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Metástasis en el PP valenciano

Mario Martín Lucas

La corrupción es un cáncer que puede afectar a cualquier representante de cualquier partido, aunque es más posible en el caso de largos mandatos sostenidos en el tiempo, ítem más si son soportados con mayorías absolutas.

El Partido Popular se ha visto afectado por casos en Baleares (Jaume Matas), Madrid (Púnica, Gürtel, etc.) y otros lugares, pero la concentración de casos de corrupción que han asolado a miembros del PP valenciano es asombrosa, hasta llegar a la detención del delegado del Gobierno en Valencia, por parte de las mismas fuerzas del orden, teóricamente puestas a su mando. Pero este espectáculo se suma al hecho de que los tres expresidentes populares de las Diputaciones provinciales –Carlos Fabra (Castellón) , José Joaquín Ripoll (Alicante) y Alfonso Rus (Valencia)— también lo estén, igual que el 20% de los miembros de su grupo político en Las Corts, hasta superar la centena de miembros del PP en Valencia imputados judicialmente.

No parece fácil justificar los casos de corrupción en el PP valenciano como casos aislados y excepciones; con esa realidad, el mensaje que ha calado en la sociedad, y en los votantes, es más que evidente, a pesar de los fuertes vínculos de clientelismo que todo poder mantenido en el tiempo genera.

Pero el caso de la detención del delegado del Gobierno en Valencia por presuntos delitos de corrupción, Serafín Castellano, va algo más allá y contamina al PP nacional, ya que este nuevo imputado fue designado por el señor Rajoy como su representante en la Comunidad de Valencia, lo cual exigía un mínimo de conocimiento de su parte sobre él, su vínculo es el Gobierno central, sin vínculos orgánicos con la Generalitat valenciana, más allá de que el señor Castellano haya hecho su carrera política a la sombra del señor Camps, del señor Fabra o del señor Zaplana, que fue quien le incorporó al aparato popular valenciano en 1991; es decir, este presunto caso de corrupción afecta a un cargo de confianza del Gobierno de España, presidido por Mariano Rajoy, conviene no olvidarlo, porque con demasiada frecuencia se suele hablar en tercera persona de cualquier cosa que afecte a este tipo de delitos.

No parece baladí que el hombro en el que se apoyó Rita Barberá la noche del 24-M, mientras decía: ¡Qué hostia, qué hostia!, fuera el del hoy ya exdelegado del Gobierno en Valencia.

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Los votantes y simpatizantes del PP en Valencia se merecerían que esta metástasis de su partido fuera extirpada con el suficiente, y necesario, tratamiento de choque porque es evidente que la “excepción” teórica, se ha hecho norma. Paños calientes ya no valen.

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Mario Martín Lucas es socio de infoLibre

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