El rincón de los lectores

‘Antonio vuelve a casa’, de Ivan Thays

'Antonio vuelve a casa', de Ivan Thays.

El tema del doble en la literatura tiene una larga tradición que, según algunos, se remonta a la antigüedad clásica. Es probable que sus orígenes se hundan en la prehistoria, como parte de la literatura oral de los pueblos más primitivos. Lo que se sabe desde que dichas historias pudieron ser plasmadas en la escritura es que la figura del doble era tomada muy en serio, y tenía más bien un carácter negativo, pues el encuentro con el doble o la visión del mismo podía augurar la muerte o el infortunio. En general, el doble poseía una cualidad metafísica, acorde con las creencias de entonces, como espíritu, fantasma o proyección astral, de lo que la literatura fantástica se hizo eco. Más tarde, el doble adquirió un talante psicológico, siguiendo el desarrollo de la cultura occidental hacia el paradigma humanista, como la expresión de las fuerzas ocultas e incontroladas que anidan en todo ser humano, aunque no faltaron quienes lo rescataran del reino de la conciencia humana al del esoterismo o las realidades alternativas, lo que se refleja en la literatura. Stevenson o Borges acuden a la memoria para ejemplificar estas tendencias.

El escritor peruano Ivan Thays, en su último libro, Antonio vuelve a casa (Alfaguara), se vale de la figura del doble de manera más bien tenue para poner en la piqueta la vida de su personaje principal, Antonio, quien ha llevado hasta la aparición del doble en su vida una existencia anodina e insulsa. Antonio tiene un trabajo rutinario, está casado desde muy joven con la misma mujer, ha ejercido con mediocridad su labor paternal con su único hijo, ya independiente y distante, cuando se aparece un nuevo y misterioso vecino, Halsen, el que le habla de la existencia de los dobles (sobre lo que Antonio se muestra intrigado, pero escéptico) y quien le pide después de un tiempo que le cuide la casa y alimente a sus peces mientras él está de viaje. Antonio va la casa del vecino a cumplir con lo prometido y observa desde allí, sin demasiada consternación, que alguien igual a él entra en su casa y toma su lugar, sin que su esposa, Mercedes, note la diferencia. Decide entonces permanecer en la casa del vecino y observar la vida de su doble, su propia vida, desde la escasa distancia de una pista de por medio, con ocasionales incursiones por los alrededores de su casa para observar dentro lo que pasa.

Este marco argumental le sirve a Thays para construir una historia en la que el tono general es el de una cotidiana extrañeza, con eventos de carácter extraordinario en la vida de Antonio, pero narrados como si de hechos naturales se tratara. Aparece, sin explicación alguna, una bella y joven mujer, Valdemar, con la que se entrega a sesiones de sexo satisfactorio y desangelado. Observa con difidencia los ires y venires de su doble y de su esposa, a quienes ve compartir momentos de gozosa intimidad familiar que él mismo ya había olvidado, da de comer a los peces y aprende de sus vidas usando libros de la casa, cocina y comparte vinos y cenas con Valdemar, duerme hasta tarde, va a buscar a su hijo y llega a ver una pelea entre el mismo y su doble en la que no interviene. Valdemar le presenta a una amiga suya, una gorda descomunal que tartamudea y transpira una inocencia primitiva que le conmueve. Ofilia, la gorda, es testigo de la muerte de un pez del acuario y le pide a Antonio que no lo eche por el váter, que le evite el destino del alcantarillado, y lo entierran con debido respecto en el jardín metido en una caja. A todo esto, de Halsen no hay señales.

Más tarde, a Valdemar, mujer sin demasiados escrúpulos, se le ocurre la idea de filmar una película porno con Ofilia y alguien que ha conocido por allí, ducho ya en estas tareas sexuales. El objetivo es ganar dinero, aprovechando el interés que despertaría un acto tan grotesco, pero el principal resultado es desarticular la precaria vida de Ofilia y arruinarla. Antonio ha asistido a todos estos hechos con poca o nula participación de las emociones, como si el doble se hubiera llevado consigo su vida interior. Al mismo tiempo, Antonio experimenta, en sordina, lo que hubiera sido imposible en su adocenada vida anterior, el deseo, la improvisación, hasta la compasión y la ternura por Ofilia o por su propio hijo. Se da cuenta del absurdo de su propia vida, resignado a una existencia sin amor, sin fantasía, sin sobresaltos. Al final, después de destrozar el auto de su doble, decide volver, transmutado su ego en algo que la novela deja a la imaginación del lector.

Todo lo anterior está narrado en un estilo límpido y económico, que remeda el estado semicatatónico del protagonista, sin alambiques formales o rítmicos, casi en estilo telegráfico a ratos. Este aspecto formal contribuye a la coherencia de la novela y agiliza la lectura de hechos que son, a todas luces, ajenos a la normalidad vital del lector. Sin embargo, cabe preguntarse por el uso de la figura del doble como artilugio argumental, esto es, en qué medida contribuye a reforzar lo que parece ser la intención principal de la novela o a distraer de lo que podría ser una carencia argumentativa. El doble no habla jamás, como no fuera más que de modo indirecto, no demuestra atributos que le distingan del original de modo significativo, aparte de ser más amable o cariñoso con su mujer y más antagónico con su hijo, y parece antes un fantasma referencial que un verdadero doble de carne y hueso. Algo peor pasa con el vecino, Halsen. Después de hablarle de los dobles, dejarle la casa y encargarle a sus peces, desaparece de la novela, para no volver jamás, más que de modo indirecto, mencionado por otros personajes. ¿Para qué invocarle en primer lugar, se pregunta uno?

Valerse de la fantasía literaria permite al escritor una libertad creativa que, diríase, no está disponible al escritor de ficción realista. Esto es ilusorio, por supuesto, pues hasta la literatura más realista es fantasía. Pero alejarse de la correspondencia con lo que consideramos de común la realidad autoriza al lector a incursionar en terrenos imaginativos que están vedados a quien pretende reflejar, de modo ficticio, la realidad. Dicha libertad debiera haber concedido a Thays un margen imaginativo que utiliza apenas. Da la impresión de que Thays no ha querido alejarse demasiado de la así llamada realidad sin renunciar a la libertad que le conceden las premisas de la literatura fantástica, pero haciendo justicia a ninguna. Antonio ha llevado una vida carente de significado o de trascendencia, pero ¿en qué medida asistir y hasta colaborar con una escena pornográfica en la que alguien se folla a una mujer groseramente obesa contribuye al desarrollo psicológico de Antonio o al desarrollo del personaje? Alimentar peces, que puede tomarse como una metáfora de una sociedad que nos nutre y condiciona sin mayor conciencia de lo que hacemos, ¿es adecuado reflejo de la evolución psíquica de Antonio, quien ha de aprender lo que se necesita para llevar una vida en un nivel más elevado de existencia?

Si bien la novela de Ivan Thays muestra cierta originalidad en ejecución y argumentación (aun cuando el tema del doble, como se dijo, tiene una larga presencia en la literatura universal), decepciona en los detalles y en la tesitura narrativa. Antonio puede ser cualquiera de nosotros, es cierto, pero no cualquiera de nosotros le dejaría su casa a un doble sin una historia que justifique tal indiferencia. No cualquiera de nosotros asentiría con un acto grotesco que más quita que deja en cualquier persona que no haya abandonado toda referencia moral. Thays, como otros escritores de su estilo, operan bajo la preconcepción de que hechos chocantes tienen un efecto liberador sobre la conciencia, mientras que la liberación viene, más bien, de no necesitar hechos chocantes para acceder a lugares más elevados de funcionamiento psíquico. La literatura abunda en hechos horríficos, por supuesto, y son incontables las historias chocantes o desconcertantes. Quedarse a medio camino, no obstante, produce un efecto de falta de compleción, el que aureola esta nueva novela de Ivan Thays. A la larga, la historia de Antonio y de su aventura en los confines del Yo deja un sabor de dejadez creativa y de carencia imaginativa. A tal punto que, al finalizar la novela, cuando Antonio decide volver a su casa después de meses en la casa del vecino, nos importa menos lo que podría pasarle entonces que el hecho de haber concluido una historia en la que todo es irrelevante, incluido dicho final.

*Frans van den Broek es crítico literario.

Frans van den Broek

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