Pueblos más allá de las vacaciones: la odisea de encontrar vivienda habitual en municipios despoblados

Varias casas en un pueblo.

La venezolana Eriluz Peña llegó a Matellanes (Zamora), un anejo que no alcanza los 100 habitantes, para trabajar como interna cuidando de una pareja de personas mayores. A los siete meses llegaban su pareja y su hija y ahí comenzó “la complicada búsqueda” por ese y otros pueblos cercanos. “No quieren alquilar; unos porque dicen que tienen miedo a los okupas, otros van muriendo y los familiares se niegan, otros parece que prefieren simplemente que las casas se vayan arruinando y también están las personas que no alquilan porque las tienen sólo para pasar unos días en verano”, cuenta a infoLibre

Existe el mito contemporáneo de que tener una casa, algo cada vez más difícil en la ciudad, es sencillo si se deja todo y se va a un pueblo, pero lo cierto es que la España rural despoblada tiene menos vivienda habitual disponible que personas interesadas en instalarse allí. Un pueblo, cualquier lugar, necesita residentes continuos, vida cotidiana, para sobrevivir como tal, pero las zonas más vacías de España van quedando como escenario de verano o escapada rural. “Que haya casas que estén cerradas prácticamente todo el año en estos pueblos es un fracaso estrepitoso. Eso bloquea que la gente que tanto necesitan estas localidades, pueda ir”, explica a infoLibre Santi, un agente inmobiliario de otra zona de Zamora especialmente castigada por la despoblación, Sayago, también en la frontera con Portugal.

A los muchos meses, Eriluz logró que el alcalde convenciera a un antiguo vecino que reside en Valladolid para que les alquilara una vivienda y lleva establecida en Matellanes desde 2022. Ahora trabaja para que otros migrantes lo tengan más fácil que ella, como vicepresidenta de la asociación Latinos en Aliste. “Para nuestra comunidad, la vivienda es una gran traba, ya que nos gustaría hacer vida en esta zona, porque vemos oportunidades de trabajo y posibles maneras de emprender, pero no hay dónde vivir”, relata. Una de esas oportunidades, paradójicamente, está en la construcción: sobre todo desde la pandemia, ha aumentado el número de personas que quieren tener una segunda residencia en el pueblo y se están reformando cada vez más casas heredadas.

Una fórmula que se usa en Rabanales para compaginar ese apego a las viviendas familiares con abrirlas a nuevos vecinos es la de alquilar a cambio de que los inquilinos vayan haciendo mejoras en la casa. “Por ejemplo, qué he hecho yo con la casa de mi abuelo, se la he alquilado a una pareja que la va a ir reformando poco a poco y durante ‘equis’ años no les voy a cobrar alquiler, luego un alquiler mínimo, y en ‘equis’ años yo tengo rehabilitada una vivienda que, si no, en un tiempo estaría para tirarla”, cuenta a infoLibre Santiago Moral, de 35 años, el alcalde de este pueblo que roza los 500 habitantes. Sus inquilinos sólo pagan lo que gasten de suministros y él tendrá renovada en dos o tres años una vivienda que estaba cerrada desde que murió su abuelo, hace casi 20 años. Y las casas necesitan gente: en una casa vacía los achaques se van acumulando sin que nadie los vea a tiempo.

El obispado de Matellanes utilizó el mismo sistema con la antigua “casa del cura”: se la ha alquilado a un albañil que trabaja en la zona a cambio de que la vaya rehabilitando. Moral considera que es un modelo que se va extendiendo por la zona y que puede ser una solución para la falta de vivienda en la España despoblada. “Los ayuntamientos jugamos un papel fundamental en esto, podemos hacer de aval. Cuando viene una familia nueva al pueblo, la gente no se fía, hay mucho miedo a los okupas, que es como la palabra que más se repite. Pero si yo, como su persona de confianza, les llamo y les digo que una familia súper honrada quiere venir a vivir aquí, en un 80% te digo que lo van a hacer”, indica.

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Ahora está intentando una operación similar con la casa de un vecino que se tuvo que ir a una residencia de mayores, porque ya no podía vivir solo, y lleva vacía seis o siete años. “Tiene cuatro hijos y viven en Barcelona. Cuando vienen, como esa casa está fría, se van a un hotel o a una casa rural. Entonces, yo les he dicho, alquilad la casa, que una persona os la va rehabilitando, aunque sea un alquiler mínimo, de 20 euros al mes. Y en dos años ya podéis llegar a un acuerdo con ellos para que en el mes de agosto, que es cuando viene la mayoría de la gente, os la dejen para vosotros”, relata. Y pone un ejemplo más familiar para todo el mundo: “¿Cuánta gente hay que tiene un piso en la costa para irse un mes al año y el resto del año lo alquila?”.

Que los dueños quieran alquilar es lo más difícil, pero tampoco la venta es sencilla. En los pueblos todavía se siguen heredando casas de cuando las familias tenían muchos hijos y el acuerdo entre tantos descendientes que emigraron, además a lugares variados y lejanos, es complejo. Así, hay pueblos donde no se ha vendido una sola casa en décadas, a pesar de haber acabado muchas en la ruina. Nadie las reforma, ya que tampoco pueden usarlas todos a la vez y los turnos no suelen funcionar: todo el mundo quiere ir al pueblo en las mismas fechas.

“Teníamos interesados en una casa, pero la propietaria sólo quería vender. Accedieron, pero como les ofreció un precio muy alto para la reforma que necesitaba la vivienda, se acabaron yendo a otro lugar, y así un municipio que no tiene ni 40 habitantes ha perdido la oportunidad de tener a una nueva familia, con hijos, con lo que eso significa”, relata Santi, que se ha dedicado en los últimos años al sector inmobiliario de la zona de Sayago y ha enfrentado todo tipo de resistencias a “soltar” casas que los dueños no quieren o no pueden usar la mayor parte del año, ni invertir en reformar, pero son parte de su memoria familiar y lo que les queda del arraigo a los lugares de los que emigraron sus familias.

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