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Protegerme ¿de qué?

Si cabía la posibilidad de hacer algo mal, la Federación Española de Fútbol lo ha hecho todo mal. Con esta frase se puede resumir lo que se ha vivido en el último mes en el fútbol femenino. Con o sin Rubiales, poco ha cambiado en el organismo durante este tiempo.

No solo intentaron justificar al ya expresidente sino que fueron incapaces de suspenderlo a pesar de la gravedad de lo ocurrido. Tuvo que ser la FIFA la que lo hiciera de manera temporal. Sin ápice de arrepentimiento aguantó en el cargo hasta 15 días más. Se fue tarde y de malas maneras. Pataleando y concediéndole una entrevista a un periodista británico tan machista como él. Ni se dignó a pedir perdón ni mostró autocrítica por haberle dado un beso sin consentimiento a Jennifer Hermoso. Una agresión por la que un juez le ha imputado los delitos de agresión sexual y coacciones. 

Cómo sería el hartazgo de las jugadoras que, después de que la Federación -esta vez sí- cesara al entrenador Jorge Vilda, emitieron un comunicado para advertir de que no era suficiente. La agresión machista de Rubiales era solo el principio, un primer peldaño con el que llegar a lo alto de la escalera y desde ahí propiciar cambios profundos. Radicales. Desde la raíz. Un grito transformador que, además, ha trascendido lo deportivo y ha servido de altavoz de denuncia para miles de mujeres, independientemente de su profesión.

De "etapa nueva" calificó Montse Tomé, la nueva seleccionadora, el horizonte que se abría a partir de su nombramiento. Ni unos minutos duró el espejismo. Este lunes, en una rueda de prensa hacía pública la lista de convocadas para los próximos partidos. Entre esos nombres, el de la mayoría de campeonas que habían pedido no ser llamadas hasta que hicieran caso de sus reivindicaciones y el de cuatro de las deportistas que, como símbolo de protesta, renunciaron a la selección un año antes. Cuando preguntaron a la técnica si las había consultado, contestó que sí. Pero no dijo la verdad. Horas después fueron ellas las que, de manera tajante, desmintieron que hubieran dado el visto bueno a esa convocatoria.

En el listado, una ausencia más que simbólica: la de Jennifer Hermoso. Lo hago, dijo Tomé, para protegerla. La decisión, lejos de resultar proteccionista, parecía responder más a una represalia, a un castigo disciplinador. Tuvo que ser, otra vez, la jugadora la que aclarara que no necesitaba ni esa tutela ni ese paternalismo. Protegerme ¿de qué? se preguntaba. La respuesta la detallaba el mismo comunicado: de una federación que las ha amenazado, coaccionado e intimidado. Una federación que fue capaz de difundir unas tramposas imágenes para intentar demostrar que Hermoso mentía. Y que ha usado el divide y vencerás como estrategia de desánimo para que se vinieran abajo. No contaba, quizás, con que de frente se iba a encontrar un muro. El de un equipo sólido de mujeres (a excepción de dos jugadoras que se han desmarcado de sus demandas) que actúa desde lo colectivo y no desde lo individual. Un equipo que piensa en el bien común y en las generaciones del futuro.

El coste que están pagando es altísimo. En su intento por cambiar esas estructuras opresoras, son capaces de renunciar al momento más importante de su carrera. Dice mucho de su dignidad que hayan dado este paso sabiendo que se enfrentan a graves sanciones

A cambio, el coste que están pagando es altísimo. Son deportistas que, en su intento por cambiar esas estructuras opresoras, son capaces de renunciar a jugar en el momento más importante de su carrera deportiva. Dice mucho de su dignidad y valentía que hayan dado este paso aun sabiendo que pueden enfrentarse a graves sanciones económicas e incluso a la inhabilitación para jugar en la selección o en sus clubes. Cabría esperar esa misma valentía en muchos de sus compañeros futbolistas, de los que de momento solo han recibido un silencio atronador. O esa misma dignidad en los periodistas deportivos que, en vez de señalar al opresor, han optado por señalar a las oprimidas. 

Solo ha pasado un mes –un mes exacto– desde que las jugadoras ganaron el Mundial en Sídney. Un tsunami de treinta días que ha puesto patas arriba el fútbol y que se puede resumir en una sola frase: el comportamiento de la Federación está siendo bochornoso sí, pero el de ellas está siendo todo un ejemplo a seguir.

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