De Aldama a Zaplana y el panal de rica miel

Domingo Sanz

Desde el Aldama que comienza por A hasta Zaplana son bastantes más de dos mil los apellidos con los que podríamos darle varias vueltas al abecedario. Se trata de los implicados en toda clase de corrupciones que se han ido acercando a los poderes públicos para sacar tajada del erario en forma de beneficios no legales que multiplican cuando pandemias, danas y otras desgracias masivas colocan ante el abismo a los políticos que pillan por el camino, sobre todo si fueran de los honestos.

Y ya que nos viene de paso califique usted, que está leyendo, al Mazón de quien ayer elDiario.es informaba que había adjudicado 34 millones de la “reconstrucción”, y que hoy los millones ya son 62, a empresas que estuvieron implicadas en la Gürtel, uno más de los muchos entramados corruptos del PP que han terminado en los tribunales y que, como casi siempre, ni las condenas castigan a los culpables como se merecen, ni se recupera dinero suficiente para compensar una parte mínima de lo que han robado.

Es tal la charca inmunda de corrupción en que se ha convertido la política en España que ya no me motiva lo de opinar sobre las palabras de un delincuente que reconociéndose culpable ha conseguido salir de la cárcel y que incluso podría haber pactado un indulto futuro si, tras acusar a los del Gobierno con sus declaraciones, consigue hacer presidente a Núñez Feijóo, el navegante aquel que tomaba el sol con su amigo Marcial Dorado, un narcotraficante varias veces condenado.

En cambio, sí me ha dado por versionar, ya lo ha intuido usted tras leer el título, una de las fábulas más repetidas de Felix María de Samaniego, quien falleció en el año 1801 y había sido perseguido por la Santa Inquisición, como buen sabio y atrevido que fue, y cuyas dos mil “moscas”, en lugar de quedar presas por las patas en la miel de un panal que hoy se llama dinero público, son, en realidad, enjambres de corruptores y corrompibles que buscan enriquecerse. Algunos parecen tan mediocres que les llamarías cutres.

Es tal la charca inmunda de corrupción en que se ha convertido la política en España que ya no me motiva lo de opinar sobre las palabras de un delincuente que reconociéndose culpable ha conseguido salir de la cárcel

Y, como tantas veces que te pones a darle vueltas a algo que otros han escrito, te das cuenta que ocurre porque te ronda una idea que podría ser útil.

Estaba pensando en el incontable número de corruptos que, para tomar posesión de su cargo, tienen antes que jurar la Constitución, como si con tal ceremonia se sintieran más obligados a cumplir la ley de leyes y, al mismo tiempo, recuerdo algunos debates con amigos y conocidos sobre la recurrente idea de que a la política no debería poder dedicarse cualquiera, que deberían tener cierto nivel de estudios y etcétera.

Como resulta que la democracia esté en peligro a pesar de que todos juraron respetar la Constitución, se me ha ocurrido que sería muy conveniente conocer la escala de valores no de quienes han sido elegidos, que no tendría remedio, sino de todas aquellas personas que aspiran a serlo formando parte de una candidatura que competirá ante las urnas.

Y para conocer esa parte tan decisiva de la personalidad de los futuros electos, o para no elegirlos, se podría someter a todos los miembros de cualquier lista electoral a un examen consistente en realizar un comentario de texto de una o varias sabidurías populares elegidas al azar que, como las de Samaniego y tantas otras, muchas anónimas, cada día nos demuestran que no hemos aprendido nada de lo que es más importante.

Y es muy probable que acertáramos más a la hora de votar si antes de hacerlo se publicaran las respuestas que hubieran sido capaces de redactar, de su puño y letra, quienes estarían pidiendo nuestra confianza para gobernar. 

Iba a terminar y me doy cuenta de que en la tele estoy viendo los dos primeros capítulos de una serie que parece inteligente y de la que no diré el título para no estropear del todo este artículo.

Dos que solo son compañeros de trabajo están sentados en un bar y ella, sabia y avasalladora por la mucha experiencia acumulada, pero tranquila, le dice a él tres cosas seguidas:

“¿Por qué crees que hay tantas parejas entre los inspectores de Hacienda?

¿Porque se gustan entre ellos?

No, porque no les gustamos a nadie”.

Después, en el siguiente capítulo de la misma serie, otra frase para pensarla:

“No sé si conocer a un inspector de Hacienda en Hacienda ni siquiera cuenta como conocer a alguien”.

Disfrute si desea buscarla y la encuentra.

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Domingo Sanz es socio de infoLibre.

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