Defensa del inglés

Ante las actitudes ofensivas de Donald Trump contra el idioma español, lo primero que conviene es hacer una encarecida defensa del inglés. Después, también resulta necesaria la toma de conciencia de que es muy conveniente defender el español como una lengua internacional de cultura, es decir, de ciencia, tecnología y humanidades. Al defender el respeto al bilingüismo no me limito sólo a sus consabidas ventajas económicas. Ahora, en medio de las bélicas proclamas de las identidades cerradas e imperiales, conviene recordar lo que está en juego cuando nos pensamos como seres humanos. 

Cualquier lector, cualquier amante de la literatura, está acostumbrado a reconocer el valor del bilingüismo. La poesía española de la modernidad sería difícil de entender sin sus diálogos y sus traducciones de la poesía francesa. Llegado el siglo XX, la hermandad con el inglés dejó otros caminos abiertos que sirvieron para releer a los clásicos y para comprender el destino de lo contemporáneo. Cuando el escritor mexicano Juan Villoro asistió en Yale a las clases de Harold Bloom dedicadas a Shakespeare, se vio invitado a meditar sobre los orígenes de las ideas con las que definimos al sujeto moderno. Todo es una cuestión de palabras, por lo que fue una suerte que Gonzalo Celorio le aconsejara la lectura de la traducción de Hamlet que había hecho el exiliado español Tomás Segovia. La música, la métrica sumergida de Shakespeare puesta en relación con Fray Luis o López Velarde, acabamos de entenderla cuando Tomás Segovia se anima a olvidarse de “he ahí el dilema” o “esa es la cuestión”, para traducir: “Ser o no ser, de eso se trata”.

El ser humano…, de eso se trata. Federico García Lorca fue a Nueva York para encontrarse a sí mismo y reafirmar su conciencia ante las injusticias sociales. Tuvo la suerte de encontrarse también, en medio de la crisis económica del capitalismo, con las traducciones de Whitman que había hecho León Felipe. Los mejores viajes son siempre de ida y vuelta, por lo que conviene recordar aquí el poema que Whitman había dedicado a la proclamación de la Primera República Española: “¡Mirad! / el rostro de la Libertad, / el rostro fresco, íntegro…/ el mismo rostro eterno de la Libertad / avanza hacia nosotros y nos mira”.

Conviene mirarnos, saber quiénes somos, de eso se trata. Federico García Lorca, Rafael Alberti y Pablo Neruda acertaron al mirar hacia Los hombres huecos de T. S. Eliot para comprender la crisis de los sujetos deshabitados puestos al servicio de la renuncia o de la ira ajena. Y Jaime Gil de Biedma dialogó con Stephen Spender, poeta y militante en las Brigadas Internacionales que defendieron la Segunda República Española en 1936. El arte no es un desahogo individualista; es una indagación de la propia intimidad en diálogo con el otro, una manera de entender bien lo que nos emociona para que sea habitado y compartido por los demás.

Muchas cosas le debemos al inglés. Las ofensas de Donald Trump contra el español no deben convertirse en una guerra entre idiomas. Sigamos estudiándolo

Muchas cosas le debemos al inglés. Las ofensas de Donald Trump contra el español no deben convertirse en una guerra entre idiomas. Sigamos estudiándolo. Y repito: es una cuestión que desborda su hegemonía como la lengua imperial de los lobbies. Por el contrario, se trata de tomar conciencia del valor que tienen las lenguas en los debates entre el entendimiento democrático y el autoritarismo, entre los derechos humanos y el racismo, entre el respeto a la diversidad y la afirmación ideológica o económica de la ley del más fuerte.

Cuando fundamos la Unión Europea, se decidió defender el reconocimiento de la variedad lingüística como raíz democrática. Contamos hoy con 24 lenguas oficiales, un modo de entender la unidad en el respeto a la diversidad. Que a estas alturas de la historia de los EE.UU, bajo el lema del englihs only, Trump declare el inglés como único idioma oficial es una toma de postura clara. La ley de los millonarios, en regreso al salvaje Oeste, necesita desprestigiar a los más de 65 millones de hablantes nativos de español que hay en EE.UU, matar a los migrantes como nuevos indios, acabar con la lengua del otro, reafirmar su propia identidad en el racismo. Necesita que el sueño americano se diferencie de la democracia social que puso en marcha el sueño europeo.

Más que el español, la segunda lengua del mundo en hablantes nativos, lo que está en juego es el futuro de España, Europa y América Latina. ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?, preguntaba Rubén Darío contra el nuevo imperialismo que agredía su América española. El problema no es la lengua, sino las estrategias imperiales de apropiación de lo ajeno. Haríamos bien en mantener el sueño europeo y la realidad de la historia hispanoamericana. Harían bien los falsos patriotas españoles en dejar de reírle las gracias a Donald Trump y, claro está, en dejar de criminalizar el catalán en las Comunidades Autónomas bilingües. El bilingüismo es una riqueza cultural y nacional. A ver si lo comprendemos.

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