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'El ferrocarril subterráneo': la novela histórica se sale de sus carriles

Colson Whitehead

Lise Wajeman (Mediapart)

El ferrocarril subterráneo [The Underground Railroad, Literatura Random House] recogió durante el 2016 una buena colección de premios al otro lado del Atlántico: la prensa estadounidense lo eligió como la mejor novela del año, recibió el National Book Award y fue galardonado con el Premio Pulitzer. Incluso Barack Obama (por aquel entonces, al final de su mandato) lo incluyó entre sus lecturas para las vacaciones. Y Barry Jenkins (director de la oscarizada Moonlight) ha comprado sus derechos con el fin de adaptarla a la gran pantalla. Una buena cosecha para un libro que cuenta la violenta historia de Cora, una joven esclava nacida en una plantación de algodón de Georgia a principios del siglo XIX. Se podría pensar que navega por terrenos familiares: la novela Beloved, que narra los tormentos de un antiguo esclavo, recibió el Pulitzer hace ya casi 30 años, en 1988. La fuerza de la novela de Toni Morrison era hacer de un relato sobre la esclavitud una novela cercana. El libro de Colson Whitehead, que llega a España el día 14 de septiembre, también cruza la novela histórica con la fantástica, pero una fantasía impasible, sin incertidumbre: cambia de golpe, brillantemente, a la ciencia ficción.

Un día, Cora finalmente se decide a huir, con la ayuda de Caesar, un esclavo que había llegado hacía poco a la plantación. Ambos se beneficiarán de la ayuda de un “ferrocarril subterráneo”. “La escalera conducía a un muelle estrecho. Los dos extremos del enorme túnel eran como bocas negras. Debía tener unos seis metros de altura, y sus paredes estaban cubiertos de piedras de colores, alternando motivos claros y sombríos. ¡Cuánta energía había hecho falta para desarrollar este proyecto!”. El “ferrocarril subterráneo”: así es como llaman desde 1839, en un momento en el que el tren encarnaba las fuerzas del progreso, a estas redes clandestinas de abolicionistas que proporcionaban ayuda a los esclavos fugitivos para llegar a los estados del norte. Se desconoce cuántos esclavos se beneficiaron realmente de esta ayuda entre los años 1830 y 1860: como mínimo unos 3.000, como máximo varias decenas de miles –una proporción muy pequeña comparada con los casi cuatro millones de esclavos que había en Estados Unidos en vísperas de la guerra de Secesión–.

 

El ferrocarril subterráneo de Colson Whitehead

La fuerza del libro de Colson Whitehead reside en revertir la relación entre realismo y ficción: allí donde uno espera de una novela histórica que la imaginación sirva para evocar lo que realmente sucedió, El ferrocarril subterráneo elige lo imposible, tomando al pie de la letra una metáforaEl ferrocarril subterráneo. El escritor cuenta que creía, de niño, que la red era un tren de verdad. Si su primera aparición tiene algo maravilloso –de repente, es como un Harry Potter en el país del algodón–, este ferrocarril se convierte rápidamente en el vehículo de un viaje cruel, un viaje en tres estaciones de dolor, construidas como tres alegorías históricas: la aventura extraordinaria gira entorno a la idea de los Viajes de Gulliver en la tierra de la servidumbre. El viaje alegórico de Jonathan Swift es un modelo explícito de la novela. Es la lectura secreta de Caesar –secreta porque saber leer puede valerle la muerte–. La huida de Cora hacia el norte será, por tanto, un viaje de iniciación y dialéctico. En Carolina del Sur descubrirá la temible benevolencia de los blancos, en Carolina del Norte su odio puro, y en Indiana, una utopía negra.

Toda novela americana pretende ser una novela sobre América. El libro de Whitehead tiene la ambición de ofrecer una vuelta sobre la última verdad de su país. El brote de supremacistas blancos en Charlottesville  durante este verano ofrece a su discurso un relieve muy particular: “Mire hacia fuera cuando vaya a toda velocidad, así verá el verdadero rostro de América”, asegura el jefe de estación en vísperas del viaje de Cora. Este rostro es el de un racismo mortífero, inherente al florecimiento y al éxito económico del Nuevo Mundo. La suerte de los negros es inseparable de la expansión del capitalismo, que las matanzas de nativos hicieron posible, recuerda Whitehead: “La tierra que Cora había arado y cultivado era la tierra de los nativos. Ella sabía que los blancos se jactaban de la eficacia de sus crímenes, durante los cuales mataron a mujeres y niños, asfixiando así en la cuna su futuro. Cuerpos robados trabajando en tierras robadas. Era una locomotora que jamás se paraba, y cuya caldera se alimentaba de sangre”.

En esta vasta prisión que es el país para un esclavo en fuga, “como si no hubiera en este mundo lugares a dónde huir, solamente el huir”, la novela indica, sin embargo, una salida: la del mestizaje. Algo que un inteligente estudiante elogió: “Soy lo que los botánicos llaman un híbrido”, dice la primera vez que Cora lo escuchó hablar. “Un cruce de dos familias diferentes. Cuando se trata de flores, tal mezcla es un regalo para los ojos. Cuando esta hibridación adquiere forma de carne y hueso, algunos se ofenden. En esta habitación reconocemos este mestizaje por lo que es: una nueva belleza del mundo que florece a nuestro alrededor”.

No cabe duda de que está es la convicción política y poética del autor. Whitehead, que en el pasado se aventuró en géneros diversos –un thriller de ciencia ficción (La intuicionista), una historia de zombies (Zona 1)–, obra aquí con injertos inesperados que deslizan la novela hacia un terreno desconocido. En 2016, también se publicó en Estados Unidos el libro Underground Airlines. El escritor Ben Winters explora aquí las alegrías de la historia contrafactual y propone una versión alternativa de la Guerra de Secesión: algunos estados todavía permitirían hoy la esclavitud y la red de ayuda clandestina sería ahora aérea. Pero este camino, que equivale a imaginar totalmente un mundo nuevo, es más marcado que el que traza Whitehead. Insertar elementos incongruentes en el contexto de una narrativa realista es más bien, en la actualidad, un truco de la literatura paródica, o de segunda categoría, para servir de gag y proporcionar la fantasía. La literatura seria ya no se atreve a jugar demasiado con la alegoría o con su reverso, la metáfora entendida literalmente: eso ha sido la invención del “ferrocarril subterráneo”. Con este tren clandestino, el libro toma una vía inédita: el de la novela histórica que narra cosas perfectamente inverosímiles para entender mejor lo que fue y comprender mejor lo que es.

El pasado estadounidense de la esclavitud y de la segregación no puede clasificarse aún en la sección de antigüedades. Este verano se demostró una vez más. La movilización de los confederados violentos en Virginia parece remontarse a hace 150 años. Si la historia es anacrónica –el presente se considera pasado–, es una “anacronía” que hay que contar –el pasado se considera presente–: lo que hace Whitehead.

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  Traducido por: Alba Precedo

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