Sergio Ramírez Luis García Montero
La gran mágica mentira
Este viernes, en muchas casas se vivirán los nervios previos a la llegada de esos seres mágicos, unos reyes que vienen desde muy lejos, montados en camellos y cargados de regalos. Durante semanas los más pequeños de la casa han hecho esfuerzos por no llorar cuando algo les salía mal, por no replicar, por acostarse cuando tocaba, por comerse toda la comida del plato, la que gusta y la que no gusta, y por no enfadarse sin motivo. Verdaderos esfuerzos por ser buenos y, así, lograr que todo lo que han pedido en esa carta llegue esta noche, aparezca mañana junto a su zapato. Antes habrán dejado algo en un plato, para sus camellos, para esos Reyes Magos… Comida y bebida que, al día siguiente, habrá desaparecido y alimentará, aún más, esa ilusión por una noche mágica, la más mágica de todas. Y que echas de menos cuando todo eso desaparece.
El otro día, mi hijo, 16 años, alto y espigado, confesaba que la vida empieza a ir mucho más rápido desde el día en el que descubres lo que hay detrás de esta noche. Que saber la verdad, lo cambia todo. Me chocó. Seguramente estaba verbalizando que es ahí cuando dejas de ser niño y empiezas a ser adulto. Tanto él como su hermana creyeron en esta noche con una fe ciega. Daba igual lo que escucharan en el colegio, con sus amigos, ellos confiaban en que lo que ocurría esta noche era real, confiaban en nosotros, en lo que les habíamos dicho. Había 3 hombres mágicos que entraban en su casa y la llenaban de regalos. Con los dos nos ocurrió lo mismo: creímos que, llegada una edad, había que sentarse con ellos y contarles toda la verdad. No podíamos seguir manteniendo esa magia, por mucho que nos doliera descubrirla, por mucho que pesara el cargo de conciencia de ser nosotros quienes les contaran esa “gran mentira”. Los dos tenían la misma edad, 11 años, cuando abordamos esa conversación, y creíamos que les podían machacar en el colegio si seguían diciendo, con una fe inquebrantable, que los Reyes existen.
Nos costó una barbaridad. Y con cada uno lo hicimos más o menos de la misma forma. Sentándonos a hablar, explicándoles de la mejor manera por qué les habíamos engañado así, porque, en realidad, se mire como se mire, es un engaño, a gran escala, con toda la sociedad compinchada, pero un engaño. Y la pregunta de ambos fue la misma: ¿por qué se hacía eso, por qué se mantenía esa farsa?
La gran duda que me sigue asaltando como madre es por qué lo hacemos. Por qué la sociedad entera se confabula para mantener esta “gran mentira”
El otro día leía un artículo sobre las recomendaciones que dan los psicólogos para afrontar esta conversación. A qué edad hay que abordarla sí o sí, cómo, con qué tipo de explicación. Me hubiera gustado leer ese artículo cuando me tocó hacerlo con mis hijos pero admito que me reconcilió bastante que, sin tener las herramientas, supimos hacerlo, más o menos. O eso creemos.
La gran duda que me sigue asaltando como madre es por qué lo hacemos. Por qué la sociedad entera se confabula para mantener esta “gran mentira”. Los medios de comunicación nos cuidamos muy mucho de decir nada, de meter la pata… Bordeamos la realidad con frases ambiguas. Los comercios se llenan de reclamos para esos días, hablamos de ayudantes, de pajes, de elfos… Es todo un gran trampantojo, perfectamente coordinado y orquestado para que todos los niños vivan con absoluta pasión este día. Pero como madre, como padres, quiebras algo fundamental: la confianza ciega que tienen tus hijos en ti. En lo que les cuentas, en lo que les pides. La quiebras y, sin embargo, no es algo que luego pase factura. Cuando todo cae, cuando el telón se baja y se encienden las luces, ellos mantienen esa fe en ti. Siguen confiando en lo que les dices, en los consejos que les das.
Supongo que se trata de tradiciones, de mantenerlas, de mejorarlas con el paso del tiempo. La cabalgata es uno de los hitos de las navidades, una de las fechas claves en estas celebraciones. Una tradición que sólo la mantenemos aquí y en algunos países latinoamericanos y que sirve para reunirnos de nuevo en familia, compartir mesa y mantel, regalos y, lo más importante, recuerdos. Quizás por eso sigamos manteniendo esa "gran mágica mentira". Porque crea momentos que jamás se olvidan.
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