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Desde la tramoya

500 días en el quirófano

Escribí en El País, a los cien días de Gobierno de Rajoy, que su relato podía asimilarse metafóricamente al del cirujano que opera a un enfermo grave. Y la población española al de la familia que espera angustiada que el nuevo médico haga lo que pueda con el paciente y le salve como sea. “Me lo tenían que haber traído antes; aplicaré el tratamiento de choque necesario; está muy grave, demasiado, pero veré lo que puedo hacer”, dice el cirujano. “Lo que usted diga, doctor: haga lo que deba”, dice la familia angustiada. De manera que si, finalmente, antes de las elecciones, el paciente muestra algún síntoma de mejoría, aunque aparezca en la habitación sin brazos, sin riñón y con respiración asistida, el doctor podrá esgrimir la penosa situación de partida y sus denodados esfuerzos, para que la familia incluso tenga que darle al médico un abrazo agradecido. En otras palabras, Rajoy lo apuesta todo a la evolución de la economía, que en realidad depende muy poco de él. Si va algo mejor que ahora allá por 2015, nos dirá a todos: “¿Ven? Fue duro, pero nos hemos salvado y ahora estamos en el postoperatorio y la rehabilitación. Hice lo que tenía que hacer”.

Pues bien: llevamos 500 días en el quirófano y no hay síntoma alguno de mejoría, aunque el doctor nos pida paciencia, confianza y aguante. El equipo médico sube a la planta de vez en cuando y nos dice que vamos bien, que la cosa está difícil pero que el tratamiento surtirá pronto efecto. Pero lo cierto es que nos lo dicen bajito, como con poco convencimiento, y no lo creemos por lo que vemos en los análisis. En la familia empezamos a perder la paciencia y a pensar, como decía en aquel artículo, que quizá el cirujano sea más bien un carnicero poco sofisticado en sus cortes e incisiones. Si además, le hemos visto fumándose un puro en plena operación con un tal Bárcenas, el médico termina por generarnos auténtica indignación.

¿Hasta dónde llegará la paciencia que el doctor nos pide? Yo creo que no mucho más lejos. Hemos pasado ya un tercio de la Legislatura, y la crisis económica se ha agravado. A ella se le añade una crisis política, institucional y social de primer orden. Sólo si el presidente tiene la fortuna de que sus previsiones se cumplen en 2014 y en 2015, que en principio es el año electoral, entonces podrá en efecto subirse a la ola de la mejoría económica y apropiársela como un mérito propio. Quizá sea eso lo que pase y Rajoy sea reelegido, aunque sea con una mayoría pequeña y un parlamento más atomizado que el actual, con esos partidos hoy pequeños (como Izquierda Unida o UPyD), pero electoralmente en alza.

Aunque hay algún otro escenario verosímil: que las cosas no mejoren, nos hartemos de esperar a que el tratamiento brutal surta efecto y prefiramos cambiar de médico. Sí, pero, ¿entonces quién? No nos engañemos, cuando lleguen las próximas elecciones, habremos de tener dos o tres candidatos verosímiles. De momento sólo hay uno: el persistente y resistente Rajoy. Muy mal le tiene que ir, o muy sorprendente y rompedora tiene que ser la alternativa, para que la mayoría decida ponerse en manos de un hoy por hoy desconocido nuevo presidente.

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