Sobre ser ‘queer’, las siglas y los derechos de todas Marta Jaenes
Extirpando mitos
1.- Creo que fue Platón el primero que insistió en que nuestros actos deberían basarse en el conocimiento y no en las creencias u opiniones, de lo que se deriva la interesante distinción entre apariencia y realidad. Quizá por ello elaboró una peculiar interpretación de los mitos, que llegó a considerar como un medio para eludir la razón y acceder a los aspectos emocionales e irracionales del alma, si es que esta existe.
Hoy en día, una parte abundante del pensamiento conservador o reaccionario está basada, precisamente, en mitos que a fuerza de repetición y penetración en la mente humana acaban transformándose en una especie de sentido común tergiversado, pues en realidad son medias verdades o falsedades. Podríamos poner múltiples ejemplos sobre cuestiones de orden económico o social.
2.- Así, se afirma que “el dinero donde mejor está es en el bolsillo del contribuyente o ciudadano”. Una idea simple, de apariencia inocente, pero que en el fondo y la superficie viene a negar nada menos que la existencia del Estado de bienestar, fundamento de nuestra democracia. En realidad, como toda idea simple es bastante insulsa si se analiza con algo de lógica, ejercicio que no abunda. Porque tal aserto, en puridad, no es válido para ninguna clase de ciudadanos, ya sean pobres o ricos. Se podrá argüir que para un contribuyente opulento que no utiliza los servicios públicos, pues acude a los privados, le viene mejor tener el dinero en su bolsillo y no en la caja del Estado. Argumento francamente irreal, ya que, si bien puede eludir la sanidad, la educación o la pensión públicas al tenerlas cubiertas por sistemas privados, siempre necesitará algunos bienes que son esenciales para la convivencia como pueden ser la seguridad, la defensa, el respeto a la ley, el orden público, la seguridad jurídica, las infraestructuras y tantos otros que no existirían si el dinero estuviese en el bolsillo del ciudadano y las arcas del Estado permaneciesen escasas o vacías. Ahora bien, si la persona en cuestión fuese menesterosa, es decir, la inmensa mayoría de la población, y el dinero permaneciese en el bolsillo de pobres y ricos, no podría el Estado, a través de los impuestos, facilitar la sanidad, la educación o los transportes gratuitos como sucede en la actualidad. Por el contrario, sus escasos fondos volarían de su bolsillo hacia empresas privadas cada vez que necesitase acudir al médico o al hospital, y deseara educar a sus hijos. Cosa que sucede en la mayoría de los países del mundo, salvo en los de la Unión Europea y alguno más. Comprendo que a los ultraliberales irrestrictos les encantaría no pagar impuestos y que toda esa cantidad de dinero que el Estado invierte en sanidad, educación, etc., fluyese hacia las empresas privadas, como intentan hacer con empeño allí donde gobiernan. Deseo que de cumplirse sería una catástrofe para la inmensa mayoría del personal sufridor. La conclusión es que para las grandes mayorías sociales de trabajadores de todas clases es existencial que el Estado, en alguna de sus formas, succione alrededor del 40% del Producto Interior Bruto con el fin de garantizar los bienes y servicios públicos mencionados. De lo contrario, no solamente el dinero se evaporaría del bolsillo de la mayoría sino que, además, carecerían de esos servicios públicos por excesivamente caros para sus magros ingresos. Un ejemplo concluyente ha sido el de Gran Bretaña, que después de catorce años de gobiernos herederos de la señora Thatcher, que tanto gusta a algunos de nuestros políticos, tiene los servicios públicos —sanidad, etc.— hechos unos zorros. Quizá una de las razones es que su presión fiscal es del 35%, una de las más bajas en comparación con la UE.
3.- Otro tópico muy extendido es aquel que sostiene que “lo privado funciona mejor que lo público”. Se trata de ideología barata, pues parece evidente que depende de qué estemos hablando. No niego que los bares o el pequeño comercio o los millones de pymes, micropymes o autónomos es mucho mejor que sigan en manos privadas y es absurdo que el Estado asuma en ellas un papel activo, excepto para apoyar y facilitar su desarrollo. Pero la experiencia ha demostrado que en sectores como la sanidad, la educación, la investigación, el transporte, las pensiones, la energía, sectores financieros o la alta tecnología, lo público es más eficiente que lo privado o, en todo caso, puede competir en eficacia. La prueba es que los Estados de bienestar de la UE, donde lo público juega un papel decisivo, son un modelo muy superior —incluso de civilización— que aquellos que solo funcionan con lo privado. Recuerdo que cuando la señora Thatcher privatizó los ferrocarriles británicos, estos empezaron a funcionar pésimamente y los accidentes aumentaron. No conozco unas infraestructuras más deterioradas que las de EEUU en relación con su riqueza, pues parece, en este sentido, un país del tercer mundo. Por ejemplo, el servicio de sanidad es mucho peor que el europeo y, sin embargo, gasta en ese capítulo mucho más que nosotros. También se olvida que todos esos grandes inventos como Internet o el GPS, etc., no han surgido de empresas privadas, sino de programas de las agencias públicas de defensa de EEUU u otros países, que luego han aprovechado las grandes multinacionales tecnológicas.
El capitalismo dejado a su aire, al imperio de la 'mano invisible del mercado', no genera prosperidad para las mayorías, orden y equilibrio, sino desórdenes cíclicos, 'destrucciones creativas' y desgracias para la humanidad
4.- Lo mismo ha acontecido con esa afirmación tan tópicamente manida de que si se eleva mucho el salario mínimo el desempleo se dispararía. La experiencia de estos últimos años en España ha sido totalmente la contraria. El SMIG ha aumentado del orden del 55% y se ha creado más empleo que nunca. Más de 21 millones de puestos de trabajo e incluso hay carestía de mano de obra en una serie de sectores. Esa teoría de que cuanto menos salario más empleo deben sostenerla políticos y economistas de tres al cuarto, pues la lógica y la experiencia, como ya demostraron Keynes y otros, es que si se elevan los salarios y se estabiliza el empleo la demanda de bienes aumenta y, con ello, el consumo y la producción, componentes básicos del crecimiento del PIB. Por el contrario, lo que provoca el descenso de la productividad y la innovación son los salarios escuálidos, como sucede en los países subdesarrollados. No hay más que comprobar que los países que mejor funcionan son aquellos en los que los salarios y los impuestos son más altos, como los países centrales y nórdicos de la U.E.
5.- Todos estos mitos de la ideología conservadora y reaccionaria comenzaron con la conocida frase del “laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même” (dejar hacer, dejar pasar, el mundo —el capitalismo— funciona por sí mismo), atribuida a los fisiócratas. Idea que luego fue desarrollada por la escuela austriaca de los Hayek y compañía, continuada por Friedman y sus acólitos, de los que han bebido Thatcher, Reagan, Pinochet, Milei, y, entre nosotros, algunas lideresas y lideresos de poca monta. Ese dejar hacer, esa concepción de que la intervención del Estado es nefasta, incluso "un cáncer" (Milei); que lo único que deben hacer las empresas es aumentar el valor para sus accionistas (Friedman), o descabalgar al Estado de la chepa de los ciudadanos (Reagan), que la sociedad no existe, sólo los individuos (Thatcher), han estado en la base de las mayores catástrofes económicas de la historia, que suelen acabar en desastres políticos. Eso sí, cuando la crisis estalla con toda su crudeza —en 1929 o en 2008— y el capitalismo se tambalea, los más acendrados ultraliberales acuden prestos al papá Estado para que, con el dinero de todos, salve sus empresas y sus fortunas. Así ha sucedido en todas las crisis, en la de los años 30, en las del petróleo o las tecnológicas, en la financiera del 2008 o en el coronavirus. Porque el capitalismo dejado a su aire, al imperio de la “mano invisible del mercado”, no genera prosperidad para las mayorías, orden y equilibrio, sino desórdenes cíclicos, “destrucciones creativas” y desgracias para la humanidad. En esta globalización sin reglas operativas está la causa de las actuales tribulaciones, ya sea la desigualdad insoportable, el cambio climático, el crecimiento de los populismos y partidos de ultraderecha o la jibarización de la democracia.
6.- ¿O es que alguien cree que se pueden poner “puertas al mar” y evitar así que acudan a la “rica” Europa las masas desheredadas del mundo —en este caso de África—, que están contemplando todos los días lo bien que se puede vivir en Occidente y lo miserablemente que malviven ellos en África o en América Latina? El asunto no es el mito reaccionario del “efecto llamada”, que utilizan las derechas para culpar de todas las desgracias a los gobiernos progresistas. El problema de verdad es que, en nuestra vecina África, la demografía está disparada y sus habitantes no van a aceptar seguir muriéndose de hambre, de calor, de sed, de guerras o represiones y falta de trabajo mientras nosotros y otros seguimos esquilmando sus materias primas y concentrando la riqueza del mundo, incluyendo a China. Se trata sin duda de un asunto complejo y de largo aliento, pero si no se aborda un potente plan para ir desarrollando ese gran continente y fijar, con oportunidades de trabajo, a su población, arribarán a nuestras playas en cayucos o a nado, pero llegarán.
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Nicolás Sartorius es presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas. Su último libro se titula 'La democracia expansiva o cómo ir superando el capitalismo' (Anagrama).
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