LA PORTADA DE MAÑANA
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La abstención es ya el principal partido: un 35% de electores no votarían frente al 23% de hace cinco años

Europa, Europa

I.— No sé si todos los partidos políticos, organizaciones sociales y representantes públicos se han percatado de que los Estados europeos, que formamos la UE, hemos vivido una mutación en el sentido de que, en realidad, ya no somos Estados nacionales tradicionales, sino lo que podríamos denominar cabalmente “Euroestados”. Esto quiere decir que elementos sustanciales y crecientes de la soberanía, ya sea por vía legal o por la de los hechos, los compartimos en el seno de la Unión. Un fenómeno que, a mi parecer, es francamente positivo y esperanzador. En unos supuestos, porque así lo establecen los Tratados, que como nuestra Constitución establece no sólo son derecho interno español (art.96 CE), sino que, además, sus normas prevalecen sobre las nacionales. De otra parte, hay políticas que no están recogidas en los tratados y, en teoría, son competencia de los Estados nacionales y, sin embargo, cada vez se van coordinando más en el ámbito europeo, impulsadas por las necesidades de la geopolítica o las exigencias de la globalización. Así, por ejemplo, lo relacionado con la seguridad y defensa, la inmigración, la respuesta a las pandemias o las guerras, temas presupuestarios, medioambientales o incluso que afectan al funcionamiento del poder judicial, como ha sucedido en el caso húngaro.

En realidad, existen pocas cuestiones importantes en la gobernación de los países que no deban tener en cuenta la dimensión europea. En este sentido, por ejemplo, los urgentes avances en “autonomía estratégica” que afectan a la seguridad, la energía, la sanidad, el medio ambiente, la digitalización, etc., conviene pensarlos y actuar, también, en términos europeos, lo que no es óbice para que cada nación intente liderar proyectos en los que posea ventajas comparativas.

II.— Por eso me sorprende que el debate político actual adolezca de un exceso de localismo, alejado de las condiciones reales en las que se plantean las cuestiones que nos afectan. Me da la impresión de que sólo cuando se llega al Gobierno se cae en la cuenta de la trascendencia de esta dimensión europea, lo que no siempre redunda en beneficio del Ejecutivo de turno, pues es muy fácil hacer demagogia “euroescéptica”. Ahora, sin ir más lejos, se está dando un fenómeno paradójico, que conviene tener en cuenta. Es indudable que la reacción de la Unión ante las crisis de la pandemia, de la guerra de Ucrania o de la subida de precios de la energía y otros, está siendo mucho más solidaria y mancomunada que la contracción austericida que padecimos ante la crisis de 2008. Sin embargo, la tendencia del voto no parece estar inclinándose hacia los partidos que han defendido las políticas sociales más protectoras. La reciente victoria de los conservadores en Finlandia, que quizá necesite de la ultraderecha para gobernar, es un síntoma de lo que decimos, pero que se suma a otros anteriores. Si analizamos el mapa de los gobiernos de los 27 países de la Unión Europea, podremos comprobar que solamente Alemania, España, Portugal y Malta tienen ejecutivos encabezados por líderes socialdemócratas, y Eslovenia uno de centro—izquierda. Todos los demás son gobiernos de derecha, centro—derecha o, todo lo más, de centro y, en algún caso, con apoyo de la ultraderecha. Pero si nos limitamos a los países centrales de la UE, podremos observar tendencias que nos deberían inquietar. Es normal que a cada cual le preocupe más lo que sucede en su propio país, pero yo reconozco que me interesa o importa tanto lo que ocurre en España como lo que acontece en Alemania o Francia. La única diferencia, no menor, es que mientras en España puedo influir con mi voto en esos otros países no.

Dos elementos me resultan decisivos para que la izquierda alcance el éxito: que el gobierno de coalición sea capaz de derrotar a la inflación y que la izquierda alternativa vaya unida a las próximas elecciones generales

III.— Una reciente encuesta de Ipsos, publicada en Francia, indica que si ahora se disolviera la Asamblea Nacional y se celebrasen elecciones, el resultado sería el siguiente: R.N. —Le Pen, extrema derecha—, 29,9%, 7 puntos más que en las últimas elecciones; NUPES —izquierda euroescéptica de Mélenchon—, 26%, igual que en las anteriores; LREM —Macron—, 22%, 5 puntos menos. Otras encuestas indican que, en unas presidenciales, Le Pen superaría a Macron en la segunda vuelta. La conclusión es que la ultraderecha aumenta en todas las categorías sociales contrarias a la reforma de las pensiones; la coalición macronita desciende y la izquierda se estanca. Obviamente, dada la situación, supongo que al presidente Macron no se le pasa por la cabeza la intención de disolver la Asamblea, ni tiene posibilidad legal de presentarse a las próximas presidenciales. Lo que significa que empieza a ser posible que la futura presidenta de Francia sea la ultraderechista Le Pen, a pesar del “seguro” que supone el mecanismo de la segunda vuelta. El caso de Alemania es más ambiguo, pero tampoco apunta demasiado bien. En enero de 2022, el SPD —socialdemócrata— tenía una intención de voto de más del 25%, y en noviembre esta descendió al 19,6%; los Verdes, en junio del 2022 tenían el 26% y en noviembre bajaban al 18,4%. Por su parte, a la CDU/CSU —democristianos— les daban en noviembre de 2022 el 27,8% y Alternativa por Alemania —extrema derecha— en enero del 2022 estaba en el 10% y en noviembre había subido al 14,1%. En las elecciones regionales a los Länder, mientras en el Sarre y Baja Sajonia ha ganado el SPD, en Renania del Norte—Westfalia y Schleswig—Holstein ha triunfado la democracia cristiana. Como puede observarse, la tendencia del voto, de momento, no es favorable a la coalición SPD/Verdes que, con los liberales, gobiernan la federación.

La impresión que se obtiene de este breve mapeo es que son España y Portugal los dos países que, en la actualidad, tienen gobiernos más progresistas y claramente europeístas, lo que conviene cuidar con gran esmero.

III.— No es fácil discernir las causas de estos retrocesos, pues cada país ha conocido sus propios desarrollos. En el caso de Italia, la división de la izquierda fue determinante para el triunfo de los Fratelli d’Italia de Meloni. En Francia, aparte del reflujo o repliegue de socialistas y comunistas, que viene de lejos, y el estancamiento euroescéptico de Mélenchon, la política del presidente Macron, una especie de “despotismo ilustrado”, con escasa ilustración, está dando alas a una extrema derecha que aparece, cada vez más, como un partido atrápalotodo del descontento. En Alemania, además del desgaste que le han supuesto siempre a la socialdemocracia los gobiernos de Gran Coalición, al SPD y socios les están afectando los males generales de la situación. Es decir, una alta inflación que no se corresponde siempre con una equivalente subida de salarios y, además, las consecuencias negativas de la guerra de Ucrania. En general, tanto en el norte como en el sur, el factor inmigración juega su parte, utilizado demagógicamente por las derechas. De otro lado, tampoco conviene olvidar que cuando hay guerras —la de Ucrania la tenemos bien cerca y, de alguna manera, participamos en ella— la tendencia del electorado es girar hacia la derecha. Constatación que debería estimular a que se fuese más obstinado en la búsqueda de una solución al conflicto bélico.

IV.— A partir de este escueto repaso de urgencia, sería interesante que nuestros partidos —sobre todo los progresistas—, según los temas de que se tratase, pensaran cada vez más en europeo y actuaran en español y otras veces reflexionaran en español y operasen en europeo. Porque si añadimos a lo anterior la posibilidad, no descartable, de que alguna forma de trumpismo se imponga en el futuro en los EEUU, Putin siga en el poder en Rusia, China vaya a lo suyo, aunque intente no parecerlo, y la India se transforme en gran potencia “hindu—nacionalista” con adherencias iliberales, la Unión Europea debería espabilar y llevar a la práctica, con urgencia, la tan cacareada “autonomía estratégica”. De lo contrario, corre el riesgo de caer en la trampa de las regresiones a una ilusa recuperación de “soberanías nacionales”, que es el camino más corto para acabar dependiendo de alguna gran potencia.

Epílogo para españoles. Ante este panorama, la responsabilidad de la izquierda patria es considerable, sin pretender sostener, por mi parte, que el futuro de la Humanidad esté en nuestras manos. Dos elementos o factores me resultan bastante decisivos para que la izquierda alcance el éxito que se merece por la labor desarrollada. Que el gobierno de coalición sea capaz, en lo que resta de Legislatura, de derrotar a la inflación, la yacente y la subyacente, en especial el aumento de los precios de los alimentos, que es de lo que hablan las televisiones sin parar —privadas y públicas—, y que la izquierda alternativa vaya unida a las próximas elecciones generales.

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Nicolás Sartorius es preside el Consejo Asesor de la Fundación Alternativas. Su último libro: “La Nueva Anormalidad”(Espasa).

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