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Plaza Pública

La piedad es un hombre

Fernando Olmeda

Como miembro del equipo de Associated Press que cubrió la guerra de Siria, Manu Brabo ha logrado el Premio Pulitzer con una foto que, por primera vez, rompe el canon fotográfico del fotoperiodismo: la elección de una mujer como símbolo de las tragedias colectivas.

Desde Tomoko bañado por su madre, obra cumbre de Eugene W. Smith, los fotoperiodistas han condensado en su trabajo un sentimiento que trasciende el instante, que remite a valores y sentimientos universales, y que suele reproducir la representación de la Piedad, un motivo iconográfico frecuente en la historia del arte y en la cultura occidentales.

El paradigma es la Piedad de Argel. Dos mujeres llorando junto al hospital Zmirli, donde fueron trasladados los cuerpos de las víctimas de la masacre perpetrada en el suburbio argelino de Bentalha. La mañana de aquel 23 de septiembre de 1997, entre los periodistas que acudieron al escenario de la matanza, se encontraba Hocine, fotógrafo argelino de la agencia France Presse, autodidacta y admirador de Cartier-Bresson. Hocine fotografía a una mujer con su rostro estragado por el dolor. Una imagen que expresa el dolor de todas las madres argelinas. La mano compasiva de otra persona sostiene a la mujer, cuya boca transmite dolor y evoca las bocas que gritan en el Guernica de Picasso. La posición de los personajes recuerda un icono religioso identificable en Occidente. La sobriedad del decorado no muestra, solo sugiere lo que ocurre en un escenario de crueldad, oculto a nuestra mirada. Y eso que esconde constituye su referente y le da sentido. Con su aire de Pietá, comenzó a ser llamada Madonna o Madre Dolorosa. Los periódicos la publicaron tanto en blanco y negro como en color. Muchos periodistas la colocaron en sus mesas de redacción. Sin embargo, su publicación no fue bien recibida. ¿Por qué provocó rechazo en Argelia, mientras fuera del país obtuvo reconocimiento y fue premiada? Porque las imágenes oficiales estaban controladas, tomadas a suficiente distancia como para no dejar ver, eliminando toda carga emocional. Porque la foto no mostraba propiamente la guerra, sino sus efectos sobre el ser humano.

Christine Spengler expresó el drama de las mujeres durante el régimen talibán en su Madonna afgana. Arko Datta retrató a una mujer que lloraba a un familiar víctima del tsunami en Tamil Nadu (India). James Nachtwey, a una mujer levantando el cuerpo de su hijo, víctima de la hambruna, para llevarlo a su tumba, en Somalia. En 2012, el fotoperiodista de The New York Times Samuel Aranda ganó el World Press Photo con una instantánea en la que un joven desnudo -herido en la revuelta de Yemen- busca consuelo en los brazos de su madre, cubierta por un niqab.

El rostro desnudo de la Madona de Bentalha, de la mujer de Aranda, aproximan solidariamente al dolor de las víctimas de las guerras, pero también trastornan al espectador, le conminan a responder. Esta vez, la foto de Brabo -un hombre sirio llorando sobre el cuerpo de su hijo, cerca del hospital de Aleppo- ofrece otro ángulo del horror.

La fuerza expresiva de estas conmovedoras imágenes nos invita a recordar los diferentes grados de locura que ha alcanzado la humanidad. Eugene W. Smith dijo: “La fotografía es solamente una débil voz, pero a veces, tan solo a veces, una o varias fotografías pueden llevar nuestros sentidos hacia la conciencia”. La fotografía es un vehículo que despierta conciencias. Una mirada de compasión hacia las víctimas, que simultáneamente interpela al mundo.

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