Memoria histórica
O Piloto, el último guerrillero que murió con las botas puestas
Circula por ahí una foto de O Piloto –con sombrero de ala corta, armado hasta las cejas, apuntando con gesto grave a un enemigo imaginario– que bien podría pasar por una del célebre mafioso Al Capone. Xosé Luís Castro Veiga, popularmente conocido como O Piloto, fue el último guerrillero caído en un choque armado en España, además de un personaje a medio camino entre la leyenda negra y el héroe antifranquista. La muerte le pilló de sorpresa mientras descansaba sentado en una peña en la ribera del río Miño. Aunque la sorpresa no debió ser tanta para alguien que llevaba más de dos décadas burlando a los secuaces del régimen.
Aquel 10 de marzo de 1965 O Piloto venía de robar a un vecino –"En nombre de la República", le dijo– los cuatro duros que había sacado con la venta de una vaca, cuando la Guardia Civil lo acribilló a balazos sin mediar palabra. Ni siquiera le dieron el "alto". La leyenda de aquel forajido cuyo nombre mentaban las madres de Chantada para asustar a los niños hablaba también de un personaje que no se lo pensaba dos veces para apretar el gatillo. Pero aquel día, el guerrillero más buscado de España cayó y su cadáver estuvo un día entero expuesto en el cementerio de la parroquia lucense de San Fiz. Cuentan que incluso el régimen llegó a fletar autobuses para que los vecinos pudiesen ver de primera mano su última hazaña.
El periodista Alfonso Eiré (Laxe, Chantada, 1955) era apenas un niño cuando le llegó la noticia de su muerte y quiso ir a ver el cuerpo sin vida de uno de sus héroes de infancia. Sin embargo, su abuelo (que había sido acusado de estar vinculado con O Piloto y sabía, además, que aquel era un espectáculo para vejar al muerto) no le dejó. “Antes de leer los libros del Capitán Trueno o El Jabato, en mi aldea se hablaba de O Piloto. Para mí era un mito, no se podía morir”, rememora el periodista. Gracias a esta apropiación popular de sus aventuras, para Eiré, O Piloto siempre fue una especie de obsesión y ha aprovechado este año, efeméride de su asesinato, para publicar una biografía novelada: O Piloto, el último guerrillero (Hércules de Ediciones) y escribir el guion de un documental con el mismo título, dirigido por Xosé Reigosa.
Culto, ingenioso y audaz, aunque también implacable con sus enemigos y con quienes traicionaban los principios de la guerrilla, O Piloto pudo sobrevivir durante 20 años como fugitivo gracias a una vasta red de apoyos que fue tejiendo en el municipio de Chantada, situado al suroccidente de la provincia de Lugo, en pleno corazón de Galicia. De hecho, Eiré llegó a contabilizar 105 casas que le servían como cobijo al que llegó a dirigir la Tercera Agrupación Guerrillera de Galicia entre 1946 y 1947.
Entre las muchas habilidades de O Piloto, destacaba la de un don innato para camuflarse entre el gentío y pasar desapercibido. No falta quien contaba haberle visto disfrazado en fiestas y ferias de cura, Guardia Civil, tratante o mendigo. Precisamente, Eiré recoge una anécdota que sitúa a O Piloto cenando una noche de agosto de 1964 junto a una treintena de curas en una casa de Naia, vestido de clérigo, con la pistola abultándole bajo la sotana. Aquella noche comió y brindó con sus compañeros de mesa sin que ninguno de ellos sospechase que aquel comensal traía de cabeza a los falangistas gallegos.
Traicionado por el PCE
A principios de los años cincuenta, O Piloto se distanció del PCE que años antes ya le habían pedido la entrega de armas y la disolución. En nombre de Santiago Carrillo, el periodista Antonio Olano –"agente doble, que acabaría derivando a posturas fascistas al final de la dictadura"–, le comunicó al veterano guerrillero la voluntad del Partido de desmovilizar las agrupaciones guerrilleras. El encuentro, tenso, termina, según la recreación novelada de Alfonso Eiré, con O Piloto acusando a Carrillo de traidor. A partir de entonces, y pesar de que seguiría haciendo proselitismo en las aldeas gallegas, O Piloto estaría vetado en Radio Pirenaica; y el día que le mataron, el guerrillero llevaba entre sus pertenencias el carnet del Partido Comunista, con el sello de la estrella de cinco puntas, la hoz y el martillo.
A O Piloto el mote se lo puso la Guardia Civil y los falangistas. Había nacido en 1915 en O Corgo en una familia de caseiros que al poco tiempo se mudó a Boelle, donde vivió hasta a los 16 años. Entonces se alistó como voluntario en la aviación, cumpliendo un sueño de infancia que siempre le había parecido un imposible. Acabó siendo cabo del Ejército Republicano y durante la Guerra Civil luchó en Madrid. Por todo ello, le condenaron a 30 años de cárcel, pero gracias a un indulto del régimen salió de prisión a los cuatro años, en 1943. Poco después, en 1945, se enrolaba en el Exército Guerrilleiro.
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Pepiño y Mirelle, los Bonnie y Clyde antifranquistas
La vida en el monte no fue óbice para que O Piloto conviese clandestinamente durante años con la que sería su compañera, Ramona Curto (rebautizada como Mirelle). Cuando abatieron a O Piloto, “Mirelle quedó viviendo con una familia en Chatada y no fue hasta 1979 que salió a la luz para cuidar a su padre en la aldea de Saviñao”, cuenta Eiré y añade un elemento más para ampliar la leyenda: “En 1961 o 1962 Mirelle viajó a Venezuela para operarse con papeles falsos que le arregló el propio alcalde falangista de Chantada”.
Juntos, Pepiño (como le llamaban sus amigos más íntimos) y Mirelle necesitaban 20.000 pesetas para sobrevivir durante un año como fugitivos, a razón de 25 pesetas por día cada uno. Cuando mataron a O Piloto llevaba encima 15.000 pesetas (las que costó la vaca de su vecino) y comía un trozo de pan con chorizo apostado a la vera del embalse de Belesar. Él fue el último guerrillero que murió con las botas puestas. Cuenta Eiré que todavía hay quien dice que si la Guardia Civil le hubiesen dado el alto “los mata él a todos”, pero seguramente en aquel momento recordaban a su madre metiéndoles el miedo en el cuerpo con un sempiterno "que viene O Piloto".