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En Palestina y en España

José Amella Mauri

Saramago: “Es que resulta mucho más fácil educar a los pueblos para la guerra que para la paz. Para educar en el espíritu bélico basta con apelar a los más bajos instintos. Educar para la paz implica enseñar a reconocer al otro, a escuchar sus argumentos, a entender sus limitaciones, a negociar con él, a llegar a acuerdos. Esa dificultad explica que los pacifistas nunca cuenten con la fuerza suficiente para ganar... las guerras.”

Entiendo que repetir este párrafo hasta la saciedad a los que fomentan los enfrentamientos entre la ciudadanía no tendrá los resultados esperables de convivencia que propugna Saramago.

Y tales negativos augurios serán una consecuencia de lo que vaticina Saramago: “Porque hay verdades que son difíciles de tragar cuando nos alimentamos espiritual y materialmente de mitos.”

Este alimento espiritual mitológico nos traslada a un legado que ha sido transmitido de generación en generación para que en el presente, nosotros, dignos titulares de esa excepcional herencia, luchemos por su conservación y podamos transmitirla a la siguiente hornada con el orgullo del deber cumplido.

Los discrepantes nunca serán escuchados hasta que acepten el granítico poso de la historia pasada. De nada les servirá aducir que los mitos desde los que les increpan son imaginaciones ensoñadas desde el presente al pasado

La puesta en cuestión de ese legado, por el mero discurrir de la vida, por las dificultades y opciones que cada acto y decisión ofrece, por la información y controversias que nos presentan los historiadores acerca del contenido del mismo y acerca de peculiaridad, pocos frutos proporciona ya que, por lo que se ve, ese alimento espiritual, ciega y ensordece, y trata cualquier viso de contradicción y disfunción de ese legado como anatema y traición al patrimonio que sostienen tienen el deber de proteger. Entendiendo como patrimonio a preservar lo que los inmunizados ante las distintas alternativas ly discrepancias lo sacralizan como la única y legítima encomienda.

La sacralización del acervo de los ancestros les impide: “reconocer al otro, a escuchar sus argumentos, a entender sus limitaciones, a negociar con él, a llegar a acuerdos”. Tal entendimiento sería una injuria hacia un pasado del que se consideran sus legítimos y elegidos representantes.

Los discrepantes nunca serán escuchados hasta que acepten el granítico poso de la historia pasada. De nada les servirá aducir que los mitos desde los que les increpan son imaginaciones ensoñadas desde el presente al pasado, por eso en cada época y lugar se hace referencia a unos u otros mitos.

De la chistera del poder, como si de conejos se tratara se desechan o eligen aquellos mitos que sustentan sus posturas. Es decir, los verdaderos y los únicos a los que no se puede renunciar.

En esas estamos en Palestina y en España.

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José Amella Mauri es socio de infoLibre.

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