Cinco años después de 2020

Estos días difusos entre Navidad y Nochevieja son como una espesa tarde de domingo ralentizada que hay que manejar con cuidado. Es fácil, todo está ahí dispuesto, para entrar en la rumia y quedarse. Artefactos paralizantes: los recuerdos, las ausencias, los miedos y —tan peligrosos— los balances. La pandemia del covid-19 distorsionó nuestra noción del tiempo y por eso ahora asistimos sorprendidos a un hecho previsible: cuando tomemos las uvas empezarán a haber pasado cinco años de todo aquello.

La pandemia fue tan desigual como la propia vida, pero creo que sí cambió una concepción general, marcó época. Antes de 2020 y después de 2020 son puntos de referencia universales. Por eso esta vez el obligado balance de fin de año impone más: entramos en una cifra redonda que nos planta frente a un último lustro en el que todo parece haber ido demasiado rápido. Si Twitter sigue siendo la medida de algo, una plaza pública, nuestros deseos confesos parecen al mismo tiempo poco ambiciosos y casi imposibles: queremos tranquilidad, incluso rutinas, incluso la posibilidad de aburrirnos, asir el tiempo.

Qué soñábamos de la vida, qué nos dolía de pequeños, qué pudimos experimentar, cuándo nos hicimos tan mayores, por qué el tiempo parece haber corrido tanto pero todo parece también tan lejano, casi ajeno

En un periodo poco prudente he visto Los años nuevos de Sorogoyen, he hecho la visita otoñal al Stars Hollow de Gilmore Girls y he escuchado con los ojos cerrados el cuento de Navidad de Manolito Gafotas, que cumple 30 años como la infancia de quienes crecimos con él. Qué soñábamos de la vida, qué nos dolía de pequeños, qué pudimos experimentar, cuándo nos hicimos tan mayores, por qué el tiempo parece haber corrido tanto pero todo parece también tan lejano, casi ajeno. Una espesa tarde de domingo ralentizada que hay que manejar con cuidado.

Dicen los psicólogos que vivimos en clichés, que provem d’encaixar en escenes boniques, en ports de diumenge farcits de gavines, como canta Manel en esa bomba magnífica que es Captatio benevolentiae y que Sorogoyen coloca con precisión en esa serie que dice que no quería hacer generacional pero que lo es sobre todo. La Navidad y el Año Nuevo son dos de esas postales de marco comercial en las que una talla no vale para todos. Son un tiempo, incluso en el más feliz de los casos, sensible y delicado. La caja de lo frágil

Como las muñecas de Famosa ya deseaban “felices fiestas” en 1972, no me detendré en el enésimo intento de batalla cultural copiada de Estados Unidos. Si algo es rescatable y compartido en estos días es la convención social de ser un poquito más suaves con todos, sean lo que sean y sean como sean las Navidades para cada uno de nosotros. Este tiempo es complejo pero también es una cierta tregua, un paréntesis, un mirador desde donde contemplar con la perspectiva que nos niega el frenesí diario que, como canta el artificiero emocional Xoel López, quizás, hayas andado el camino ya, cuando mires atrás y si estás atrapado en las sombras, aguanta, aguanta. Del lodo crecen las flores más altas.

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