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Muy fan del Senado D'Or, ciudad de vacaciones

Cuando elegí el camino de las Humanidades en el instituto, recuerdo una cantinela con la que solían chincharme mis amigos de Ciencias: “El que vale, vale y el que no, a Letras”. Con el tiempo, comprendí que todas las ramas del conocimiento están pobladas por ejemplares brillantes o incompetentes. Y aunque aquella matraca me crispaba, reconozco que tenía gracia y resultaba tentador aplicar la fórmula a otros órdenes de la vida. Por ejemplo: “El que gana, gana y el que no, al Senado”.

Ya, resulta incoherente por mi parte generalizar después de haber criticado una generalización. Lo confieso: me siento condicionada, a la par que fascinada, por la avalancha de expresidentes/as de comunidades autónomas o alcaldes/as que, perdido el apoyo en las urnas, son agraciados con un sillón en la cámara territorial, en plan premio de consolación:

Presentador: ¡Ya no presidirás la Comunidad!

Público: Ohhhhhhh...

Presentador: Pero te llevas...

Concursante: ¿Un apartamento en Torrevieja, Alicante?

Presentador: ¡Mucho mejor! ¡Un puesto en el Senado!

Concursante: ¡Tomaaaa!

(Aplausos y vítores)

Los últimos agraciados: Rita Barberá, Luisa Fernanda Rudi, Alberto Fabra, Pedro Sanz y José Ramón Bauzá, que se suman a otros como José Montilla, Marcelino Iglesias, Joan Lerma, Francesc Antich. Hay tanto “ex” en el Senado que aquello parece eDarling.

La Cámara Alta se ha convertido en una especie de Cocoon institucional. Cocoon ¿recuerdan la peli? Es la historia de unos ancianos que conviven en una residencia y que, al contacto con unos capullos extraterrestres, rejuvenecen y se vienen arriba.

Si se están preguntando ustedes quiénes son los capullos que les dan la vida a sus señorías en el caso del Cocoon senatorial español, les recuerdo que tener la cámara abierta y a nuestros senadores bien cuidados y atendidos, con sus dietas y sus viajes –que no les falte de ná– nos cuesta más de 50 millones de euros. Han acertado, los capullos somos nosotros.

Hay una pregunta que pulula en el ambiente desde hace tiempo y que flota junto con otras cuestiones trascendentales que nunca logra responderse el ser humano: ¿A qué huelen las nubes? ¿Papá, por qué somos del Atleti?

La pregunta es:  ¿Es necesario el Senado?

Sobre el papel suena bien: la Cámara Alta es un órgano de reflexión y de representación territorial. Sirve para reconsiderar las decisiones que se toman en el Congreso y para dar voz a los territorios y propiciar la coordinación entre poder central y autonómicos.

Pero ¿cumple realmente con estas funciones?

(En este momento pasa una bola de paja rodando)

Bien. Dejemos a un lado la pregunta principal y no nos hagamos sangre con la duda de cómo pueden sobrevivir países como Suecia, Noruega o Dinamarca sin Senado, esos locos vikingos...

Vayamos a la subpregunta que nace de la cuestión principal: En caso de que esta cámara sea justa y absolutamente necesaria, ¿de verdad hacen falta tantos senadores?

Por comparar, en Estados Unidos, el país de las camas King Size, las hamburguesas de una libra y las camisetas XXL, tienen cien, dos senadores por Estado. En España doscientos sesenta y seis.

- Soy español ¿a qué quieres que te gane?

- ¡A número de senadores!

- Hala, has palmao.

- Mierda.

Otra pregunta reconcome al paisanaje... ¿De verdad quiénes componen el Senado por designación autonómica, son los mejores para el puesto?

No sé si será de malpensados, retorcidos y suspicaces seres malignos sospechar que, vistos los títulos de crédito de la peli de estos años, en ese casting tienen muchas papeletas para conseguir el papel los actores que encajan en alguna de estas categorías:

a) Tienen una edad que les impide ejercer la política activa.

b) Reciben el premio a los favores prestados en un partido.

c) “Necesitan” un complemento económico para otra actividad.

Repreguntamos: ¿De verdad han hecho méritos suficientes para ocupar tan cómodos sillones en los que se han dormido legendarias siestas?

La defensa es clara, quienes han gobernado una Comunidad son quienes mejor conocen las necesidades de su territorio. Pero, si las conocían tan bien ¿por qué lo hicieron tan mal? Se han dado casos...

Ahora que lo pienso, lo de ocupar el sillón es relativo, si medimos la imagen pública del Senado por ciertas fotografías que vemos en la prensa, la Cámara sería el perfecto ejemplo de oxímoron: PLENOS VACÍOS.

De vez en cuando, algún periodista publica una foto del Hemiciclo deshabitado y produce más desasosiego que la Gran Vía en Abre los ojos de Amenábar.

La última de estas estampas, la publicó El Mundo. Eran más de las once de la mañana y de los 266 senadores, 212 no estaban en sus escaños. Que yo lo entendí, eh, con este calor uno solo tiene ganas de piscina, ir a pasar el día a la Cámara Alta tiene que ser un bajón...

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Después escuché al senador Lerma decir en Onda Cero que si la foto se hubiera tomado a las 12 de la noche habría inmortalizado a 260 personas votando, porque cada uno sigue las leyes que entiende. También el senador Anasagasti, en un duro escrito en su blog –allá por noviembre– dijo de otra foto similar que era maldita, sucia y manipulable, que no reflejaba el trabajo real de los senadores fuera de sus escaños. Y oye, me tranquilizó, una ve las imágenes y le da por pensar que algunos plenos se podrían celebrar en el cuarto de baño, utilizando para votar el botón del secamanos y para dar por finalizada la sesión, un tirón de cisterna.

La necesidad de la reforma del Senado y la puesta en duda de su utilidad son mantras que suenan machacantes como el reggaetón, pero que nunca se traducen en nada. Veremos si sucede un milagro antes de que concluya la legislatura... ¡Después de que haya bajado la luz y el IRPF yo ya no pierdo la esperanza!

Mientras, seguimos gastando los euros en smartphones, bonos para taxi, pensiones vitalicias y Loctite en garrafa para embadurnar esos sillones que a sus señorías les cuesta tanto abandonar. Senado D’Or, ciudad de vacaciones.

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