Un tiempo familiar Luis García Montero
Un tiempo familiar
En las reuniones familiares, yo fui el mayor de mis hermanos, el mayor de los sobrinos, el mayor de los nietos. Ahora soy el más viejo. Cosas de la edad y del paso de la vida, cosas del tiempo que pasa por nosotros. No es lo mismo ser el mayor que ser el más viejo. Cada cargo en la militancia familiar tiene sus responsabilidades según las épocas. Ser el mayor de los hermanos, nietos y sobrinos significa convencer a los mayores de que las circunstancias de la vida cambian, que la normalidad no es una piedra inamovible y que conviene abrir las ventanas para que el aire, la luz o la oscuridad no huelan a cerrado. Ser el más viejo supone un acto de vigilancia para no empeñarse en mantener las ventanas cerradas, pero también para no convertir las novedades en una superstición. Tanto la acumulación de años como el entusiasmo juvenil e irresponsable pueden reducir nuestra materia gris, recortar la capacidad de atención, debilitar la memoria y corromper la capacidad de conocimiento. En el paso de la edad, ni la cultura ni los cambios tecnológicos suelen ser desinteresados. Y hay cambios, para bien o para mal, que sólo sirven para darle efectividad a lo de siempre.
Después de una comida de Navidad con hermanos, hijos, sobrinos y sobrinos nietos tomo conciencia de que soy el más viejo de los 33 familiares reunidos. También se sentaron en la mesa los que se han ido por delante, pero son nombres y recuerdos que ya no tienen edad, aunque estén presentes en la comida, los villancicos, los aguinaldos y las risas familiares. Se puede ser tan tacaño como un abuelo, tan sentimental como una madre o tan de Burgos como un padre a la hora de elegir cubiertos. La receta del lomo sigue siendo la misma que se cocinaba en casa de la abuela cuando el más viejo de todos sólo era el mayor de los nietos. Y en los cantos, los himnos y la bromas hay ahora mucho más respeto. Sí, hay cosas que cambian para bien y los vínculos ayudan a comprender la vida. Lo pienso cuando mi sobrina se sienta en la mesa con su novia o cuando los cuatro niños acogidos en la casa de mi sobrino se ponen en la cola para recibir su aguinaldo. Está muy bien que las cosas cambien.
Que los poderosos desprecien la educación pública no significa que desconozcan el poder de la educación (…) Las redes sociales y el fotorrealismo computacional pueden dominar el mundo
Pero hay otras cosas que no cambian nunca. Después de la comida, siguiendo una costumbre de años, toda una excursión familiar va al cine. La película que han elegido se titula 'Mufasa', y tarda muy poco en convertirse en una tortura para el más viejo de la familia. El anzuelo de los sentimientos familiares y de la acogida del extranjero manipula un argumento en el que conviene no fiarse de nadie, respetar al más fiero, afianzar la sangre de una identidad, legitimar las jerarquías del poder y someterse al líder que sea capaz de representar y dibujar las fronteras de un paraíso rodeado de peligros. La democracia en versión de la ley del más fuerte, el arte de la computadora fotorrealista para sustituir al Estado y a la realidad en favor de un mundo virtual capaz de meterse por los ojos hasta llevar al corazón las mentiras disfrazadas de lealtades, confianzas y generosidad. Mandan los instintos. Esa prepotencia del discurso, orgulloso de su propia eficacia y de su impresionante fotorrealismo, hace que Walt Disney Pictures no se avergüence de unas canciones pésimas y de un argumento poco sostenible, enemigo de la decencia narrativa. El éxito de espectadores da tanto miedo como el éxito electoral de Trump. Que los poderosos desprecien la educación pública no significa que desconozcan el poder de la educación y los cultivos de una infancia bien alimentada. Las redes sociales y el fotorrealismo computacional pueden dominar el mundo.
Tío, ¿te ha gustado la película? Mucho, le digo a mi sobrina y a su novia. Ellas han elegido la película. Pienso que ya daré mi opinión a los lectores de infoLibre. Quizás ellos me comprendan al confesar que soy el más viejo de una familia que necesita mirar el mundo con los ojos del más joven de los nietos. Vigilo mi vejez en un mundo que necesita también vigilar sus alegrías juveniles.
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