Los diablos azules
De Madrid al cielo
Presentamos un capítulo del libro Sabina. Sol y sombra, un retrato del músico de Úbeda a caballo entre el ensayo y la biografía, construido a partir del testimonio de más de cuarenta de sus amigos y colaboradores, y publicado por la editorial Efe Eme.
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Aunque Juez y parte confirma que Joaquín Sabina está para quedarse, las grandes ventas no llegan hasta 1986, cuando publica Joaquín Sabina y Viceversa: En directo. En aquel momento grabar un álbum en directo tenía algo de consagratorio a la vez que servía de trampolín. Era la prueba de que habías llegado. La señal de que tu disquera estaba dispuesta a respaldarte mientras hacía caja. La confirmación de que disponías de un repertorio suficiente como para decantar lo mejor y empaquetarlo en un resumen que fijara tu estado de forma. Pero, en paralelo, era una herramienta de marketing para intentar conquistar nuevas audiencias y el mejor resorte para impulsar una carrera.
Los elegidos, aquellos que podían permitirse el directo de rigor, seguían así la tradición anglosajona, que a partir de los años setenta explotó las posibilidades comerciales del subgénero. Un artefacto que en los ochenta alcanza categoría de monstruo comercial. Antes de que lo hiciera Sabina otros grupos y solistas españoles ya habían registrado en el magnetofón su arte sobre las tablas en esa década. Ahí está, en primerísimo lugar, el Rock & Ríos, de Miguel Ríos, de 1982. Un fenómeno que trascendió lo musical y, de alguna forma, puso banda sonora a un tiempo nuevo. Felipe González había ganado las elecciones, España vibraba con la libertad recién conquistada, Madrid era una fiesta y Miguel Ríos, nuestro Chuck Berry, encaraba la década explicando a niños y adultos cómo se lo hacían sobre las tablas los dioses del rock. Por cierto, que allí, con Ríos, toca Antonio García de Diego, muy pronto reclutado para el equipo y, andando el tiempo, pieza indispensable en ese grupo a tres que responde por el nombre de Joaquín Sabina. «Teníamos tan estudiado Rock & Ríos…», rememora Pancho Varona, «se oía tanto en todas las plazas y en todos los pueblos, que toda España se lo sabía de memoria. Era tal el éxito de Rock & Ríos que aunque no lo compraras y aunque no lo tuvieras en tu casa, te lo sabías de memoria, toda España se lo sabía de memoria. Era el álbum de referencia, y es un grandísimo disco. Yo no he visto en mi vida un éxito igual».
Ilegales, Ramoncín, Barón Rojo… El rock español, en todas sus variantes, alcanzaba la mayoría de edad y un puñado de directos aterrizó en los escaparates para refrendarlo. Otro antecedente crucial es Entre amigos, de Luis Eduardo Aute, que en 1983 graba durante dos noches su correspondiente live en el teatro Salamanca de Madrid acompañado por Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés o Teddy Bautista. De la experiencia de Aute, Sabina importará la idea de traer a unos cuantos invitados, aunque aquí su papel sea más secundario. Asunto distinto es la intención musical. Sabina busca no tanto hacer memoria de lo vivido y cantado como de fijar, de una maldita vez, las canciones con el sonido y los arreglos que merecerían haber tenido en las pistas originales. La idea del cantautor eléctrico, del rockero poeta, está más presente que nunca. La apuesta de Juez y parte, el primer disco que reconoce como propio al cien por cien en cuanto al trabajo en el estudio, se multiplica. Ayudan unos Viceversa espléndidos. Estas líneas del crítico de El País, Antonio Gómez, publicadas el 17 de febrero de 1986, aclaran las intenciones: «Joaquín Sabina y Viceversa es algo más que un cantante con un grupo de acompañamiento; es un todo único e indisoluble que se ha cohesionado a la perfección. Viceversa suena con la solidez de los mejores grupos y tienen plena ocasión de demostrarlo al servicio de unas canciones construidas con minuciosidad e inteligencia. La incorporación de Marcos Mantero a los teclados, un músico veterano, contribuye de manera importante en el resultado final de un sonido compacto y sin fisuras». Para grabar el disco hicieron dos conciertos en dos días. Al decir de quienes asistieron, el segundo, con menos parafernalia y estrellas, pero más rodado, fue mejor, más compacto.
Circula por Internet un texto mecanografiado, escrito por Joaquín Sabina, con la escaleta del futuro concierto. Un borrador previo a lo que finalmente apareció en el doble disco, colgado en su web por Manolo Rodríguez, entonces guitarrista de Viceversa y hoy, tras una travesía del desierto, reputado músico de sesión e ingeniero de sonido. Recuerden que el concierto no aspiraba solo a fructificar en un disco: TVE daría un especial. Disponer de una o dos horas en televisión multiplicaba tu visibilidad hasta extremos inimaginables en la era minifundista del blog, Twitter, iTunes y Spotify. Consciente de lo que se jugaba, Sabina describe o adelanta, canción por canción, lo que sucederá en el escenario. Qué espera de los técnicos de sonido. Cuándo y dónde deben subrayar con sus focos determinada canción los expertos en luminotecnia. Este humilde papel, conservado de forma azarosa, explica inmejorablemente el cuidado que Sabina ponía en su oficio. La calculada disposición de cada tema y cada invitado, cada golpe de efecto y cada broma, no impide el quiebro, el arrebato. Todo está pensado con vistas a alcanzar un nirvana escénico donde la mezcla de improvisación y locura galvanicen al público.
Conviene aclarar un malentendido: abunda la idea de que la verdad del rock, el momento de morir o matar, reside en el directo. En realidad, y desde que se consagró el formato del disco de larga duración en los años sesenta, el legado definitivo de los artistas de rock y aledaños está en el estudio. O estaba, hasta que llegó el vendaval de la piratería y, con ella, el hundimiento de buena parte de la industria. Incluso hoy, en pleno terremoto, un artista son sus discos como un cineasta sus películas y un escritor sus libros. Sus poderes. Su canon. Pero en el caso de Sabina, las obras editadas, Malas compañías y Ruleta rusa, e incluso Juez y parte, no hacían justicia a sus propósitos. Zarandeados por los productores, los discos caían en todos los vicios ochenteros, incompatibles con una estética tan alejada del artificio. Con el concierto del teatro Salamanca Sabina consolida el cambio de piel. Presenta al rockero con inclinaciones omnívoras, del folk al pop, del cabaret al rockabilly. Va más allá de la imagen cáustica, para iniciados, de La Mandrágora. Registra sus canciones con el punch que nunca tuvieron en las cintas originales.
Para mezclar el audio «nos quedamos en Eurosonic», dice Varona, «donde también teníamos muchos problemas, porque queríamos contratar a Juan Vinader, y no pudo. Juan era el jefe de Eurosonic, el ingeniero de sonido estrella. Nos lo mezcló Luis Villera, y al final muy bien, pero entramos al estudio con un poco de miedo, a ver cómo salía. Era la primera vez que nosotros íbamos a mezclar algo en directo… no teníamos tiempo de nada, pero Joaquín decía, “bueno, con Juez y parte ha estado bien, pero lo podíamos haber hecho nosotros, y Ruleta rusa no estuvo mal, pero lo podíamos haber hecho nosotros, pues esto que ya está grabado, vamos a hacerlo nosotros. ¡Hagámoslo!”». «Tuvimos la suerte de dar con un buen técnico de sonido», añade, «y de estar bien aconsejados. Es la primera vez que nos ponemos delante de una mesa de sonido. Joaquín tenía esa postura de que para que nos lo haga mal un profesional, pues lo hacemos mal nosotros, que somos unos aficionados, ¿no? Y por lo menos el resultado final era lo que queríamos, con lo malo y con lo bueno. Tuvimos suerte y no salió mal, salió bien, y ahí ya nos embalamos y dijimos: a partir de ahora produzcamos nosotros, porque podemos hacerlo. En Juez y parte Jesús Gómez nos puso arreglos con maquinita, por ejemplo en “Rebajas de enero”. Esas piezas que mete de máquina queríamos olvidarlas y dejar atrás los arreglos maquineros. Ese disco en directo nos dio la oportunidad de hacer las canciones como nosotros queríamos, mucho más cerca del sonido de Viceversa que del sonido de Jesús Gómez, por supuesto».
Sabina podría haberse retirado entonces y solo con este directo tendría garantizado un lugar prominente en la historia. Quién, con apenas cuatro discos, cinco si contamos La Mandrágora, disponía de un cancionero semejante: “Princesa”, “Cuando era más joven”, “Calle Melancolía”, “Hay mujeres”, “Caballo de cartón”, “Rebajas de enero”, “Pongamos que hablo de Madrid”, “El joven aprendiz de pintor”…
Después de una introducción demoledora con “Ocupen su localidad”, tres puñales: “Cuando era más joven”, “Princesa” y “Hay mujeres”, en devastadora sucesión. La tercera, recién estrenada, deja algunos de los mejores versos escritos por Sabina hasta entonces. Un amenazador despliegue firmado a medias con el maestro Armando Llamado, pseudónimo de Ricardo Solfa, pseudónimo de Sisa, o sea, Jaume Sisa. Armando/Sisa, en la piel de heterónimo Solfa, que no debutará en disco hasta un año después con el vintage y melodramático Carta a la novia, acompaña a Joaquín en escena. Sabina, en 1988, le devuelve el favor regalándole la fantástica “Como un explorador”, que luego revisaría él mismo en Esta boca es mía.
“Hay mujeres”, verso a verso, es pura metralla:
Hay mujeres que sueñan con trenes llenos de soldados,hay mujeres que dicen que sí cuando dicen que no,hay mujeres que bailan desnudas en cárceles de oro,hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad,hay mujeres atadas de manos y pies al olvido,hay mujeres que huyen perseguidas por su soledad.
“Zumo de neón”, otra novedad, recorre los paisajes de la ciudad nocturna, del esplendor previo al desastre tras la batalla. Transita del arrebato inicial —«De pronto alguna tarde / te pasan calidad y de repente / los bulevares arden, / la piel recibe un telegrama urgente»— a las conclusiones desesperanzadas: «La noche se derrama / sin dejarme chupar su caramelo». Más adelante:
El grueso de la tropase afeita para ir a la oficina,los jefes van de coca,los curritos de tinto y aspirinas.
La canción le trajo un enfrentamiento con Antonio Falcón, comisionado en Andalucía para la Droga, que en la apertura del centro Provincial de Drogodependencia de Andalucía declaraba que «la cocaína tiene una imagen que contribuyen a dársela cantantes como Ramoncín y Joaquín Sabina, que están promocionando esta droga de forma irresponsable». Sabina, en comunicación telefónica con El País, respondió que las declaraciones de Falcón eran «demenciales». «Ni Ramoncín ni yo promocionamos nada de eso», dijo, para recordar que la cocaína solo aparecía de forma explicita en «“Zumo de neón”, en que digo “los jefes de coca, los curros de tinto y aspirina” (...) Los cantantes no promovemos nada. Sucede, sin embargo, que es una canción humorística y los estamentos oficiales carecen de sentido del humor». Lo mejor de todo es que Ramoncín, que amenazó con acudir a los tribunales, era completamente abstemio. Siglos después, cuando Sabina ya había dejado la coca, le comentó a Jesús Quintero que gracias a su sinceridad, a que nunca había escondido sus hábitos, posiblemente ayudó «a forjar mi propia caricatura; colaboré, como decía alguna vez Antoñete, en el sentido de que nunca me escondí y en que es verdad que vivía de noche, es verdad que iba de putas, es verdad que los borrachos eran una maravillosa compañía. Todo eso es verdad. Y es verdad que frecuentaba los baños de los after hours, y no para mear. Todo eso es verdad. Pero, al no esconderlo y estar ahí, parecía que era una especie de autopublicidad canalla, de no se sabe qué vida romántica, absurda y trasnochada. Bueno, llevo tres años tratando de destruir ese tópico. No sé si lo voy a conseguir, pero estoy muy aburrido». Esto fue en 2002. Dos años antes, en el 2000, le dijo a Carlos Boyero: «Yo tengo muy claro eso de Jesucristo y de los curas de “Odia el pecado y compadece al pecador”. Yo amo el alcohol y las drogas pero detesto a los drogadictos y a los borrachos. Las drogas, unas sí y otras no, están ahí para ser usadas. Lo que no pueden es crear la creatividad. Ahora bien, una copita, un canutito y una rayita te ponen en un estado mucho mejor para escribir. Antes, otra gente lo hacía con absenta o con opio. Los artistas, estoy de acuerdo en lo que me decías antes de que los biempensantes eligen a malditos porque así ellos se sienten a salvo. Y no me parece mal. Pero lo que no seremos nunca es un modelo de jogging o de salud o de sensatez, pero a cambio compensamos dándole a la gente ese gramo de locura que falta hace. Jim Morrison, al que amamos los dos, canta mejor después de morirse, y a Dylan, a Jagger, a Cohen, a Lou Reed, se les reprocha que no se hayan muerto».
Regresando a la canción inédita incluida en el doble elepé en directo, “Zumo de neón” confirma que Sabina estaba escribiendo con una concreción, una exactitud y una precisión arrebatadoras. Viceversa no le iba a la zaga: en Más de cien verdades, el libro de Pancho Varona, el compositor explica que sacaron la música en un instante. «Un día llegó Joaquín al local de ensayo con una letra que empezaba “De pronto alguna tarde, te pasan calidad y de repente…”, y enseguida tuvimos la melodía».
Tras ella, arriba otra sorpresa: “Tratado de impaciencia N°11”, es decir, una canción de Inventario. La única que Sabina recupera de aquella primera experiencia discográfica, y que vestida con delicados arreglos jazzísticos cobraba nueva vida, encajando perfectamente en el repertorio.
Después del desmadre de “Qué demasiao” y la reivindicación de la libertad sexual en “Juana la Loca”, el segundo vinilo entrega una de las dos canciones, tres con “Princesa”, que lo habían consolidado como una voz excepcional, “Calle Melancolía”. Luego, turno para la cariñosa parodia y/o homenaje con “Pongamos que hablo de Joaquín” a cargo de Luis Eduardo Aute, y después “Caballo de cartón” o la neblinosa cortina de vapor tóxico con la que cantaba a las rutinas de su chica.
Y llega “Cuervo Ingenuo”, de Javier Krahe, con el propio Krahe sobre las tablas, una enmienda a la postura del PSOE y Felipe González en relación a la OTAN. Aunque en 2017 cueste imaginar a España fuera de la Alianza Atlántica, no conviene subestimar la profunda decepción que provocó entonces el giro de González; tampoco las consecuencias que la canción tuvo para Krahe. Antes de que Krahe y Sabina arrancaran, las cámaras de TVE dejaron de grabar. Krahe aseguraba que a raíz de “Cuervo ingenio” incluso entró en una lista negra que cortaría de cuajo sus posibilidades de trabajo. Apestado en los ayuntamientos gobernados por el PSOE, justo en los años de las vacas gordas y los grandes presupuestos de cultura, su proyección comercial habría quedado muy resentida. En España, al heredero de Georges Brassens, al gran sardónico, al moscardón ácrata y quevedesco, lo fusiló por lo civil una izquierda cainita.
Pancho Varona recuerda que «Apagaron las cámaras, todas, menos la general, la que está detrás del todo [de ahí que circule una grabación en Youtube]. Joaquín hizo el especial de TVE, sin la canción de Krahe, porque habían apagado las cámaras y el material, con la que dejaron grabando, no vale, pero eso sí, incluyó la canción en el disco. Yo creo que Joaquín podría haberse negado a que saliera sin lo de Krahe en la tele, pero era terrible que eso pasara. Imagina lo que suponía, en un país con dos cadenas de televisión, emitir un especial de Joaquín Sabina en el teatro Salamanca un sábado por la noche, que lo veían diez millones de personas. Hablo de memoria, pero da la impresión de que Joaquín pudo decir, “si no está Krahe, si se censura a Krahe, esto no sale”, pero también lo que creo es que dijo algo así como, “no puede salir porque no está grabado, así que, bueno, que salga aunque sea sin Krahe”. Otra cosa es que lo hubieran grabado en condiciones, porque entonces no hubiera dado permiso para que lo emitieran sin Krahe. Tampoco creo que tuviera tanta repercusión. Ni siquiera Krahe le dio importancia nunca, y Joaquín y él siguieron siendo amigos siempre, sin problemas. Krahe siempre tuvo su circuito, desde que lo conocí hace treinta y cuatro años hasta que murió, siempre fue por un circuito diferente, que es lo que él quería, y dudo que le perjudicara. De hecho imagino que, incluso, aquello agrandaba un poco su leyenda. Sí me parece que Felipe González debió de enfadarse mucho. La canción era estupenda y entrañable... Javier era un tipo maravilloso, muy querido, y su desaparición fue un palo terrible, nadie se lo esperaba».
«Hombre blanco hablar con lengua de serpiente», cantaban Krahe y Sabina, ataviados con unas plumas y acompañándose con la guitarra del segundo y unos mandragorianos kazoos: «Cuervo Ingenuo no fumar la pipa de la paz con tú, / ¡Por Manitú!».
En 2004, en una entrevista para el fanzine Desakordes, luego recuperada por Diagonal, Rubén Burén le preguntó a Krahe por “Cuervo Ingenuo”: «Esa canción la empecé a escribir cuando gobernaba Calvo-Sotelo, se hablaba mucho de las crisis de energía. Tenía un par de estrofas, algo así como: “...yo nadar en agua fría, tú nadar agua caliente...”. Cuando Sabina me invitó a cantar, en la grabación de su disco con Viceversa, yo le dije que no me apetecía mucho, precisamente por lo grande del evento. Él me dijo: “No seas maricón (que es algo que dice mucho) haz una canción con kazoo y guitarra, que yo te acompaño”. Me puse entonces a mirar mi cuaderno y encontré lo del cuervo, me dije: “Esto lo voy a aprovechar”. Lo primero que añadí fue lo de la OTAN, en esa época todo el mundo hablaba de ello, había mucha presión y tenía que mojarme. Luego de las comisarías, ya podían haber acabado con eso y no solamente no acabaron sino que permitían tenerte encerrado hasta diez días. Y, por último, lo de los aviones que habían comprado a los americanos, esos tan baratos. Fui a liarla. Yo sabía que tenía en las manos algo fuerte, muy fuerte. La canción la estrené en un instituto de la sierra, para probarla, y funcionaba. Yo me ponía muy nervioso al cantar, bueno, ahora también tengo que cantar una canción varias veces para estar seguro... Sabina sabía que podía ser una bomba, pero seguimos adelante. Me presentó en el concierto como: “Cuervo Ingenuo va a decir algo a Oídos Sordos”, y me acompañó a la guitarra». «¿Qué supuso?». «Muchos disgustos, aunque una satisfacción personal grande. Mi mujer se enfadó conmigo, hasta recibí anónimos por teléfono avisándome de que no cantara aquella canción. Pero salimos y entonces varias cámaras dejaron de grabar. La gente se puso en pie, aplaudiendo, porque se dieron cuenta. Me vetaron en la tele, hecho que me trae sin cuidado. Pero se me cayeron todos los recitales y eso sí fue muy tenso, me anularon los bolos que tenía en ayuntamientos y demás, durante años. Me obligó a prescindir del grupo y tuve que sobrevivir en bares junto a Antonio Sánchez (ahora en Académica Palanca) a la guitarra. Fue una época muy dura».
«Yo estaba tan al margen de la política en general», rememora Manolo Rodríguez, «que no me paré a pensar mucho en lo que suponía que el partido de la libertad y el progreso, al que yo había votado también, no aceptase la crítica por su contradicción con respecto a la entrada en la OTAN, era lógico que fueran criticados, pero no que censuraran a Krahe y a Joaquín por aquello».
Después del bombazo, y con las cámaras otra vez encendidas y “Whisky sin soda” mediante, volvía Sabina en la piel de rockero ufano y arrogante. “Rebajas de enero” sonaba majestuosa en directo. El gran final trae a Javier Gurruchaga para cantar la inédita “Adiós, adiós”, que firmaban ambos, y “Pisa el acelerador”. “Pongamos que hablo de Madrid”, “Eh Sabina” y una apropiada “Despedida”, de nuevo con Gurruchaga, indomable, sirven de broche. Sobre Javier Gurruchaga también opina Varona: «Músico sí, compañero y amigo, al menos mío, no. De Joaquín puede que sí. A mí hace años me dejó tirado con un disco que estábamos preparando y se fue con otra gente. Es un gran músico, pero de compañero tiene muy poco. Pero, vamos, hizo un gran papel en el disco. También es cierto que, musicalmente, Gurruchaga ha desaparecido. Fue muy importante en una época, la gente disfrutó mucho, se rió mucho y, finalmente, desde hace quince o veinte años, ha desaparecido».
«Tengo pocos recuerdos concretos de esas noches», comenta Andreas Prittwitz, «¡todo era tan intenso! Me acuerdo que hablamos por teléfono, yo estaba rodando una película en Asturias, llegué justo al último ensayo (o no…), y a tocar. Joaquín, como Krahe y la mayoría de “mis” cantautores siempre me han dejado una libertad extraordinaria para hacer lo que quería. Y yo no les defraudaba ni abusaba de esa confianza».
«Aquel concierto supuso un antes y un después», recuerda Manolo Rodríguez, «a partir de la publicación de ese disco los conciertos se triplicaron, los llenos eran absolutos, la sensación de estar en lo más alto también. Fue lo mejor de mis años de músico, tocar además con Gurruchaga, Aute y Sisa, recién bautizado Ricardo Solfa, un privilegio. Recuerdo que en los días previos al concierto Joaquín nos avisó de que vendría Gurruchaga a ensayar su tema, y que le habían dicho que tenía mucho carácter, pero resultó ser el tío más cercano, divertido y simpático del mundo, tengo un buenísimo recuerdo de Javier».
«El directo está claro que fue un antes y un después», explica Paco Beneyto, «se notaba que aquello apuntaba a algo muy grande, todos sentíamos ese nervio en el estómago. Vino una unidad móvil inglesa, que trabajaban de forma increíble, y respecto al sonido me parece que pocos discos suenan con esa frescura en directo. De Ricardo Solfa recuerdo que era como un profesor chiflado y todos teníamos mucho respeto hacia lo que representaba como músico, igual que con Aute, Krahe y Gurruchaga. Para nosotros todo era como un sueño.... y del veto a “Cuervo Ingenuo”, la verdad, no sé por qué no se habló del asunto. Puede que la magia de aquel momento tapara todo aquello. No sé. Para nosotros todo fue espectacular». «Recuerdo», añade, «que tocábamos después en las fiestas de Bilbao, en la Semana Grande, en La Casilla. ¡Al llegar vimos una cola para entrar al concierto interminable y nos quedamos alucinados! Ahí nos dimos cuenta de la dimensión que cogía aquello».
«Este directo es importantísimo», remata Varona, «importantísimo. Si ya veníamos lanzaditos, aquí la gente se da cuenta de que en directo tenemos un poderío… y les interesa mucho. De ahí sale muchísimo trabajo y muchas ventas, porque también veníamos del Rock & Ríos,que había sido un disco en directo espectacular, y era cuando se llevaban los discos dobles en directo, y es un pelotazo tremendo, se disparan las ventas y se disparan los conciertos. Es fantástico».
«Fue una de las noches más disfrutonas de mi carrera», recuerda José María Cámara, «todo iba sobre ruedas y nada podría haber impedido ese encuentro de talentos». ¿Y el incidente con Krahe? «El punto álgido de mis recuerdos se refiere al momento en el que Krahe y Sabina están cantando “Cuervo Ingenuo” y todas las cámaras de la unidad móvil de TVE se apagan y pasan a posición de descanso, para cerciorarse de que no se recoge imagen ni sonido. El director de TVE era Antoni Pérez, y el director de programas de TVE Ramón Gómez Redondo. Hecho lamentable y cuyo consentimiento siempre reproché a Sabina y Krahe, quienes jamás hubieran tolerado semejante censura si viniera de un partido de derechas. Joaquín hizo lo correcto siguiendo adelante, the show siempre must go on, pero no al no montar el pollo correspondiente por el ejercicio de censura. Todavía me cabreo al recordar el episodio. Pero fue un gran disco y otro momento clave en el desarrollo de la carrera de Joaquín Sabina».
(…)
Ese año, junto al histórico rockero Noel Soto, Sabina firmó “Doña Pura”, una estupenda canción incluida en la I Antologia de cantautores andaluces, en la que también participan dos artistas tan próximos y queridos por él como Carlos Cano y Javier Ruibal. El tema se pierde en esa discografía dispersa que nunca se ha agrupado. Con Noel Soto, por cierto, ya había colaborado en “Al otro lado del Edén”, que Soto publicó como cara B del maxisingle de “Apuesta por la paz”, en 1983, y Sabina en la cara B del maxisingle de “Que se llama soledad”, en 1987.
En agosto del 86 falleció su padre, en Jaén, a los 72 años. Ese mismo verano Sabina había dado su primer recital en la plaza de toros de Las Ventas. Son tiempos de conciertos y más conciertos. «Las giras de esa época eran intensas», asegura Beneyto, «como todo lo que las rodeaba, drogas y alcohol a saco. Viajábamos en esas furgonetas que tenían un único asiento detrás sin reclinarse, una auténtica tortura... y horas y horas por esas carreteras nacionales, y para pasarlas, pues eso, a saco de todo... Muchas risas, la verdad. Fue la época dorada de la música».
«Aunque nos pasábamos días en la carretera», recuerda Manolo Rodríguez, «no nos resultaba agotador, como mucha gente nos preguntaba, supongo que la edad y las ganas de encontrarte con lugares nuevos y miles de personas vibrando contigo en el escenario hacía los kilómetros llevaderos. Íbamos siempre escuchando música, lo nuevo, lo de siempre, etc., pero lo que nos entretenía de verdad era la noche y pasarlo bien allí donde nos llevaban en volandas después de los conciertos, era una fiesta continua, qué te puedo decir… [risas]. Anécdotas hubo cientos, pasó de todo… Intentamos tirar a Joaquín a varios pilones en distintos lugares del país, pero el tío se lo olía siempre y nunca lo conseguimos, sin embargo los demás caímos casi todos alguna vez, incluso cuando él era la próxima víctima, es muy listo el cabrón… Otra vez salimos huyendo del pueblo de al lado de donde había nacido Joaquín, un rato antes de empezar el concierto, no sé muy bien qué había pasado, pero Paco Lucena, el mánager, vino al hotel alarmado diciéndonos que saliésemos por piernas porque corríamos el peligro de ser linchados. Creo recordar que Paco sospechó que no iban a pagar y se debió montar alguna bronca. Esa noche huimos de allí para dormir en otro lugar. Otro día que viajábamos hacia el norte paramos en la carretera cerca de la sierra norte de Madrid para decidir si comíamos cerca, o algo así, a mí se me ocurrió decir que podíamos subir al Alto de los Leones, porque había un restaurante al que había ido alguna vez con mis padres de enano, Joaquín entró en cólera, empezó a gritar y a decirme que él no pisaba ese lugar, que cómo se te ocurre, que me cago en todo, etc… Yo me quedé helado, porque Joaquín me impresionaba mucho incluso estando de buen humor, se dio cuenta de que para mí no tenía el mismo significado que para él, y no porque no odiase como todos aquello que tuviera relación con el franquismo, sino porque no conocía tal relación con aquel lugar, si hubiera sido por ejemplo el Valle de los Caídos, sí, ¿pero el Alto de los Leones? No entendía nada… A los dos minutos me pidió mil veces perdón, se disculpó de tal forma y con tanto cariño que me sentí casi peor».
Joaquín no olvida a los amigos y el 8 de noviembre se sube al escenario del teatro Principal de Valencia para participar en la grabación del disco en directo Silenci, gravem, del histórico cantautor Lluís Miquel, al que había conocido en los programas televisivos de Tola cuando el valenciano estaba al frente del grupo humorístico Patxinguer Z (un sencillo divertimento a escala local que la televisión engrandeció) y con el que había hecho buenas migas. En ese álbum en vivo, en el que también participaron Quico Pi de la Serra y Joan Manuel Serrat, Sabina interpretó en valenciano, y con soltura, la solemne “L’arbre”.
Remata el año cantando en el especial televisivo de Nochevieja una canción de circunstancias, “Cualquier tiempo pasado fue peor”, junto a Miguel Ríos, Víctor Manuel, Ana Belén, Rosa León y Amaya Uranga (de Mocedades), tema que saldría editado por el sello Ariola (donde grababa Sabina) en un maxisingle. Los músicos que registran la canción son Viceversa al completo, más Andreas Prittwitz y, atención, Antonio García de Diego a los teclados, por entonces en la banda de Víctor Manuel y Ana Belén. El dato es crucial y debería de hacer salivar a los coleccionistas. ¡Nada menos que la primera grabación oficial en la que Antonio colabora junto a Joaquín y Pancho!
Miguel Ríos recuerda que «Pilar Miró había aterrizado en TVE y le quería dar un golpe estético a la casa. Nos pidió que hiciéramos el programa que va antes de las uvas. Lo montamos alrededor de canciones de nuestro repertorio. Con la intención de reflejar el cambio, buscamos un título que mostrara nuestra posición ética y artística, para el que Joaquín escribió una letra en la que describía nuestras carreras y el deseo de cambio que vivía la sociedad española de entonces».
Los versos que Sabina se dedica a sí mismo en la letra lo retratan, de nuevo, en ese Madrid que ya es plenamente suyo:
Pongamos que hablo del Madrid aquel,
papel de todos mis pecados,
mi corazón y mi casa levanté,
con los escombros del pasado.
Haciendo gala de su buen humor, al final de la canción, tras sonar por última vez ese estribillo machacón que él mismo ha escrito y que dice, dylanísimo, «Cualquier tiempo pasado fue peor, / somos más jóvenes ahora», Sabina, inmediatamente, y ya sin música y mirando a la cámara, exclama, «O no».
*Julio Valdeón es periodista y escritor, autor de Julio ValdeónSabina. Sol y sombra (Efe Eme, 2017).