El Estado es la cuestión

El filósofo alemán Theodor Adorno lanzó en 1951 una idea provocadora: escribir un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie. Muchas discusiones ha despertado desde entonces esta afirmación. No se puede crear belleza después de una infamia humana, no conviene enmascarar nuestra miserable condición, acercarse a la intimidad del ser es convivir con el infierno, hay que desconfiar de las bondades de la cultura porque eran muy cultos, amantes de la música y la poesía, algunos de los dirigentes nazis más canallas… Los que seguimos creyendo en la educación y la cultura como un bien, no pensamos que las personas cultas sean mejores. Pensamos que las personas cultas son responsables de su bondad o su maldad, y la responsabilidad es un valor a tener muy en cuenta en este mudo tan mediatizado que habitamos.

Recuerdo las palabras de Adorno porque, más allá de las discusiones teóricas, desgracias conmovedoras como las ocurridas en Valencia te dejan sin ganas de escribir. Los análisis, las denuncias o las conclusiones se aplazan ante la conmovedora situación de la gente que sufre. La poesía sabe mucho de la intimidad humana porque las palabras nos conducen a ella al decirlas y al escucharlas. La reflexión que late en la palabra ciudadanía se convierte en sentimiento inmediato cuando escuchamos palabras como madre, padre, hija, hermano, marido o mujer. Nos acercamos de manera inevitable al lugar de las víctimas, porque es difícil no ponerse en su lugar. La ciudadanía, pero también el Estado y la política, deben ponerse en su lugar. Los políticos deben ser responsables.

Aquellos que quieren degradar la política y desautorizar al Estado procuran por todos los medios que estas dos palabras se separen del dolor o la felicidad de la gente. Me impresionó la frialdad con la que el líder del PP, de forma serena y distante, con cara de estatua, fue a Valencia a denunciar las responsabilidades del Gobierno en la catástrofe. Mientras se estaban buscando cadáveres y el agua encharcaba las casas y las vidas, él decidió mantener su crispada oposición al Gobierno. 

Nos acercamos de manera inevitable al lugar de las víctimas, porque es difícil no ponerse en su lugar. La ciudadanía, pero también el Estado y la política, deben ponerse en su lugar. Los políticos deben ser responsables

Desde luego que los sucesos merecen una consideración política. Pero a su tiempo, más tarde, sin dejar que la política se separe del amor humano contenido en palabras como madre o padre. Creo que le fallaron los cálculos. Conscientes de las medidas de prevención desactivadas por el Gobierno de la Generalitat de Valencia y del retraso en la gestión de las alarmas de sus responsables, pensó que el presidente del Gobierno iba a ir a Valencia a lanzar críticas contra el PP. Si él lanzaba primero críticas contra el PSOE, todo quedaba en el ruido de siempre para desacreditar la política y descargar responsabilidades: todos son iguales, peor eres tú, el Estado tiene la culpa de todo, incluso de los huracanes, las riadas y las lluvias furiosas. Donald Trump, el líder del neoliberalismo mundial, lleva años riéndose de los efectos del cambio climático, una mentira inventada por los científicos y los políticos que quieren un Estado capaz de cobrarle impuestos justos y preventivos a las grandes fortunas.

Agradecí de verdad que los presidentes del Gobierno de España y de la Generalitat de Valencia no entraran en ese juego. El político valenciano tenía motivos suficientes para hablar con una prudencia agradecida y el presidente del Gobierno comprendió que en esa prudencia, además de los asuntos de la gestión, latían también palabras como hija, hermano o vecina.

La intervención del líder del PP ha demostrado que en la crispación argumental que anima sus actos, enmascarados con proclamas de salvación de la patria, hay muy poco amor a los españoles y a un Estado que pueda defenderlos de las ambiciones desmedidas de los más poderosos. Y es muy triste. Los seres humanos se encariñan hasta de sus máquinas. En esta catástrofe, muchas personas han muerto ahogadas en sus garajes por el deseo imperioso de salvar a sus coches. Es triste que el líder de la derecha sea tan frío y le tenga tan poco cariño a los vecinos y las vecinas de su patria.

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