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Tambores de guerra en Irán: cortina de humo

Anahita Nassir

En las últimas semanas ha vuelto a estar de actualidad una enemistad que se remonta a 1979 entre la República Islámica de Irán e Israel, dos enemigos acérrimos que compiten por la hegemonía regional. A lo largo de los años, este conflicto ha pasado por casi todas las etapas posibles, con la excepción de una guerra directa, que, aunque parecía ser plausible, ha quedado momentáneamente en un estado de alta tensión sin llegar a la confrontación abierta.

Ambos países se han visto obligados a responder a las últimas provocaciones y ataques mutuos, especialmente para dar respuesta en clave política interna, ya que ninguno desea llegar a una guerra total. En el caso del régimen iraní, estas respuestas parecen más orientadas hacia el mantenimiento de su reputación con sus aliados y miembros del Eje de la Resistencia, y es consciente que carece de la capacidad tecnológica, logística y militar para sostener un enfrentamiento prolongado y directo con Israel, que contaría sin duda con el respaldo de su principal aliado extrarregional, los Estados Unidos de América.

Es importante recordar que los clérigos iraníes, junto con el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria, han consolidado su poder en estos 45 años, tejido una red de intereses económicos y políticos interconectados que no están dispuestos a perder, y están preparados para tomar cualquier medida para mantener el control. En este contexto, la represión generalizada contra la población, especialmente contra las mujeres, se agrava por una economía marcada por la incompetencia y una corrupción institucionalizada, que ha causado daños significativos al medio ambiente y una merma de la calidad de vida de su población; donde los beneficios del petróleo no repercuten en mejoras sociales. Asimismo, las sanciones internacionales han exacerbado aún más esta situación, ampliando la brecha entre la élite dirigente y la mayoría de la sociedad, intensificando el descontento y la insatisfacción hacia el régimen actual.

A medida que las condiciones de vida empeoran, crece la desesperación y la valentía para desafiar cada vez más este sistema autoritario. Las protestas sociales en Irán abarcan un amplio espectro de demandas, que van más allá del tema del velo, incluyendo las exigencias de la clase obrera, los estudiantes, los intelectuales y las minorías étnicas y religiosas, a pesar de todas las prohibiciones impuestas por el régimen.

La mayoría de la población iraní lucha con diferentes grados de intensidad y formas para alcanzar mayores niveles de libertad y derechos, sobre todo para derrocar un régimen basado en la discriminación sistemática de la mujer. Son protagonistas activos de su futuro, no meros sujetos pasivos que esperan soluciones milagrosas. Es crucial entender que los problemas del país son causados por el régimen, demasiado ocupado en crear desestabilización internacional mientras reprime a su propia gente.

La tensión geopolítica entre el régimen de los ayatolás e Israel no solo afecta psicológicamente a la sociedad iraní, sino que también plantea el debate sobre el masivo desvío de recursos económicos y humanos para mantener el conflicto y a sus aliados regionales, recursos que podrían ser utilizados para mejorar las condiciones de vida de la población. La retórica propagandística del régimen iraní en apoyo de causas externas se vuelve cada vez más difícil de aceptar para una población que sufre represión interna.

Además, las nuevas sanciones internacionales que se están considerando podrían agravar los problemas económicos preexistentes en Irán, lo que afectaría directamente a la población al aumentar la inflación, el desempleo y el deterioro de los servicios públicos, como la sanidad y la educación, empeorando una situación actual ya alarmante.

La retórica propagandística del régimen iraní en apoyo de causas externas se vuelve cada vez más difícil de aceptar para una población que sufre represión interna

Mientras el foco de la atención mediática internacional está dirigido a desgranar la historia de enemistad y en encontrar vías de desescalada, el régimen iraní aprovecha para intensificar su represión contra su propia población: las patrullas de la policía moral vuelven a circular en las grandes ciudades, vigilando para que se cumplan los preceptos islámicos en cuanto a vestimenta; se han incrementado los casos de acoso a mujeres por parte de los basijis (grupos paramilitares controlados por la Guardia Revolucionaria) en las calles por no llevar el velo correctamente; se están deteniendo nuevamente a estudiantes e intelectuales bajo burdas acusaciones, utilizando el sistema jurídico como arma política para atacar a los disidentes e infundir miedo a quien se atreva a rebelarse; se están emitiendo sentencias pendientes, con castigos ejemplarizantes y desproporcionados, como el caso del rapero Toomaj Salehi, quien acaba de ser condenado a muerte por su apoyo al movimiento "Mujer Vida Libertad", surgido tras la injusta muerte de Mahsa Amini en septiembre de 2022 a manos de la policía moral.

En resumen, las tensiones con su enemigo habitual han servido al régimen para desviar la atención de la comunidad internacional, mientras continúa su sistemática violación de los derechos humanos. A medida que se sienta más acorralado, intensificará su represión en un intento desesperado por mantener el control. Aunque hasta ahora haya logrado mantenerse en el poder y sofocar todas las protestas durante estos últimos 45 años, su inevitable caída se aproxima, pues el pueblo iraní merece un gobierno más justo.

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Anahita Nassir es politóloga hispano-iraní y colaboradora de la Fundación Alternativas.

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