Si vivo en ella, es mi casa

El otro día escuchaba la reacción del economista Gonzalo Bernardos a la propuesta que se está debatiendo estos últimos días sobre el alquiler indefinido. “Nadie se plantea vivir de alquiler toda la vida”, decía el colaborador de televisión. 

“Nadie se plantea vivir de alquiler toda la vida”. Bueno, hay personas que llevan viviendo de alquiler toda su vida. No son muchas, especialmente entre las generaciones que tuvieron mayor facilidad para adquirir una vivienda, al contrario que pasa con los más jóvenes actualmente. Pero haberlas, las hay. De hecho, los pensionistas que viven de alquiler en la actualidad forman uno de los colectivos más vulnerables en esta situación de crisis de la vivienda. A veces se nos olvida que siempre ha existido gente que no podía permitirse comprar una casa, por mucho que antes fuera más “fácil”. 

Pero, ¿por qué alguien querría vivir toda su vida de alquiler? ¿Por qué preferirían estar pagando toda la vida a un casero al que probablemente no solo le hayan pagado la hipoteca de esa casa, sino quizá más de una?

Claro que en el clima inmobiliario que se crea en España nadie (o prácticamente nadie) carece de propiedades por gusto. Vivir de alquiler en este país se convierte en algo que es de todo menos agradable. La verdadera pregunta debería ser: ¿por qué en España vivir de alquiler es tan costoso, tan ingrato, tan inseguro? 

Y esto lo puede afirmar diría que casi cualquier persona joven (de familia obrera) que haya tenido que vivir toda su vida adulta como inquilina, especialmente en las grandes ciudades. Muchos estamos ya más que aburridos de perfiles más que abundantes como el del grandísimo tenedor que posee gran parte del parque de vivienda cercano a las universidades, y que trocea sus propiedades para alquilar habitaciones en pisos compartidos con otros seis, siete, ocho estudiantes, a precios desorbitados. O el del casero que, justo cuando se te va a acabar el contrato y ve que en los últimos meses ha vuelto a subir el precio medio del alquiler, te dice que te vayas porque “su hijo vuelve del extranjero y necesita el piso para él”. Semanas después, ves el lugar donde has habitado los últimos años en Idealista. Igual que como lo dejaste, solo que ahora su precio mensual es 300 euros más caro. O más. 

Es la sensación de poder perder el lugar donde vives en cada momento, y, como añadido, el intento de escarnio por parte de quienes piensan que han ascendido en la pirámide social por tener una vivienda propia

No solo eso. Es la sensación de poder perder el lugar donde vives en cada momento, y, como añadido, el intento de escarnio por parte de quienes piensan que han ascendido en la pirámide social por tener una vivienda propia. Como si no estuvieran casi igual de cerca de un desahucio que las personas de las que tanto se ríen. Los mismos que piden una ley anti-okupas porque creen que en algún momento tendrán seis o siete viviendas en alquiler que les “complementen” la jubilación. O igual ya las tienen. 

Se viralizan vídeos de personas mayores que cuentan cómo están siendo expulsadas de sus hogares de toda la vida. Abundan los comentarios haciendo referencia a que la vivienda no es suya, que lo que quiere es una casa gratis. Haber pagado alquiler por un piso durante 69 años cuando, encima, en los últimos estaba a 700 euros al mes, como contaba una mujer de 87 años, no me parece querer un piso gratis. “Pues que se lo hubiera comprado”. Ahí está la cosa: no todo el mundo es candidato a comprar. La gente pobre existía ya antes de la crisis del 2008, José Luis. Ahora los candidatos a compra son un pequeño porcentaje “privilegiado”. “Pues que hubiera trabajado, igual que hice yo para comprarme el mío”. Mi abuela, que enviudó con 30 años sin unos padres con dinero detrás, sin saber leer ni escribir y que dobló el lomo toda su vida limpiando y fregando para otros, invirtiendo cada euro en alimentar a sus tres hijos pequeños, ha trabajado más que tú en cuatro vidas, Manolo. Otra cosa es que su posición social como hija de obreros y como mujer no le permitiese ganar más. Es fascinante cómo, en cuanto algunos tienen un mínimo de esperanza de ascender de categoría social, tiran la empatía por la ventana. 

Es lo de siempre: normalizar que solo las personas que vienen de dinero, la clase privilegiada, pueda tener acceso a la vivienda, y que sean ellos los que decidan si tú tienes derecho a dormir bajo un techo o no. ¿Cuántos jóvenes a día de hoy pueden permitirse pagar un 20% de entrada y todos los gastos satélite referentes a la compra de un plumazo, cuando han trabajado toda su vida por mil euros al mes y pagando 700 de alquiler? ¿De dónde sacan las decenas de miles de euros necesarias para pasar de inquilino a propietario? 

Que la vivienda no pueda, bajo ningún concepto, usarse como negocio. Que sea lo que siempre ha debido ser: un derecho

El sistema de vivienda actual no es otra cosa que un sistema de esclavismo moderno: que las clases privilegiadas sean las que poseen la vivienda y, a cambio de dejarte dormir bajo uno de sus múltiples techos, se enriquezcan de todo tu trabajo y tu tiempo, que tienes que dedicar casi en su totalidad a pagar el prohibitivo pero obligatorio precio del alquiler.

“Pues vete a vivir a un pueblo de mil habitantes”. ¿Y en qué trabajo en ese pueblo? ¿De verdad te crees que toda la gente joven que se va a Madrid lo hace porque sueñan con gastarse seis euros al día en un café de especialidad en Malasaña? El debate de la vivienda también pasa por descentralizar y repartir la inversión de recursos: si no hay trabajo donde hemos nacido, tenemos que migrar.

“Y entonces, ¿qué pasa? ¿Que el piso que he comprado para complementar mi jubilación lo tengo que alquilar barato y para siempre? ¿Entonces para qué me lo he comprado?”. Pues eso me pregunto yo, José Antonio, porque si no vas a vivir en él, ¿para qué te lo compras? ¿Para microespecular? ¿Para intentar imitar el negocio de los grandes tenedores que están imposibilitando el acceso a la vivienda?

La cultura de la propiedad inmobiliaria es extremadamente capitalista, pero es que ni siquiera todos los países capitalistas la tienen. En muchos otros países, el porcentaje de vivienda propiedad del Estado y destinada a vivienda social es inmenso. Hasta el 60% llega en Viena. En otros, el precio del alquiler se regula de manera coordinada entre inquilinos y administraciones municipales. En otros, se prohíbe la compra de vivienda si no vas a vivir en ella, o se expropian las viviendas cerradas para destinarlas a alquiler social. Y son muchos los países, en su mayoría europeos, que cuentan con leyes de alquiler indefinido que hacen que vivir de alquiler y ser propietario no tengan tantísimas diferencias como en nuestro país. 

Si vives en ella, es tu casa. Y nadie debería poder echarte de ella. Solo si tú quieres irte. Que la vivienda no pueda, bajo ningún concepto, usarse como negocio. Que sea lo que siempre ha debido ser: un derecho. 

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