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Después del veredicto del caso de Samuel

El 3 de julio de 2021, Samuel Luiz, un chico de A Coruña de tan solo 24 años, fue asesinado a manos de un grupo de jóvenes que le propinarían una paliza mortal al grito de “maricón de mierda”. Los activismos LGTBI, las calles, hasta sus propias amigas llevan más de tres años diciéndolo: lo mataron por su orientación sexual. Por quién era, por cómo se expresaba. Y ahora, el veredicto, por fin, da la razón a esto. Al menos, en el caso de Diego Montaña, quien comenzaría la fatal agresión.

De los cinco acusados mayores de edad, tres de ellos, Montaña, Alejandro Freire y Kaio Amaral, han sido declarados culpables de asesinato con alevosía (en el caso de Amaral, también de robo con violencia). El otro hombre, Alejandro Míguez, ha sido declarado culpable como cómplice del asesinato. Solo se librará de la prisión Katy Silva, que ha sido declarada no culpable al considerarse que no había pruebas suficientes de su participación. 

Se cierra con esto un largo proceso en el que el tejido asociativo LGTBI y personas cercanas a la víctima han peleado para que hubiera justicia. Pero la pelea no termina aquí. Y, por el camino, hemos sido testigos de demasiados momentos de auténtica vergüenza en los que se ha intentado desviar la mirada del pueblo de este caso o incluso hacer un uso político erróneo de este. 

¿A nadie le parece extraño que, después de tres años repitiéndonos en bucle que lo de Samuel no fue un asesinato homófobo, que “maricón” es un insulto habitual en cualquier pelea y que no se puede juzgar tan rápido, ahora los medios de comunicación e instituciones hayan cambiado su discurso? 

Nada más perder Samuel la vida, periodistas y políticos corrían para intentar controlar la narrativa de ese asesinato y ponerla a su favor. Abascal se inventaba que los asesinos eran “inmigrantes”, “okupas” y “militantes de extrema izquierda” (estuvo a punto de decir que fue Irene Montero en persona, pero al final decidió cortarse un poco). Ayuso explicaba lo mal que le parecía que se acusara a los asesinos de Samuel “sin motivo ni pruebas”. Tertulias e informativos les seguían la corriente. Estas semanas, estos mismos medios han seguido el proceso judicial, han emitido sus vídeos con música de tensión y, ahora, celebran la condena. 

En 2021, Samuel perdió la vida por ser una persona LGTBI. Todos hemos oído hablar de ello, todos lo sabemos. Lo que no se nos cuenta es que Samuel no fue el único

Y sí, es importante que se haya condenado a (la mayoría) de estos agresores. Es importante que se haya reconocido la motivación homófoba, que quede constancia de que fue un crimen de odio. Pero que ahora todos los medios e instituciones coincidan en que se debe condenar a los asesinos cuando hasta hace nada quitaban peso al crimen también responde a una estrategia política, y es convencernos de que, una vez se condene a estas personas, se habrá hecho justicia y podremos olvidarnos del tema. Que el asesinato de Samuel fue culpa de unas pocas “manzanas podridas” de la sociedad, y que el hecho de darle cárcel a estas cuatro personas deberá calmar el clamor de las calles y la rabia de la comunidad LGTBI que, a raíz de este suceso, exige un cambio más profundo. 

En 2021, Samuel perdió la vida por ser una persona LGTBI. Todos hemos oído hablar de ello, todos lo sabemos. Lo que no se nos cuenta es que Samuel no fue el único. 

Quizá la diferencia sea que la mayoría de personas LGTBI que pierden la vida por serlo no mueren en una brutal paliza; son ellas mismas las que se quitan la vida después de meses (o años) de agresiones, burlas y acoso. Y quizá eso no quede tan impactante en un informativo de televisión, pero sí: sigue siendo un asesinato. 

Meter en la cárcel a los agresores es, evidentemente, necesario, pero quedarnos ahí y no pensar más allá hará que volvamos a vivir la misma situación una y mil veces más

El mismo año en el que Samuel perdió la vida por maricón, otra chica joven, Nieves, de tan solo 20 años, también perdió la vida por lesbiana. Se la quitó ella misma tras meses de insultos, suplantaciones de identidad y humillaciones por parte del resto de chicos de su edad de su pueblo. ¿Qué hacemos en este caso? ¿Nos van a convencer de que ese municipio es un “pueblo de manzanas podridas”? ¿Metiendo en la cárcel a un pueblo entero evitamos que esto le pase a otra chica en la otra punta del país? 

Si medios e instituciones se limitan a hablarnos de condenas y años de prisión es con un motivo: que nos quedemos ahí, pensemos que con eso basta y no exijamos cambios en la educación, en los tejidos y estructuras sociales. Y que no molestemos a todos esos políticos que tanto benefician a las grandes empresas y medios y que, durante años, han tratado de minimizar un crimen homófobo como este. 

A Samuel no lo mataron solo cuatro o cinco personas. A Samuel lo mató todo un sistema

En el juicio, una testigo aseguró que presenció esta conversación entre Katy Silva y Diego Montaña: 

  • “¡Te has pasado!”
  • “No me importa, era un maricón de mierda”. 

El veredicto lo refleja claramente: “Diego Montaña tenía animadversión hacia la homosexualidad y eso motivó la reacción tan agresiva contra Samuel”. A Diego Montaña no le importó matar a Samuel porque “era un maricón de mierda”. Porque existe un sistema en el que ser maricón te posiciona como potencial víctima. Porque cuando alguien llamaba “maricón de mierda” a alguien en clase, el resto se reía y el profesor no hacía nada. Porque existen grupos y políticos diciendo que los maricones son pederastas, violadores, caraduras que buscan vivir de lo público, así que, quienes se lo han creído, casi consideran que pegarle una paliza mortal a uno es “justicia social”. 

Los asesinos de Samuel lo eligieron a él como víctima por un motivo de homofobia. Claro que es necesario celebrar que esto se haya reconocido y que sus asesinos vayan a la cárcel. Pero quedarnos ahí y no aprovechar para preguntarnos qué originó ese motivo y cómo podemos evitar que sea el motivo de otros tantos nos condenará a repetir (y, sobre todo, a lamentar) una y otra vez esta misma historia. 

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