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Desmontando el bulo de que "la Guerra Civil salvó a España del comunismo" que tanto repitió el franquismo

Archivo - El dictador Francisco Franco.

Hay muchos bulos históricos que comparten las dos características. Sin embargo, y sobre todos los que me vienen a la memoria, destaca uno: la guerra civil fue absolutamente necesaria para salvar a España de caer en las garras del comunismo. Ciertamente, hasta la muerte de Franco, nunca vacilante en repetirlo durante su larga dictadura, fue considerado dogma de fe. Después ha incorporado dos rasgos adicionales: no hay forma posible de exonerar a los socialistas y también se explica por la catastrófica situación del orden público en que se había despeñado la República. En nuestra gloriosa monarquía, origen de todos los males de la PATRIA.

Los bulos tienen su lógica propia, pero no son impermeables a la contrastación documental. El que aquí nos ocupa ha sido visitado y revisitado por una multitud de historiadores, españoles y extranjeros. Gracias, en particular, a la recuperación de las libertades democráticas, y a investigaciones estimuladas por la creciente apertura de archivos, fuera y dentro de España.

Corresponde al inolvidable catedrático de Historia Ricardo de la Cierva haber mantenido enhiesta, hasta su fallecimiento, la defensa de las diferentes variantes del bulo. Lo mismo podría afirmarse del profesor Stanley G. Payne, darling de la gran derecha española.

Ni los comunistas, españoles o soviéticos, planeaban una revolución en España. Tampoco lo hacían los socialistas y a los anarquistas ya se les habían dado buenos palos de 1931 a 1934

Contra la supuesta responsabilidad comunista/socialista/anarquista que justificó la necesidad de levantarse en armas para salvar a la PATRIA, la exploración minuciosa de archivos españoles públicos y privados en conexión con los italianos, alemanes, franceses, británicos y rusos (los norteamericanos son bastante irrelevantes al respecto) permite llegar a conclusiones muy diferentes: ni los comunistas, españoles o soviéticos, planeaban una revolución en España. Tampoco lo hacían los socialistas y a los anarquistas ya se les habían dado buenos palos de 1931 a 1934.

Existe una cierta conexión entre el 18 de Julio y la revuelta obrera en Asturias de 1934. El Gobierno y los militares aprendieron que una explosión de tal tipo no tendría futuro si el Ejército permanecía leal. Sus conclusiones fueron, sin embargo, muy diferentes. En 1936 el primero desestimó la agitación en los cuarteles, que habían seguido los mecanismos de seguridad correspondientes, y no se atrevió a cortarla. Los segundos comprendieron que había que contar con el apoyo de una parte de los mandos para sortear los mecanismos internos de vigilancia, despistar al Gobierno y crear la sensación colectiva de que España iba directamente a una revolución social-comunista.

El Gobierno no llegó a creerse del todo que existían variables foráneas en la agitación de los cuarteles. Esto, sin embargo, lo afirmaban sistemáticamente los partidos de izquierda. La aparición de contingentes nazi-fascistas a principios de agosto de 1936 validó los temores de la izquierda. Los sublevados enfatizaron que fue para evitar que la España católica, apostólica y romana de siempre cayese en las aviesas garras moscovitas. Ni unos ni otros acertaron. Tampoco sus historiadores de cabecera y, menos aún, sus múltiples propagandistas. Desde entonces a la actualidad.

La conspiración operativa contra el régimen republicano comenzó, documentadamente, en 1932 y tuvo, desde el principio, una connotación particular: la constante demanda de apoyo al régimen fascista por excelencia. El italiano

La conspiración operativa contra el régimen republicano comenzó, documentadamente, en 1932 y tuvo, desde el principio, una connotación particular: la constante demanda de apoyo al régimen fascista por excelencia. El italiano. Por el contrario, los nazis, en el poder desde principios de 1933, no tuvieron particular interés en España. En esto, una larga literatura histórica de izquierdas se equivocó rotundamente.

Los esfuerzos para derribar a un futuro gobierno de tal naturaleza cristalizaron a lo largo de 1935. Antonio Goicoechea -que ya había firmado un acuerdo con Mussolini el año anterior, conocido desde la guerra misma pero con efectos muy limitados- redobló sus esfuerzos bajo la batuta y dirección del “proto-mártir” por excelencia, Don José Calvo Sotelo. Goicoechea volvió a ver al Duce a principios de 1935 y, en particular, en octubre. Le llevó un mensaje: si las izquierdas volvían al poder, aunque fuera por medio de elecciones, ellos se sublevarían. Contaban con el apoyo de la Unión Militar Española (UME), de los monárquicos alfonsinos y de los carlistas.

Franco, que conocía desde 1935 los manejos conspirativos, echó la culpa a las izquierdas, en particular a la URSS. Sus soportes mediáticos impusieron su relato. Hubo que salvar a la PATRIA, ante todo y sobre todo. Hoy todavía se lo creen muchos ciudadanos. Pocos bulos habrán tenido tan fatales consecuencias para España

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En aquel mismo año la DGS había introducido a un espía en la UME. Mantuvo informado a los responsables gubernamentales de la coalición de derechas (con Gil Robles y Franco mangoneando en el Ministerio del Ejército) e incluso al presidente de la República, Alcalá-Zamora. Las izquierdas volvieron al poder en febrero de 1936 y, naturalmente, las fuerzas vivas de las derechas prepararon la sublevación: solo había que calentar los ánimos y, en particular, recabar la ayuda fascista en términos operativos. Para lo primero contaban con los apoyos mediáticos de la época (ABC, El Debate y sus ramificaciones provinciales). Para lo segundo con la ayuda financiera de Juan March.

El 1º de julio de 1936 se firmaron cuatro contratos con una empresa italiana para el suministro inmediato, tras el golpe, de material de guerra moderno: bombardeos, cazas, hidroaviones, municionamiento, gasolina. No para dar un golpe sino para iniciar una guerra que estimaban corta.

Las raíces de la guerra de España, merced a la intervención nazi adicional y a la inesperada retracción de las democracias, condujeron a una larga dictadura. Franco, que conocía desde 1935 los manejos conspirativos, echó la culpa a las izquierdas, en particular a la URSS. Sus soportes mediáticos impusieron su relato. Hubo que salvar a la PATRIA, ante todo y sobre todo. Hoy todavía se lo creen muchos ciudadanos. Pocos bulos habrán tenido tan fatales consecuencias para España. Sobre qué hacer con tal relato, todavía vivo en diversos círculos, no cabe equidistancia.

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