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Muros sin Fronteras

En este país nadie pide perdón

No sé si es positivo que los ejércitos de tu país tengan experiencia de combate, pero esa es la función básica de los Ejércitos: defender, luchar. En los casos más imperiales (por los que pasamos hace siglos) se incluye intervenir, atacar, invadir. No hay opciones buenistas. En una guerra se mata o se muere, pero incluso en estas alternativas extremas existen unas normas de conducta y de trato a los prisioneros.

Desde el 11-S y la llamada guerra contra el terror lanzada urbi et urbi por George W. Bush y sus halcones hemos perdido unas cuantas de estas normas. En nombre de la seguridad, situada por encima de las leyes y de los derechos humanos, se ha secuestrado, asesinado y torturado en cárceles secretas igualándonos con los malos. Existe una frase circulando por la Red con varias paternidades/maternidades que resume la situación: “Si matamos a todos los malos solo quedaremos los asesinos”. ¿Quién decide quiénes son los malos? La respuesta es sencilla: los vencedores. Son los mismos que escriben la historia.

Estos días se ha cumplido el décimo tercer aniversario del 11-M y con él se han refrescado imágenes, voces, silencios: la tragedia y conmoción de miles de personas. También regresa el eco de las mentiras lanzadas con fines de lucro electoral o para la venta de periódicos. Aquella ignominia salpica a líderes políticos que mantienen la desvergüenza de seguir dando lecciones morales a un país, como el hombrecillo insufrible, pero también a los periodistas que mintieron a sabiendas de que mentían. En este país nadie pide perdón. Tras  el 11-M llega el 14-M, las elecciones que ganó el PSOE y que supusieron un cambio de gobierno. En el fondo de todo estaba Irak, la guerra que se justificó con informes falsos. Les recomiendo el documental Hubris: Selling The Iraq War.

El entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, viajó a las Azores para hacerse una foto junto al entonces presidente de EEUU, George W. Bush y al entonces primer ministro del Reino Unido Tony Blair. Les sirvió de anfitrión el hoy muy feliz ex presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso. Aquella insensatez política y estratégica destruyó Irak y poco después Siria, creando una catástrofe humanitaria que afecta a millones de personas. También impulsó el nacimiento del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS, también llamado Daesh). Nadie ha pagado el precio por tanta desgracia. Los prestigios de los impulsores se mantienen intactosEn este país nadie pide perdón.

España participó en la foto de las Azores, pero no en la invasión. En las calles de las grandes ciudades españolas se sucedían las manifestaciones contra de la guerra. La presión ciudadana, la falta de medios militares y de voluntad política limitó la participación a permitir el uso de las bases por parte de EEUU y al envío de un barco médico al sur de Irak.

Tras la caída del régimen de Sadam Husein, cuando todos se creyeron el cuento de que había llegado la paz, España envió tropas a la ciudades chiíes de Diwaniya y Najaf, a 155 kilómetros al sur de Bagdad. La venta de la misión es que España iba a ayudar en las labores de reconstrucción a una zona del país que no estaba en guerra, pues los chiíes eran los principales beneficiados con la invasión. Hay un debate hace años: ¿deben reconstruir los Ejércitos o dar cobertura a las ONG? La confusión de roles perjudica al movimiento humanitario.

En agosto de 2004 cambió el escenario en Irak: nació la insurgencia suní con atentados contra las tropas extranjeras. Uno de los principales clérigos chiíes, Muqtada el Sáder, hijo y nieto de grandes ayatolás que se opusieron a la dictadura de Husein y lo pagaron con la vida, condenó la invasión desde el principio, quizá porque no recibió parte de la tarta de los demás partidos chiíes. Al Sáder formó el Ejército del Mahdi. Una de sus plazas fuertes era y es la ciudad santa de Najaf. El Gobierno español no admitió el cambio de escenario ni mejoró la dotación de las tropas: seguíamos en acción humanitaria donde ya había guerra.

También se van a cumplir en unos días 13 años de la batalla de Nayaf (Irak), ocurrida el 4 de abril de 2004, la más importante en la que ha participado el Ejército Español en 50 años. Es un tema tabú para PP y PSOE.

El periodista y escritor Álvaro Colomer acaba de publicar un libro sobre aquellos hechos titulado Aunque caminen por el valle de la muerte. Es una novela que se lee como un ensayo. Algunas de los comentarios  que ha despertado el texto de Colomer destacan que en él se acusa a las tropas españolas de actuar de forma cobarde. Esa es la tesis de los mercenarios de Blackwater y de soldados salvadoreños del Batallón Cuscatlán II, no la del autor, que se limita a componer un cuadro general con las distintas versiones.

Para completar convendría leer el libro de Lorenzo Silva y Luis Miguel Francisco, Y al final, la guerra: aventuras de las tropas españolas en Irak,  que se centra más en los soldadosY al final, la guerra: aventuras de las tropas españolas en Irak. Este es el enlace de la conversación entre Silva y Colomer publicada por El Mundo.

El fotoperiodista español Gervasio Sánchez tuvo la fortuna de estar en la base en el momento del ataque de los partidarios de Muqtada al Sáder. Suya es la foto que encabeza el diálogo entre Colomer y Silva bajo el título Las dos batallas de Najaf, antes enlazado. Este fue el texto publicado en El País y en El Heraldo de Aragón en el que Sánchez describe la batalla desde dentro de la base Al Andalus. Tengo ganas de leer la opinión de Gervasio Sánchez sobre la novela de Colomer. De momento, solo sé que no está contento.

No pretendo que estas líneas sean una crítica literaria, pero creo que al libro de Colomer (no olvidemos que es una novela) le falta algo del contexto político del momento: un Gobierno empeñado en negar la evidencia. Si hubo cobardía fue la de ese Gobierno, no de las tropas que esperaban órdenes y algunos las desobedecieron.

En ese 4 de abril, las tropas españolas terminaron por combatir. No esperen actos oficiales ni recuerdo a los soldados que se comportaron valientemente en el rescate de un grupo de soldados de El Salvador atrapados en una instalación de formación del Cuerpo de Defensa Civil Iraquí (ICDC). Para los distintos ministerios de Defensa, aquello no fue un acto de guerra, sino de defensa. No hubo reconocimiento para todos los implicados.

Queda un libro-investigación pendiente sobre la muerte de los siete agentes del CNI, ocurrida unos meses antes, en noviembre de 2003, cuando viajaban desde Bagdad a Nayaf y fueron emboscados en Latifiya. Entre ellos estaba el comandante Alberto Martínez, que hablaba árabe y que era los ojos y los oídos de las bases españolas, sobre todo en Najaf. Su muerte dejó a los mandos españoles sin una información vital de lo que ocurría fuera, de cómo se estaba organizando una sublevación del Ejército del Mahdi.

En el momento de la emboscada, los miembros del CNI llamaron a su sede en Madrid, no a la base estadounidense más cercana del lugar del ataque. Es un símbolo de cuál era el papel de las tropas españolas, fuera de los mecanismos bélicos de EEUU.

América (ataca) primero

Los mandos españoles tejieron una red de contactos con las autoridades políticas y religiosas de Diwaniya y Najaf. Todo saltó por los aires el 4 de abril. El libro de Colomer muestra el poco respeto que tenían los norteamericanos por lo que consideraban pasividad de los españoles. En ese ambiente se produjo la retirada ordenada por Zapatero. Si mal estuvo ir, mal estuvo volverse sin pactar la salida con los aliados.

Aquí puede escuchar el segmento de A vivir que son dos días, de la cadena SER, dedicado al libro y su contexto.

Carme Chacón repitió el error en Kosovo. Lo anunció en el telediario en vez de hacerlo ante los aliados y moverse con discreción. Quizá a los que les falte experiencia de combate sea a los líderes políticos que dedican más tiempo al disimulo, el autobombo y la propaganda que a resolver los problemas de la gente.

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