La furia mediática de los mosquitos

Incluso la responsabilidad es una cuestión de suerte. Es algo que siento cada vez que me río cuando los fanáticos de la extrema derecha se lanzan a insultarme en las redes sociales. Son como mosquitos que vuelan a epidemias organizadas para convertir los espacios públicos en malestar y el alma en una piel escocida por sus picaduras. Su estrategia consiste en infectar cualquier tipo de convivencia y asentar el autoritarismo neoliberal del sálvese quien pueda. Porque el neoliberalismo es la teoría económica que invita a sustituir la libertad de la convivencia por las manos libres de los más fuertes. Algunos comunicadores y economistas hacen la red, como las desgraciadas prostitutas tienen que hacer la calle. Se abren de piernas al servicio de las grandes fortunas. Los más tontos son los que confunden este fanatismo falso con la verdad y el amor con el mercado.

Cuando me insultan, me río, me siento poco afectado, sus picotazos no duelen, y eso es una cuestión de suerte. Uno vive entre palabras que indican los entramados de nuestra existencia: antes, hoy, ayer, mientras, dónde, cuándo, cómo. Por eso siento que hasta la responsabilidad es una cuestión de suerte. Tuve suerte en mi juventud y tengo suerte ahora que me acerco a la vejez. Ni entonces ni ahora he sufrido la necesidad de plegarme a la furia mediática de los mosquitos. Aunque entonces eran más bien avispas.

A mitad de los años 70, cuando empecé a escribir y estudiar en la Universidad de Granada, resultaba ya fácil comprometerse sin miedo con los valores de la democracia. La dictadura obligó durante décadas a unir el entusiasmo y la valentía para militar de forma clandestina contra la maldad oficial. Hubo personas normales que tuvieron que comportarse como héroes y lo pagaron de forma dolorosa. Pero la valentía ya no era demasiado necesaria en 1975. El Régimen tenía poco que ver con la España real. Muerto el Caudillo, un joven estudiante sólo se arriesgaba a un susto, un porrazo en una manifestación o una noche en comisaría. Tampoco era ya necesario autocensurarse al escribir, como habían tenido que hacer tantos periodistas y escritores para ganarse la vida. Autocensurarse podía significar callarse del todo o buscar la manera de decir lo que uno quería de forma que se colase por las rejas de la inquisición franquista. Y los poetas lo tuvieron más fácil porque un poema tenía menos repercusión pública que una columna de opinión, una novela o una película.

Los fanáticos de la extrema derecha que insultan en redes sociales son como mosquitos que vuelan a epidemias organizadas para convertir los espacios públicos en malestar

Así que mi responsabilidad, mi honestidad con mi propia conciencia, tuvo la suerte de formarse en una España que avanzaba hacia la democracia en los años 70. Yo me jugaba poco de manera personal. Los retos eran colectivos. Admiraba a mis mayores y seguía sin riesgo el camino abierto por ellos con verdadera valentía.

Ahora también tengo suerte. Puedo tomarme con buen humor las nuevas redes urdidas para propagar el miedo y la censura a base de mosquitos. Con un trabajo fijo desde el siglo pasado, la vida resuelta hace muchos años y mi vocación literaria más que cumplida, no me hace falta ningún tipo de valor para decir lo que pienso y reírme de los depredadores mediáticos. Sigo luchando en favor de la democracia social sin que me importe ser un vendido, un sinvergüenza, pesebrero, sanchista, lameculos, cómplice de asesinos, bárbaro comunista, etarra, palestino, antisemita, totalitario o idiota. Tengo la suerte de reírme de los que son más siervos todavía que yo. Estos cafres mosquitos me dan poco miedo. Temo más a quien los subvenciona y propaga. Lo siento, eso sí, por la convivencia democrática que quieren ensuciar los profesionales del odio y porque he visto nacer nuevas formas de autocensura entre personas más jóvenes, actores, actrices, cantantes, productores…etc., que temen dar su opinión para que el vendaval no afecte a sus posibilidades profesionales. Sus mosquiteras son frágiles todavía y lo entiendo. Pero yo cargo ya con demasiados años de compromiso político como para asumir la estrategia de los que quieren darme miedo o identificar la opinión política con un acto degradante. Y, además, me dedico a una forma de creatividad, la poesía, que pierde poco público por culpa de los insultos populistas. Así que me río cuando los mosquitos me pican y acusan de reaccionario por denunciar las dictaduras o cuando me llaman comunista bolivariano por criticar el neoliberalismo madrileñista que provoca el deterioro de la fiscalidad madrileña, los servicios públicos madrileños, los derechos laborales de los madrileños y la dignidad de la Justicia en Madrid.

Una última confesión: sólo me pongo nervioso cuando no levanto las iras de la mosquitería. Si no recibo picaduras, mensajes de odio al publicar un artículo, siento que es poco interesante lo que he escrito. La ira de los depredadores es hoy por hoy el mejor índice de esas llagas supurantes o escondidas en las que conviene poner el dedo. 

Para desinfectar esas llagas, el compromiso político decente resulta hoy tan necesario como siempre.

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