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Tiempos Modernos

Tengo un comentario para usted

En el universo de la información digital, lo publicado se convierte a veces en una especie de cometa que arrastra tras él una larga cola de comentarios, en muchas ocasiones mucho más vistosa que el artículo en sí. Los hay para todos los gustos, si exceptuamos el gusto del autor para quien el elogio nunca es suficiente y la discrepancia un fastidio. Por no hablar de los que faltan al respeto. Personalmente, de estos últimos, lo que peor llevo  es el triste espectáculo de dos comentaristas enfrascados en una eterna pelea que brota como un pespunte a lo largo de la conversación. A veces estoy tentado de intervenir y llamarles al orden: “Hagan el favor de dejar de insultarse entre ustedes y céntrense en mí, que me restan protagonismo”. Por lo demás, nada que oponer. Entiendo que los lectores quieran ejercer su derecho a opinar sobre lo que escribo e, incluso, que alguno ejerza ese otro derecho un poco más cuestionable a opinar  sobre lo que no escribo pero él cree que he escrito o intuye que pienso.

El caso es que el comentario se ha convertido ya en un género en sí mismo, con autores de una prolificidad sólo comparable  a un Lope de Vega adicto al Red Bull. Sé de columnistas que viven aterrados porque les ha crecido un siamés virtual que los persigue por los foros con la obstinada intención de rebatir todo lo que dicen. Los imagino a ambos ante el teclado, como en un duelo cibernético. El lector moviendo los dedos en el aire, esperando a ver aparecer el artículo para disparar su crítica. El articulista lleno de dudas sobre la conveniencia de escribir o no un determinado párrafo: “A ver cómo le sienta esto a Gaudrum73”. O, “Voy a borrar esto. Estas son las cosas que no le gustan a KaóticoRebelde“.

De la importancia adquirida por este apartado de participación de los lectores en los medios y del daño que hacen a los mismos los troles es buena muestra el reportaje que le dedicaba hace unos meses The Guardian bajo el título La cara oculta de los comentarios del Guardian. El estudio arroja sorprendentes descubrimientos. Desde 2006 los lectores de la edición online del periódico han dejado 70 millones de comentarios. De esos setenta millones sólo un 2%, es decir 1.400.000, han sido bloqueados por los moderadores del periódico porque violaban las normas de participación que tiene establecidas. Unas normas que no permiten la publicación de los que son abiertamente insultos pero también censura otros como esos en los que aparece esa forma sutil de desdén que todos reconocemos en expresiones como, en cita del propio The Guardian, “No entiendo cómo te pueden pagar por escribir esto”, o “Cálmate, cariño”, bien se dirijan al autor o a otro comentarista.

El diario británico establece también una curiosa constatación que a pocos puede sorprender: de los diez escritores que más insultos han recibido, ocho eran mujeres. Los otros dos eran hombres, negros por más señas. De los diez, dos mujeres eran lesbianas y un hombre gay. Y de las ocho mujeres, una era musulmana y otra judía. Como se ve, entre todos componían para los odiadores profesionales un auténtico rincón del gourmet.

El estudio tiene un enfoque de género porque intenta constatar la teoría de que las mujeres son con mayor frecuencia víctimas de acoso en Internet y comprobar, de paso, si son peor tratadas por los comentaristas.

Mientras que en The Guardian el número de artículos de opinión se ha ido incrementando con el tiempo, la brecha entre autores y autoras -¿hace falta decir que ellos son mayoría?- sigue manteniéndose intacta como pasa en la mayoría de medios. Esa desigualdad es mayor en algunas secciones. Deportes tiene la menor proporción de artículos escritos por mujeres, seguidas de cerca por Internacional o Tecnología. La única sección en la que las mujeres firman más artículos que los hombres es Moda.

En términos generales, los textos escritos por mujeres obtuvieron un mayor número de comentarios que tuvieron que ser bloqueados. Cuanto mayor era el protagonismo masculino en una determinada sección, más comentarios ofensivos obtenían las mujeres que escribían en ella. Curiosamente, Moda, donde la preeminencia entre la autoría es femenina, se ha convertido en una de las pocas secciones donde los  hombres reciben más insultos que las mujeres. Este tipo de ofensas da un sentido completamente nuevo y cargado de lógica al concepto “fashion victim”.

Un dato preocupante, y sobre el que los sociólogos tendrán algo que decir, es el hecho de que a partir de 2010 los artículos escritos por mujeres han ido obteniendo una mayor proporción de comentarios bloqueados que los escritos por hombres. Aunque no son ellas en exclusiva quienes soportan todo el peso de la incivilidad de algunos comentaristas, tanto los escritores como los moderadores han observado que también las minorías étnicas o religiosas y el colectivo LGBT experimentan una desproporcionada cantidad de insultos.

El estudio muestra asimismo que algunas secciones atraen más comentarios que tienen que ser bloqueados que otras. Internacional, Opinión y Medioambiente tienen un porcentaje mayor que la media de comentarios insultantes. Algo que, sorprendentemente, también ocurre con la sección Moda. He acudido a esa sección en busca de  una explicación al hecho de haberse convertido en un vórtice de conflictos. Lo entiendes enseguida: publican artículos como “Cinco formas de llevar unos pantalones de terciopelo”. Una cuestión que puede parecer baladí aquí pero que es gasolina en los Balcanes.

Menos sorprendente resulta el que, en un intento de centrar el foco sobre aquellos asuntos que generan más comentarios bloqueados, hayan comprobado que los hilos sobre crucigramas, cricket, carreras de caballo y jazz suelen ser respetuosos mientras que las discusiones sobre feminismo, violación o el conflicto entre Israel y Palestina no lo son. Los datos arrojan una luz de esperanza sobre Oriente Medio: tal vez fomentando el jazz…

Nosotros y la posverdad

A The New York Times también le preocupa el devenir de las secciones de participación de los lectores, hasta el punto de que, en sus páginas de opinión, abre un debate que titula ¿Han fracasado las secciones de comentarios en los medios digitales? De los cuatro expertos invitados a iniciarlo la mayoría insiste en que el anonimato es el que perjudica este interesante experimento que  podría beneficiar al periodismo. Algunos se muestran partidarios de medidas como privilegiar en el orden de aparición de los comentarios a aquellos que se identifican, otros se decantan, como ya hace el propio The Guardian, por no permitir comentarios en noticias o artículos que tengan que ver con temas que propician la aparición de troles como inmigración o racismo.

Respecto al anonimato no sé si esa es la solución o sólo parte de ella. Hay lectores –muchos– que sin necesidad de identificarse muestran una enorme corrección en los comentarios y enriquecen la perspectiva del autor. De lo que sí estoy convencido es de que la mayoría de los que opinan anónimamente no permitirían que, por ejemplo, en un medio como infoLibre alguien escribiera con seudónimo.

Yo me conformaría con una solución intermedia, un anonimato atenuado: que los comentaristas pusieran, al menos, la matrícula de sus coches. Así, si algún día ves por la calle un Seat León con los números del que te dijo que tus argumentos eran un poco idiotas poder en justa reciprocidad escribirle en el parabrisas “Lávalo,  Gaudrum”.

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