. 34 milloncetes de las entonces nuevas pesetas “nacionales” no eran, en cualquier caso, moco de pavo. Esto puede afirmarse teniendo en cuenta el nivel de retribuciones de la época y también en particular para el caso de los generales. Lo subrayé. Para llegar a tal suma Franco hubiera necesitado muchos, muchos años.
Así pues, lo que hice fue indagar cómo el ya capitán general Francisco Franco VC habría podido acumular tal fortuna en cuatro años, de los cuales casi tres de guerra civil, con los emolumentos que le correspondían por razón de sus numerosos e importantísimos cargos en el servicio de la PATRIA.
Algunos renglones por los que se nutrió tal fortuna los indicó la propia documentación. Por ejemplo, un sueldecillo (perdón, “donativo”), que, le pasaba mensualmente (aunque no sabemos desde cuándo) la Compañía Telefónica Nacional, de propiedad norteamericana (el Sr. Esparza Torres afirma que para que no la nacionalizara, pero lo escribe sin la menor prueba. Cuando se hizo años más tarde, las condiciones ambientales eran muy diferentes). Otros ingresos (por un importe de 60.000 y 75.000 pesetas) fueron en razón de devengos de intereses de depósitos bancarios durante seis meses al 2 o 2,5 por ciento anual (algo perfectamente legítimo). También se mencionaron 34.326,37 dólares en una cuenta en el Banco Espíritu Santo y Comercial de Lisboa.
Hombre supuestamente generoso, Franco había hecho donaciones a su vez, aunque daban la impresión de ser más bien de risa. Por ejemplo, 3.510 pesetas a la priora en el convento de las Madres Agustinas y a 36 personas más. Se trataba, pues, de auténticas migajas, pero a lo mejor fueron una instantánea en un solo momento y a lo largo de los años de guerra la munificencia de SEJE alcanzó a muchos más. Yo no encontré más documentos al respecto y el Sr. Esparza Torres tampoco, aunque no sé si buscó con mayor éxito que servidor en los archivos correspondientes.
Javier Otero me preguntó de dónde podrían haber salido aquellos siete millones y medio de pesetas que he puesto en negritas.
Quien esto escribe había dirigido en la segunda mitad de los años setenta una larga y compleja investigación sobre política comercial exterior en España entre 1931 y 1975. Con base en fondos documentales había abordado específicamente el período 1936-1959 junto con otros compañeros. Entonces me había sumergido durante un par de años en los archivos de Exteriores, Presidencia del Gobierno, Banco de España, IEME (Instituto Español de Moneda Extranjera: autoridad monetaria exterior dependiente del ministro de Comercio) y Hacienda, amén de algunos otros. Quizá, naturalmente, el Sr. Esparza Torres haya estudiado también temas tan prosaicos. En su larga relación de obras, sin embargo, no he visto ninguno que se acerque al asunto de nuestra investigación.
Me llamó la atención que en agosto de 1940 la cuantía de los ingresos por café fuese claramente superior a la de los restantes renglones, salvo el saldo que el general Franco VC mantenía en la Central del Banco de España. Me devané los sesos sobre cómo obtener documentación complementaria para esclarecer la cuestión. Personalmente no me imaginaba a Franco, “salvador de la Patria”, abriendo una tiendecilla en Salamanca o en Burgos (naturalmente por persona interpuesta) para ofrecer café a granel al público combatiente y/o a sus familiares. Que lo hiciera utilizando otros medios (vía camiones militares, por ejemplo) me parecía complicado, aunque en plan puntilloso documenté que sí lo hizo para distribuir regalos a sus generales, sus ministros, sus eclesiásticos, etc. en forma de obsequios. Vino, café y tabaco, a veces en grandes cantidades. Me pregunté si no habría querido inducir a la propagación del cáncer de pulmón entre algunos de ellos.
En todo caso pensé que podría haber vendido café a través de una compañía (¿de responsabilidad limitada?) gestionada por un sicario. Era más verosímil, pero ¿cómo demostrarlo?
Entonces servidor vivía en Bruselas (donde sigo) y en ocasiones había tenido que acudir a amigos y alumnos de la UCM (de la que ya me había jubilado) para que hiciesen búsquedas en algunos archivos españoles. Todavía no se conocía la pandemia, pero no quería dejar sola a mi familia. Uno de mis ayudantes (especializado en el trabajo de archivos y que me había recomendado el profesor Julio Aróstegui) sugirió explorar uno que ya conocía. En su opinión, podría ser interesante. Se trataba del Archivo de Palacio. Luego tuvo que abandonar la tarea y un alumno mío de doctorado se ofreció a continuarla.
El éxito colmó y superó mis expectativas. En tal archivo se conservaba (e imagino que sigue conservándose) lo que quedaba de los fondos de la Casa Civil de SEJE. No tuve que esperar demasiado a que apareciera documentación que aclaraba lo que significaban las ventas de café y que explicaban cómo se las apañó SEJE para incrementar su ya notable fortunita. No tengo la impresión de que el Sr. Esparza Torres la haya estudiado, pues no menciona un solo dato concreto salvo las cantidades globales indicadas.
Tampoco parece haberse puesto al día para desentrañar el significado de la organización que hubo detrás. Esto es sorprendente porque los militares, aparte de combatir heroicamente cuando es necesario, suelen prestar atención a la organización y a la logística. En este plano, en la entonces Secretaría General (encabezada en un principio por Nicolás Franco Bahamonde, no una casualidad), con un secretario y ayudante de campo que era su propio primo hermano (el posterior teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo, tampoco una casualidad), rodeado de jefes y oficiales de fidelidad a toda prueba (a algunos de los cuales conocía de sus estancias en Canarias y Marruecos -servidor mencionó nombres concretos) se había montado una sección muy particular. Era la receptora de los numerosos donativos que se hacían a la “Sagrada Causa Nacional” (como también se la denominaba y que ha dado título a un trabajo sobre la represión franquista realizado por Francisco Espinosa). La abreviaré por SCN.
Pues bien, en fondos documentales que después de la guerra se trasladaron a la Casa Civil de SEJE se encontraban papeles que muestran cómo funcionó la ya denominada Sección de Donativos del Cuartel General del Generalísimo. Albergaba evidencias relacionadas con cuentas bancarias a nombre de Franco. Empezó a funcionar en el mes de octubre de 1936. A juzgar por lo que escribió, el Sr. Esparza Torres no se dignó echarles ningún vistazo.
A las pocas semanas de que sus conmilitones auparan a Franco a la más elevada dignidad del Estado naciente se ordenó ya una transferencia a tales cuentas. Es posible que se destinara a gastos reservados o (un mero ejemplo) adquirir preservativos para sus soldados, pero no encontré la menor constancia de para qué fin.
Con tal Sección el ya Generalísimo Francisco Franco VC se había dotado de un mecanismo administrativo que en la turbamulta del período no llamaría demasiado la atención. Sus responsables “reasignaron” más donativos a las cuentas de Franco. Sin alharacas. Sin intromisión de ojos curiosos.
Por desgracia, la contabilidad de aquella época ha desaparecido. Quizá una casualidad. Puntillosos, eso sí, los funcionarios encargados de la custodia de los papeles de la Casa Civil recogieron que, periódicamente, se destruyeron multitud de documentos de aquellos años y carentes de valor histórico. Para hacer sitio. Algo muy comprensible. Tampoco se encontraron inventarios de lo quemado, pero no hay que prestar a ello mucha atención porque lo más probable es que las denominaciones hubiesen sido estrictamente burocráticas.
En cualquier caso, se impartieron órdenes tajantes. A las cuentas de SEJE solo podía tener acceso un número muy limitado de personas. Di los nombres. El Sr. Esparza Torres no se detuvo, lógicamente, en tales detalles.
El hecho es que aquellas “desviaciones” de los fondos de las numerosas suscripciones a la SCN debieron de ser el canal más importante que alimentó las cuentas bancarias de SEJE. Aquí, sin embargo, el Sr. Esparza Torres ha encontrado, supuestamente, una luz: “ese dinero, acto seguido, se disolvió en las cuentas institucionales de la Jefatura del Estado y esa es la parte que Viñas no cuenta”.
Lamentablemente, tan distinguido escritor no mencionó ni un mísero papelito que lo demostrara. Tampoco había ojeado el estudio más detallado y documentado en lo posible que existe. El realizado por dos de los máximos conocedores de las cuestiones hacendísticas españolas en la guerra y la postguerra, los profesores Francisco Comín y Miguel Martorell, La Hacienda Pública en el franquismo. La guerra y la autarquía (1936-1959) Instituto de Estudios Fiscales, 2013. Cuando salió su obra servidor la recomendó en EL PAIS como uno de los libros más importantes del año.
De haberlo ojeado, el ilustre Sr. Esparza Torres se habría enterado de los muchos huecos (por no decir inmensas lagunas) que hubo que sortear para reconstruir aproximadamente el presupuesto de gastos de guerra. Solo pudo hacerse con grandes dificultades y estimaciones merced a las cuentas de la Tesorería. La reconstrucción (oficialísima) se publicó en 1947. ¿De dónde extrajo la idea tan puntilloso crítico de que las cuentas personales del general Franco VC se integraron en aquéllas?
Visto que Franco no hizo asquitos a la utilización de tales recursos en provecho propio, servidor lanzó la tesis complementaria e inevitable. Nada hubiese impedido al glorioso Caudillo, vencedor en mil combates, meter mano en las asignaciones presupuestarias que ordenaba se hicieran en favor de la Jefatura del Estado y la Presidencia del Gobierno, reunidas felizmente en su misma persona.
Sin embargo, me cuidé mucho de demorarme en las implicaciones. Con todo, para quien ya me parecía un tanto mangante, la tentación hubiera sido difícilmente descartable. Subrayo, pues, que la contabilidad “institucional” tampoco se ha encontrado por ningún sitio, que es difícil que subsista y que, en todo caso, estaría convenientemente maquillada. No así en las cuentas personales.
(Continuará)
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