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Los diablos azules

“Las librerías gais me salvaron la vida”

El Orgullo Gay de Madrid, en su edición de 2015.

Estas son las fechas más importantes para la librería. Su particular temporada alta, su agosto, casi el motivo de su supervivencia. No es Navidad, ni la vuelta al cole, ni esos días de verano en los que el lector busca "novelas frescas" que llevarse a la playa. Hoy es viernes, vísperas del Orgullo Gay en Madrid y Berkana, la primera, única y probablemente última librería gay de España, se prepara para su fiesta particular.

Mili Hernández, responsable de esta "insensatez" (son sus palabras) que cumple este año los 23, cruza los dedos. No es un momento fácil para nadie, y aún menos para un comercio que se dirige, potencialmente, solo al 10% de la población. En 2011 tuvo que abandonar el amplio local que ocupaba en el número 64 de la calle Fuencarral desde 1993 para habitar el espacio contiguo, mucho más modesto. Adecuado a la era de Amazon. Adecuado también a la era de Google, Grindr y Brenda (aplicaciones para ligar dirigidas a gays y lesbianas), en la que Internet escupe la información que la comunidad LGTB tenía que buscar, a escondidas, en los libros. 

La librera, editora y activista teme por el futuro del proyecto, y está resignada a que nadie parezca dispuesto a continuarlo. Asegura que ya no es necesario, y que, paradójicamente, eso es un signo de liberación y progreso. Sin embargo, la sección de mujeres es aún una tercera parte de la destinada a hombres, y la comunidad transexual está aún muy lejos de encontrar textos que les interpelen. Un par de clientes interrumpen la entrevista. Ambos pasaron por aquí hace un año, ambos vienen buscando otra recomendación de Hernández. Algún libro en el que, al fin, puedan reconocerse, algo de alimento que llevarse a la boca. 

Pregunta. ¿De qué hablamos cuando hablamos de literatura gay, de literatura LGTBQ? ¿De literatura escrita por autores que forman parte de la comunidad, escrita pensando en gente que forma parte de la comunidad…?

Respuesta. Cuando hablamos de literatura LGTBQ, con todo rigor tenemos que hablar de la literatura que se hace a partir de los años setenta, a partir de Stonewall. Stonewall marcó la línea de la lucha por los derechos civiles y de la lucha por la visibilidad en todo, incluyendo la cultura. Hasta entonces había textos —Truman Capote, Virginia Woolf, Thomas Mann…—, pero sus autores no se consideraban ni públicamente homosexuales, ni querían hacer una literatura con un objetivo claro.

P. ¿Qué ocurrió, entonces, en los setenta?

R. Aparecieron una serie de escritores que querían hacer una literatura gay, con una trama homosexual, dirigida a un público gay, con una voz narrativa gay y con una serie de elementos en la obra —como la invisibilidad, el conflicto de salir del armario, las relaciones, el amor…— muy marcadamente gay. Hablamos de David Leavitt, Alan Hollinghurst… Autores que lo tenían claro, por decirlo así.

P. ¿Qué pasa entonces con clásicos como Carol, de Patricia Highsmith, editado en 1952? ¿Es literatura gay?Carol

R. Carol es una de las primeras novelas de esta temática, pero se publicó bajo seudónimo, Claire Morgan, y con otro título, The price of salt. Patricia Highsmith era lesbiana, vivía sus conflictos y lo reflejaba en su literatura, pero en ningún momento pensó lanzar esa obra…

P. …como un acto político.

R. No. Ni Truman Capote, ni Proust, ni Virginia Woolf. Bueno, Virginia… No lo hizo desde el punto lésbico, pero sí feminista. Ella sabía que su obra tenía una carga política importante, pero esa es otra historia.

P. Otra cosa es que ahora sean leídos como un espacio de libertad.

R. Claro. Y es verdad que todo esto surge en Estados Unidos. En España había algo ya, estaba la Generación del 27… Claro, Luis Cernuda era gay, su obra era muy gay, pero tendríamos que haberle preguntado si tenía una intención concreta con ello.

P. ¿Y qué intención no tenía él, y sí tenían en los setenta?

R. Hay que entenderlo. Mi caso, por ejemplo. Tengo 56 años; cuando tenía 16, España era un país en blanco y negro. Muy gris. Muy gris. Con dos canales de televisión y escasa o ninguna referencia a la homosexualidad en ningún ámbito excepto, volvemos a lo mismo, en cierta literatura, cogida con pinzas y muy oculta, y algo en la universidad. Cuando eres una cría de 16 años que empieza a hacerse preguntas, una intenta responderse a eso a través de los textos. En las librerías, en las bibliotecas. Y cuando no encontrabas ningún texto que pudiera responderte… O si lo sabías ya, "soy homosexual o lesbiana", pero no tienes referentes. Varias generaciones hemos necesitado la cultura para reconstruir nuestra autoestima, bastante dañada por el rechazo, por el sentirse diferente.

P. Se trataba de tener relatos en los que encontrarse a una misma.

R. Claro. "Quiero una historia de amor en la que los personajes sean como yo. Lo quiero. Lo necesito". Porque esta literatura nace de una necesidad. Las editoriales empezaron a aparecer en Estados Unidos, en Inglaterra, y apareció la librería Oscar Wilde en Nueva York, que ya no existe. Esta librería nació muy ligada a las revueltas de Stonewall, a esos días convulsos en los que los gays, lesbianas y transexuales dijeron “basta, estamos hartos, tenemos que unirnos y empezar a luchar”. Oscar Wilde ofrecía un espacio que llenaron editoriales y autores. Y así empezó todo.

P. Y así nacísteis.

P. Sí, porque esta librería nace copiando el modelo de Oscar Wilde en Nueva York y de Gay is the word en Londres. Yo viví allí durante muchos años, y estas librerías me salvaron la vida. Fueron el primer sitio que visité cuando llegué a esas ciudades, y sus ensayos y novelas me ayudaron a reconstruirme. Deconstruí esa educación heterosexista que había recibido y volví a construirme como mujer lesbiana. Algunos libros incluso me enseñaron a amar.

Mili Hernández en la librería Berkana. / JEARLD MOLDENHAUER

P. ¿Cómo surge la idea de abrir Berkana?

R. Cuando vuelves a España y dices: “Uy, pero si aquí no hay librería gay, qué voy a hacer con mi vida”. Y un día dije: “¿Por qué no la monto yo?”. Fruto de la inconsciencia de haber vivido tanto tiempo en el extranjero, pensé que estaba chupado.

P. No era así.

R. No. Cuando llegué y empecé a bucear, vi que había muy pocos libros. Estaban nuestros clásicos, nuestra Generación del 27, y Luis Antonio de Villena, Eduardo Mendicutti, Terenci Moix, Leopoldo Alas, los ingleses (quien sabía idiomas)… y poco más. De chicas, Virginia Wolf y a leer entre líneas en Esther Tusquets, o en Carmen Martín Gaite con Nubosidad variable. ¿Y dónde estaban los clientes? ¿Dónde estaban los gais y las lesbianas en el 93? No teníamos libros y no teníamos lectores [ríe].

P. Es un problema, desde luego.

R. Uno de esos problemas lo podíamos solucionar, que era hacer los libros. Yo no soy editora por vocación, yo soy editora por necesidad. Los pocos que entraban por la puerta, pedían referentes, sobre todo las lesbianas que, hartas de leer El bosque de la noche [de Djuna Barnes]y El pozo de la soledad [Radclyffe Hall], querían historias que acabaran bien. Nos pusimos a traducir a las americanas que hacían novela romántica en ese momento. ¡Pero era lo que querían, lo único que querían eran novelas que acabaran bien! ¡No pedían tanto! Que no tuvieran trauma, que fueran felices, que follaran.

P. ¿Cómo diseñasteis el catálogo?

R. Intentamos que nuestro abanico fuera lo más amplio posible. Editamos a Monique Wittig, por ejemplo, y tenemos una colección que es la más potente del ámbito hispanoamericano en teoría queer y estudios de género. Creo que hemos podido hacer la vida un poco más fácil a gays y lesbianas. Hemos publicado obras que no hubieran publicado nunca editoriales generalistas, como Por el culo. Políticas anales [de Javier Sáez y Sejo Carrascosa]. Entiendo que si esta librería cierra van a desaparecer muchos textos, porque uno solo se arriesga por compromiso.

P. ¿Qué pasó con los clientes?

R. Nos costó tenerlos. A muchos se les hacía difícil hasta entrar por la puerta, y nos lo siguen diciendo. Tardamos seis años en sacarla adelante. Cuando llegó la época buena, invertimos en personal y tecnología, y teníamos una librería puntera y referente para Latinoamérica. Luego llegó la crisis y nos destrozó.

P. ¿Por qué?

R. Amazon, como a todos. Y que ya no se necesitan referentes, porque hoy en día están en todas partes. Tenemos Internet, que ha cambiado la vida por completo a la comunidad. Series como The L word [con un grupo de amigas lesbianas como protagonistas, emitida entre 2004 y 2009] fue una locura, la traíamos de Estados Unidos y causó furor. El matrimonio gay hizo que muchos sacaran a la luz relaciones de años. Todo eso cambió el día a día de la librería.

P. ¿Realmente ya no es necesario esforzarse en construir referentes?

R. Hay generaciones que están creciendo en la plena igualdad de derechos, o al menos en el no tener que esconderse. Las nuevas generaciones no necesitan conocer su historia. Son mucho más libres, y su sexualidad no va unida a una lucha porque no se la cuestionan. Esa necesidad quizás se ha transformado en otra cosa. Como aquí no hemos logrado que las librerías generalistas abran secciones LGTB, cosa que sí pasa en Inglaterra y Estados Unidos, seguimos siendo necesarios. Vete a La casa del libro y no encontrarás el 80% de lo que hay aquí. Mientras continúe la cerrazón de las grandes cadenas, seguiré aquí. Como resisten en Londres, en París, en Berlín y en Milán. No quedamos muchas más, no llegamos a la docena en todo el mundo.

P. ¿Qué libros siguen aguantando?

R. La narrativa.

P. ¿No demuestra eso que los lectores siguen necesitando relatos que les incluyan?

R. Sí, pero ahora no los genera solo la literatura. Están en el cine, en la televisión. Otra cosa es que sean buenos referentes, que reflejen realmente la vida de la gente gay. Hay películas que quizás el reflejo que han hecho de las personas gays y lesbianas no es el mejor, pero llegan a la pantalla grande y consiguen ser vistos por la mayoría de la población. Pues cedo.

P. ¿Por ejemplo?

R. Los chicos están bien [2010, en la que Annette Bening y Julianne Moore interpretan a una pareja]. Las escenas de cama de ellas son pacatas, y las de las parejas heterosexuales son explícitas. A mí me parece que eso es cobardía de Hollywood, claro. Pero le hago otra lectura: gracias a eso, esta película ha llegado a mucha gente que ve que dos mujeres pueden tener hijos por inseminación y afrontar los mismos problemas con ellos, más o menos, que cualquier otra persona. Yo he aceptado hacer concesiones porque nuestro mayor problema ha sido la invisibilidad. Nuestra lucha ha sido salir a la calle, que nos conocieran.

P. ¿Qué cree que aporta todavía la literaturaa la comunidad, y que no dé otro arte?

Cuatro décadas de cultura sin armario

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R. Una relación más íntima, libre y explícita con el relato.

En este momento interrumpe Ignacio, el jovencísimo sobrino de Hernández, que le ayuda con la tienda. Asegura que "es mentira que una imagen valga más que mil palabras", que en los libros se cuentan historias que él no ve en las películas, y de formas que la televisión nunca trataría, que su autor favorito es Oscar Wilde, que tal ensayo o tal otro tiene mucho éxito, o es muy necesario. Y por un momento parece que no todo está perdido y que a Berkana le quedan muchos y felices años de vida. 

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