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La fuerza de los medios

El mundo de las realidades virtuales y los bulos mediáticos no sólo nos hace convivir con nuevas formas de superstición, sino que le devuelve al conocimiento la disciplina medieval de la interpretación. Lo leído, lo escrito, el paisaje, los hechos, todo debe ser interpretado, como ocurría con la palabra de Dios en las culturas sacralizadas. Gonzalo de Berceo se presentó en los Milagros de Nuestra Señora como el caminante que cruzaba en romería por un prado lleno de aves, árboles, flores, fuentes, frutas, sonidos y olores. Y de pronto detuvo la hermosa descripción para advertirnos. Lo que nos decía era palabra oscura, simbolismo, había que dejar la corteza y comprender el meollo, porque lo importante es entender lo de dentro, no quedarse en las apariencias de lo de fuera.

Así vivimos la comunicación en el mundo de hoy. Se ha puesto de moda, por ejemplo, que corran por las redes críticas, desprecios, caricaturas, insultos y descalificaciones contra los periodistas que se esfuerzan en informar con decencia. Pero esta animadversión es sólo una corteza. Encontramos el verdadero meollo en la estrategia de legitimar ante la opinión pública y los estados de ánimo un falso periodismo que se dedica a mentir. La dinámica del todos son iguales, que tanto daño hace al prestigio de la política, se pasa ahora al valor democrático de la información. Salen ganando así los verdaderos mentirosos y corruptos que disuelven su maldad en un estado general de descomposición.

Ni amnistías, ni casos de corrupción, ni malos comportamientos políticos, por escandalosos que sean. El verdadero problema de la democracia en la actualidad es la degradación de la prensa, el deterioro del derecho a la información como un bien público

Cuando la realidad deja al descubierto las inversiones interesadas en crear falsos nidos de periodismo y en degradar las antiguas cabeceras de algunos periódicos conservadores, convertidos hoy en patéticos soportes de la mentira, las redes se llenan de ataques grandilocuentes. En medio de esta farsa, que convierte las viejas glosas en esperpentos nacionales, resulta entretenido dejar la corteza y entrar en el meollo. El discurso oculto es el siguiente: sabemos que nos han creado para mentir; sabemos que es injustificable el dinero que una Comunidad como la de Madrid gasta en medios y nidos de ratas dedicados a la mentira; sabemos que es muy duro justificar ayudas institucionales a cabeceras condenadas con frecuencia por calumniar; sabemos que son ridículos nuestros titulares…, y para que no se nos vea el plumero de forma insostenible declaremos la inercia del fuego a discreción, manchando a justos por pecadores.

Ni amnistías, ni casos de corrupción, ni malos comportamientos políticos, por graves, tristes y escandalosos que sean. El verdadero problema de la democracia en la actualidad es la degradación de la prensa, el deterioro del derecho a la información como un bien público. Cuando el griterío y la zafiedad sustituyen a la opinión, la vida en común y los acuerdos de convivencia resultan muy difíciles.

Es famosa la escena de la Universidad de Salamanca en 1936, cuando Unamuno le dijo a Millán-Astray que los golpistas tenían la fuerza de las armas, pero les faltaba la fuerza de la razón. La deriva del pensamiento conservador hacia la extrema derecha carece hoy de la fuerza de la razón y, por ahora, de las armas, pero tiene la fuerza de la contaminación mediática. Muchos llamados periodistas viven sin pudor en el estiércol.

¿Y qué se puede hacer? Creo que esta situación difícil exige un compromiso desdoblado. La información decente debe afirmarse en sí misma con orgullo y establecer distancias frente a las marionetas del bulo. Y la política democrática, además de cortar las subvenciones públicas a la mentira, debe comprender que el reto no está en la corteza, en las discusiones manipuladas y el griterío mediático, sino en el meollo de la vida de la gente. Dejar lo oscuro para contar y habitar la vida es hoy el reto democrático más importante.

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