Mi padre tenía seis trabajos Joaquín Jesús Sánchez
Mi padre tenía seis trabajos
En La Sexta hay un programa donde te explican cosas. El formato es innovador: dos gradas, una con «expertos» (denme comillas más grandes) y otra con «ciudadanos» (categorías excluyentes, según parece), bramándose unos a otros las verdades del barquero. El programita esquiva la pesadez de los documentales sobre las gacelas del Serengueti y la sobreestimulación de los programas divulgativos haciendo que todos los intervinientes hablen como tabernícolas pendencieros. ¡El justo medio! Si quisieran alcanzar la perfección, bastaría con rematar los argumentos con el mazazo de un vaso de tubo.
Entre tanto connoisseur destaca un tal Gonzalo Bernardos, de profesión economista. ¿Que cómo sé que es la estrella? Porque si lo googleas, internet te devuelve titulares atronadores. «La contundente respuesta de… a la afirmación de un empresario», «La reflexión viral de…», «El mensaje de … al Gobierno». Háganme caso: solo las lumbreras más preclaras alumbran «mensajes virales».
La economía será una ciencia de chichinabo, pero chico, qué manera de proveer estrellas de la pequeña pantalla: Juan Ramón Rallo, el tipo ese que no tiene cejas, Leopoldo Abadía, el siempre sonriente Niño Becerra… No se conocía una producción de cantamañanas semejante desde que cerraron las facultades de alquimia. Me pregunto qué hará falta para destacar entre tanta sesera centelleante. ¿Dominio del Excel nivel usuario? ¿Una íntima comprensión de la avaricia humana? ¿Haberse restregado contra la momia de Hayek? Todas buenas respuestas, pero ninguna nos satisface. No: lo que hace popular a un economista es lo mismito que catapulta a los personajes de Sálvame. ¡Las gilipolleces!
Me pregunto por qué la cadena del 'más periodismo' y del 'fact checking' sin igual decide contratar siempre, entre la millonada de todólogos que pululan por nuestra patria, a los más tenaces defensores de las sentinas del antiguo régimen
Hará unos meses que nuestro augusto protagonista se coló en mi radar con una afirmación erudita: sin atisbo de vergüenza, el tipo le afeaba a una chavala que quisiera vivir (¡hibris!) cerca del trabajo y de la familia. ¿Qué será lo próximo?, andará pensando, ¿exigir que se le paguen las horas extras? No veo mucha tele generalista (desde que llegó el streaming poseo un universo infinito de chorradas a mi alcance), así que imagino que se me han pasado muchas de sus lindezas; pero la otra tarde, perdiendo un poco el tiempo en las redes, me topé con un clip fantastibuloso y chiripitiflaútico. «Tener tres trabajos está fantástico, no pasa nada […] mi padre tenía seis». Claro: y si tu tatarabuelo fue carlista bien está que nos gobierne el sobrinonieto de Carlos María Isidro.
No quisiera detenerme en lo que me parece esta sesuda aseveración, porque no sé cuántos abogados tiene en nómina nuestro periódico. Solo diré que ni las hienas más sarnosas justifican con tanta vehemencia la opresión de sus congéneres. Imagino que ahora me vendrá un escuadrón de compatriotas moderados y sagaces a afearme este señalamiento liberticida. ¡Censor! ¡Malandrín! ¡Tragaldabas! Amigos, tranquilizaos: ¿acaso creéis que, mientras Iker pilote su nave, algún traidor a la clase obrera se quedará sin sueldo?
Me pregunto, que ya son ganas, por qué la cadena del más periodismo y del fact checking sin igual decide contratar siempre, entre la millonada de todólogos que pululan por nuestra patria, a los más tenaces defensores de las sentinas del antiguo régimen. Que no cunda el pánico, luego ponemos un capitulito de Salvados y aquí no ha pasado nada.
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