La estrategia reaccionaria de la polarización política en España

Mario García de Castro

El objetivo de la crispación política que conduce a la polarización es el debilitamiento del adversario político manipulando la información hasta convertirlo en enemigo para que su liquidación permita alcanzar el poder. Esta vía de acceso al poder político requiere impedir cualquier espacio clásico de consenso o idea de convergencia en los programas y propuestas entre las diferentes fuerzas políticas y es actualmente el catecismo táctico del neopopulismo que caracteriza el presente político del siglo.

En un mundo polarizado no puede haber neutralidad, porque tampoco puede haber instituciones apolíticas o neutrales. De ahí que se confundan las funciones de los contrapesos sociales como los de la judicatura o las de los medios de comunicación y se persiga su control político. En el escenario político español de los últimos años el uso y la manipulación política de medios y juzgados ha sido una característica frecuente.

Margaret Thatcher ya puso fin a las políticas de consenso en el Reino Unido durante la década de los años ochenta, así como en EEUU con el acceso al poder de los neocons de Ronald Reagan. Pero fue durante los años noventa cuando se desarrolló la experiencia frentista en la política de los Estados Unidos que después irradió en Europa. La actualidad política en España resulta ser muy ilustrativa de la aplicación de esos patrones homologados para desalojar del poder a los considerados por las corrientes populistas como intrusos. El resultado ha sido la expansión de un creciente populismo político reaccionario basado en el menosprecio de la democracia parlamentaria y sus instituciones, el desprecio del liberalismo y la tolerancia de pensamiento, el control político del equilibrio sustentado en la separación de poderes, el descredito de la administración pública y cualquier parcela de profesionalismo independiente o imparcial que se reivindique, para ahondar en la división y fragmentación social.

La polarización en Estados Unidos

Desde aquellos años noventa se disparó la polarización política en Estados Unidos. A partir de entonces, los lobbies más reaccionarios y conservadores se apoderaron de la formación política conservadora de la derecha americana, el Partido Republicano, que desde posiciones ultracatólicas se ha dedicado a rechazar políticas sociales, defendido los intereses de las grandes empresas, negado políticas de defensa medioambiental y afianzado los valores nacionalistas.

Fue a partir del escaso triunfo electoral del demócrata Bill Clinton, especialmente, en su segundo mandato de 1996 al 2000, cuando esa orientación radical empezó a cobrar una importancia abrumadora en la competición política estadounidense, contaminada de estrategias de descalificación sistemática del adversario. La toxicidad se iba adueñando de la política norteamericana moderna, señalaban los analistas en los medios, quienes describían un escenario político maniqueo de combate a través de un lenguaje incendiario. Bajo la presidencia estadounidense de Clinton y del Partido Demócrata en la Casa Blanca, la polarización aumentó, se multiplicaron los programas de radio y televisión reaccionarios y antigubernamentales, y las noticias por cable y on line arrastraban a los medios tradicionales y sus audiencias masivas. Lideres del Partido Republicano calificaban a Clinton en la Cámara de Representantes como el enemigo de los americanos normales. El objetivo era debilitar la persona y no tanto sus políticas. A finales de los años noventa y principios del dos mil, gran parte de la población estadounidense se había radicalizado y la sociedad se había dividió en dos bloques enfrentados.

El desarrollo de aquella estrategia de la derecha reaccionaria estadounidense de los años noventa culminó con la derrota de Al Gore en las elecciones del 2000 a favor de George W. Bush por un recuento de votos en Florida. El impacto de la guerra política y de las decisiones judiciales sobre los resultados ahondaron la radical desconfianza entre unos y otros electores. Por entonces cada noticia o cada opinión ya era considerada como un arma o escudo en el enfrentamiento ideológico diario. Y cada informador era o bien parte del equipo propio o del enemigo. Se instauró así una concepción radical del papel de la información política en la que lo que menos predominaba eran los hechos en favor de las opiniones y de los juicios descalificadores. Se había instaurado una infranqueable división en el electorado que se prolongó durante la presidencia de Barack Obama y derivó posteriormente en el triunfo de Donal Trump.

La devaluación social de la verdad en el debate político y periodístico se comenzó a analizar con el Fact-free politics, concepto que definía una forma de hacer política basada en las opiniones sin contrastar, en vez de en datos y hechos demostrables. Expresión que comenzó a utilizarse en 2010, cuando el expresidente Bill Clinton la utilizó en una entrevista televisiva para describir la estrategia y el discurso político de Sarah Palin, candidata del partido conservador. Poco después, en el triunfo electoral de Donald Trump en 2016, emergió el nuevo paradigma de la era de la posverdad. Entonces se consagraba la palabra post-truth, que venía a caracterizar una sociedad en la que los políticos tergiversaban, manipulaban y mentían con creciente impunidad. La opinión pública dejaba de confiar en los mediadores y las redes digitales trasformaban la vida social en un campo de batalla de desinformación. Entonces los diccionarios de Oxford eligieron la posverdad como palabra del año.

Tras la investidura presidencial de Trump, los medios de comunicación tradicionales se arrojaron a los dos bandos enfrentados con su tono exaltado a favor o en contra, para incrementar las tiradas y los índices de rentabilidad, tanto los periódicos de oposición como el Washington Post, el New York Times o el Boston Globe; como los favorables, el New York Post, el Washington Examiner, el Boston Herald, plataformas digitales o las redes sociales, que siguieron destilando su odio frentista hacia los demócratas. Y el compromiso con la verdad de los hechos factuales y la radical oposición periodística a las políticas trumpistas las asumió como nadie el Washington Post, que las sometió a un seguimiento detallado a través del registro y denuncia de los centenares de mentiras y medias verdades diarias que lanzaba Trump durante su investidura y mandato en la Casa Blanca. Esos sistemas de fact checker dieron resultado inmediatamente. El Washington Post, ya bajo la propiedad de Jeff Bezos, asumió como lema en su cabecera “La democracia muere en la oscuridad” y se dedicó a liderar junto con The New York Times la defensa de la prensa libre e independiente, de los hechos comprobables, frente a “los hechos alternativos” que el gobierno de Trump y sus seguidores se dedicaban a promover a golpe de tuit y por las redes. Fue en esos decisivos años del gobierno de Trump cuando la prensa tradicional americana libró la primera gran batalla frente a una red de tuits que día a día menospreciaban y atacaban el ejercicio del periodismo más exigente.

Cambridge Analytica fue el vehículo exportador de la nueva doctrina política radical conservadora a Europa

Hay que recordar que esos efectos de la estrategia de polarización se habían diseñado en aquellos años noventa de acuerdo con las guías norteamericanas del republicano Newt Gringrich, cuando este presidente de la Cámara de Representantes desarrolló la mayor oposición al presidente demócrata Clinton, y después como empresario de comunicación de la estrategia republicana contra el presidente demócrata Barack Obama. Esa fue la cocina política desde la que emergió la estrategia polarizadora de una moderna ultraderecha americana, que mientras en algunos países europeos como Inglaterra se expandiría en torno al nacionalismo antiglobalizador y antieuropeo, en España se plasmaría en torno a la reivindicación nacional españolista respecto a las políticas autonómicas.

Ese germen de la nueva política populista se haría global durante el nuevo siglo. Y a esas alturas, tanto en los Estados Unidos de Trump como en la Rusia de Putin, la verdad ya es una cuestión de creencia y los hechos no existen, como afirman tanto el ultranacionalista ruso Alexandr Duguin como el reaccionario asesor americano Steve Bannon. Este último estratega político, de simpatía misógina, homófoba, racista y supremacista, tenía como lema de su estrategia frentista que si querías cambiar la sociedad primero tenías que dividirla. Bannon fue vicepresidente de Cambridge Analytica en 2015, principal artífice de la campaña de Trump en 2016 y del apoyo al ultra ingles Nigel Farange y de la campaña del referéndum del Brexit, como también hizo en España con los sectores más ultras del Partido Popular, luego escindidos para fundar Vox, o con Viktor Orban en Hungría, con Salvini en Italia y con Marine Le Pen en Francia. Cambridge Analytica fue el vehículo exportador de la nueva doctrina política radical conservadora a Europa.

La versión española de la escalada

Si fue con George Bush cuando se había comenzado a dividir la sociedad americana en dos frentes, los que cumplían con sus criterios que eran los estadounidenses verdaderos y los que no se sometían a ellos, que eran los considerados antipatriotas; del mismo modo en España ocurriría con el liderazgo de José María Aznar en el partido de la derecha española durante los años noventa. Fue desde entonces y con el apoyo explícito de parte importante de medios escritos y audiovisuales, cuando comenzó la escalada de la crispación social y el acoso a un debilitado gobierno de Felipe González en su tercera legislatura por los escándalos de corrupción, que acabó desalojando del gobierno central a los socialistas.

Siguiendo el patrón americano, las políticas de crispación en España tuvieron entonces su origen, prosiguieron atacando al gobierno socialista de Zapatero como amigo de los terroristas que querían romper España, hasta su final, y luego tras la moción de censura contra Rajoy hasta hoy con la oposición al gobierno de coalición del socialista Sánchez. Siempre que la fuerza política de la derecha perdía el poder o no lo alcanzaba tras unos resultados electorales polarizados como en EEUU. Esta nueva estrategia política, articulada sobre los argumentarios procedentes de la Fundación FAES, desde los sectores más radicales del Partido Popular protegidos por el gobierno de Madrid, desembocará más tarde en el nacionalismo xenófobo de grupos ultras escindidos, y de medios de comunicación conservadores grandes y pequeños, televisivos y digitales, subvencionados y propagandistas, e igualmente, de algunos sectores poco imparciales del Poder Judicial.

De modo paralelo, fue a partir de la expansión social de Internet y la crisis publicitaria de la prensa cuando comenzaron en España a surgir en la Web diferentes iniciativas de periódicos on line o de canales de vídeo en las redes como medios activistas de las tesis populistas que, sostenidos por intereses políticos, han constituido la artillería de la difusión de la propaganda y de la confrontación política a través de sus cámaras de eco. Desde webs anónimas, granjas de bots en las redes y foros abiertos de plataformas, se comenzaron a difundir mensajes más allá de las instituciones políticas, tanto contra la ciencia o los movimientos sociales y civiles, como contra los medios independientes o de ideología opuesta. Una corriente inmersiva que arrastraba la confusión entre la propaganda y la desinformación política para impactar en las grandes audiencias de los grupos multimedia.

Las acusaciones e inculpaciones personales contra el 'sanchismo' han sucedido a las del 'zapaterismo' como la mecánica necesaria para la práctica de la política populista

Hay que recordar que la gestión del liderazgo de Aznar al frente del ejecutivo del 1996 al 2004 acabaría salpicada por su amistad y alianza con el presidente estadounidense George W. Busch, que le llevó a apoyar la guerra de Irak, basada en mentiras sobre las armas de destrucción masiva. La connivencia y el intercambio de favores entre el entorno de Aznar y el de la administración conservadora norteamericana prosiguió y, desde entonces, el líder de la derecha española, José María Aznar, ha sido asesor de Rupert Murdoch como consejero de News Corp, el gigante mediático estadounidense que tanto tuvo que ver en el triunfo primero de Bush y después de Trump.

La nueva victoria del PSOE en marzo del 2004 fue toda una sorpresa para el partido de la derecha española, que pensaba ganar con un nuevo candidato. Pero tras el apoyo a las tesis del presidente estadounidense sobre las falsas armas de destrucción masiva en Irak que justificaron la guerra, el propio Aznar y su gabinete saliente protagonizó la historia de una de las mayores manipulaciones políticas de las últimas décadas en España tras el atentado terrorista del 11M, no solo a través de la radio y televisión pública, sino a través de la injerencia y la presión a los medios de comunicación privados. La reacción del PP al atentado insistiendo en la autoría de ETA y las presiones a los medios de comunicación precipitaron su derrota. Para la mayoría de los ciudadanos resultó evidente que los dirigentes del Partido Popular les habían mentido. El siguiente eslabón fue debilitar al gobierno socialista por sus políticas aliadas con nacionalistas vascos y catalanes. El tono apocalíptico de un Aznar expresidente en entrevistas a la prensa internacional en las que declaraba que el presidente Rodríguez Zapatero significaba la división irreversible de España, reforzaban las acusaciones del propio líder de la oposición, Mariano Rajoy, que criticaba la tramitación del nuevo estatuto de Catalunya.

Al proceso de polarización también realizó su contribución la izquierda radical populista tras el 15M del 2011, cuando un movimiento juvenil de indignados se manifestó contra los recortes de la crisis internacional. Tras los resultados electorales del 2016, la aparición de nuevos partidos políticos tanto en la derecha como en la izquierda, fragmentaron el escenario político y se reforzaron las estrategias de corte populista. Nuevas formaciones fundadas en una nueva retórica populista encontraban su abono de expansión viral en la eficacia que ofrecía la interconectividad digital de las redes sociales. Tanto unos como otros trataron de presentarse como alternativas al descrédito de la antigua clase política.

En 2018, los escándalos de corrupción volvían a ser el arma arrojadiza de la confrontación, que junto con la fragmentación ocasionada años antes por el procés català, consolidaba la existencia de esos dos bloques polarizados. El nacionalismo ha sido uno de los ingredientes imprescindibles en todas las salsas populistas, tanto las de extrema derecha como de extrema izquierda, y el movimiento independentista catalán se desarrolló sobre todo a partir de la crisis económica en la primera década del nuevo siglo a través de grandes manifestaciones en la calle, banderolas, marchas y grandes performances que proclamaban representar al verdadero pueblo catalán, víctima de una legalidad vigente represiva y dominadora como la española.

Y el procés catalán fue la coartada perfecta para que un nuevo partido de ultraderecha, Vox, obtuviera en 2019 su primer éxito electoral al convertirse en un nuevo actor de la política nacional y entrar a formar parte del apoyo necesario de los espacios de poder regionales del Partido Popular. Germinado en aquel pensamiento patriótico de salvación de la unidad nacional, Vox se fundó bajo una red de mecenas, seguidores y troles de Internet, con ideas comunes a las de otros movimientos internacionales nacionalistas o neofascistas. En este caso inspirado en el franquismo, de igual modo que en Francia lo hacían los herederos de Vichy o en Italia de Mussolini. Entre los fundadores de esta rama española de la extrema derecha figuraban exmiembros del Partido Popular, y exasesores del presidente José María Aznar, aprendices de brujo en la administración de George W. Bush, el lobby israelí de Netanyahu y el laboratorio de ideas conservador American Enterprise Institute, que se dedicaba a favorecer el atlantismo otanista en Europa.

El nacionalismo ha sido uno de los ingredientes imprescindibles en todas las salsas populistas

Atenazado por la sombra que le provocaba el alumbramiento de estos nuevos sectores reaccionarios, el partido de la derecha española ha adoptado la misma retórica populista de descalificación y división para acusar de ilegítimo al gobierno de coalición de izquierdas y del apoyo de independentistas regionales. De este modo las acusaciones e inculpaciones personales contra el sanchismo han sucedido a las del zapaterismo y éstas a las del felipismo como la mecánica necesaria para la práctica de la política populista. Durante todo ese ciclo se han multiplicado los enfrentamientos y bloqueos del debate político, la judicialización de la política o la politización judicial y la intimidación de los periodistas de medios no sectarios o el reparto de ayudas y subvenciones a los obedientes. Y como señala el profesor y exministro José María Maravall, en definitiva, puede decirse que en España la polarización solo ha existido cuando la derecha o el Partido Popular ha perdido las elecciones, no conseguía acceder al poder y ha tratado de desestabilizar al gobierno con una campaña electoral permanente en una nueva escalada de la crispación, desde unos patrones calcados de los aplicados en EEUU por un Partido Republicano cuyos lideres proceden de los sectores más reaccionarios.

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Mario García de Castro es periodista y profesor titular de Información Audiovisual en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

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