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Dime qué leo

José María Goicoechea

Las entradas sobre Marcel Schwob o José Carlos Llop me reafirmaron en mi predilección por estos escritores; la dedicada a Harold Acton, para descubrirle y terminar leyendo sus deliciosas Memorias de un esteta (en español, publicadas por Pre-Textos). De aquel Diccionario de literatura para esnobs, de Fabrice Gaignault (Impedimenta), saqué pistas, información, aclaraciones, avistamientos y promesas de disfrute lector. Porque es necesario (para mí, es necesario) disponer de guías y orientaciones; para seguirlas o no, pero al menos reconforta saber que existen.

A veces, uno de estos libros es como un amigo con quien hablas, mejor si es con una copa de vino por medio, sobre últimas lecturas, descubrimientos recientes, revelaciones literarias o certezas sedimentadas con el paso del tiempo y de sucesivos y variados textos. Así, una tarde de domingo, como si estuviera en una de esas charlas de bar, abrí Libros peligrosos de Juan Tallón (Larousse) y me dejé coger de la mano para recorrer un camino pavimentado de volúmenes y atender a los comentarios e impresiones sobre lecturas de las que este escritor da cuenta. No sé la proporción de los títulos mencionados que ya conocía o que no (bueno, sí lo sé, pero prefiero no mostrar aquí debilidades y lagunas literarias), pero el recorrido me llevó a lo apuntado más arriba: confirmar y descubrir, por un lado; matizar y ampliar, por otro, y dejarte mecer por esa promesa de disfrute, pues la lectura debe entenderse contando que hay placer por medio, no siempre directo, no siempre percibido a la primera, no siempre confesable. Disfrutas cuando lees, menuda obviedad, ¿no? También disfrutas cuando descubres.

Exaltamos, cómo no hacerlo, desde hace un tiempo, el acceso directo a la creación, sin filtros, sin intermediarios, un acceso propiciado y facilitado por los medios digitales de información y comunicación, pero al mismo tiempo es posible sentir un escalofrío de temor ante la pérdida, o al menos el debilitamiento, de la influencia de ese alguien que sabe más que tú, que tiene intuición y olfato y que de tanto recolectado (leído, en este caso) destila para ti (lo hace o puede hacer para más gente, pero lo que te importa y lo que te sirve es que sea, también, para ti) lo mejor, lo especial, lo diferente o lo exquisito; cada cual que elija.

Por ahora, las grandes casas editoriales, dependientes de cuentas de resultados y accionistas, no se han sacudido todavía del editor, personaje cargado de experiencia y también de prejuicios (eso marca la diferencia), y de lecturas, sobre todo lecturas, malas y buenas, que elije (a veces, pesca) autores y obras para poner a nuestro alcance. Los hay equivocados, malos y contumaces; los hay visionarios, elegantes y equilibrados. De vez en cuando son la misma persona vista a través de libros diferentes o de distintos lectores. Filtran y propagan. A Manuel Borrás, fundador de Pre-Textos, le he oído decir que la mejor biografía de un editor es su catálogo.

Hay otro escalón: en él se sientan el resto de lectores, el sabiondo, el ocasional, el profesor, el enterado, el excéntrico, tu padre, el crítico, ese amigo que vive para leer y aquel que agarra un libro de higos a brevas, el librero (sí, existen todavía y estos días les podemos ver en la Feria del Retiro madrileño)… De ese escalón también te alimentas. Cuántas veces hemos preguntado a alguno de ellos: “Dime qué leo”. Miras tu biblioteca y solo con ver el lomo de un volumen recuerdas que lo compraste en Oviedo o en la calle San Bernardo porque te lo habían señalado de una u otra forma, porque te sonaba de algo, o recuerdas que fue un regalo (casual o muy bien pensado, quién sabe) en aquel veintitantos cumpleaños.

Leo a Juan Tallón y sus Libros peligrosos me llevan a recordar cuando tuve entre las manos Trilce o me encandiló Iñaki Uriarte con sus Diarios. También me adelanta incursiones futuras (¡Pero si tengo La novela luminosa de Levrero por casa! ¿De dónde sale? ¿Por qué no la había metido mano todavía?). Tallón ha leído mucho y bien, muy bien. ¿Qué quiere decir leer bien? Pues que el resultado de esa acción pueda generar material como para conformar una obra como esta. La lectura y las lecturas (que no es lo mismo) forman parte de su vida (también el fútbol, parece: nadie es perfecto) y con la emoción y el latido con que ha leído escribe y reseña cada libro que es, al tiempo, un apartado de su biografía.

“No existe el mejor escritor. Ni el mejor saxofonista. Ni el mejor ayudante de albañilería Ni siquiera existe el mejor libro. Ni existen los cien mejores libros. Me temo que tampoco los mil mejores libros”, nos alerta Juan Tallón al principio de su texto. Y como no existen, no te puedes fiar más que de tu intuición y de lo que otro te proponga. “Dime qué leo”, sigues mendigando.

Sí, esto es una reivindicación de ese conducto (por no escribir embudo) mediante el cual los libros llegan desde un cuaderno o un ordenador hasta tus manos, ese conducto formado por editores, críticos, letraheridos varios. Podría decir lo mismo de discos, bares, películas, exposiciones e, incluso, de playas, ciudades y rincones. Ahora, con el deje digital del lenguaje los llamamos prescriptores, pero ¿qué me dices de conservar ese paso más en la prescripción que consiste no solo en decir qué usas o prefieres sino en transmitir el latido y la emoción de ese uso o esa preferencia?

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José María Goicoechea es director de Comunicación del Museo Thyssen-Bornemisza

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