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El opio del pueblo

Portada tintaLibre febrero 2018

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El debate es tan viejo como el mundo. El ser humano siempre ha buscado paliar el dolor, aliviar las penas, celebrar las fiestas, despedirse a lo grande, incluso asomarse a esa frontera incierta del más allá buscándose a sí mismo o a quién allí habite. El hombre ha recurrido a las drogas para soñar y olvidar, para celebrar y morir, para honrar a los dioses o a la comunidad. Lo que sucede es que las cosas han cambiado mucho desde el momento que los Estados (que no entienden al chamán) penalizan su consumo, desde que los Estados recetan sus drogas a través del sistema sanitario, desde que los Estados han declarado la guerra a las drogas y han convertido al narcotráfico en una hidra de mil cabezas difícil de erradicar.

Cuando Ronald Reagan declaró en los Estados Unidos la War on Drugs (Guerra contra las Drogas), tristemente célebre, sabíamos todos el final de la película: las cárceles (un negocio lucrativo y semiprivado en los Estados Unidos) se iban a llenar de afroamericanos adictos al crack mientras los grandes laboratorios (Purdue a la cabeza) empezaban a recetar opiáceos como la Oxicodona a la respetable gente de clase media y alta sin importarle las consecuencias. La guerra tampoco afectó a los grandes cárteles del otro lado de la frontera que, desde Sinaloa, empezaron a diseñar y amoldarse a los nuevos hitos del consumo: de la marihuana (ya despenalizada en varios Estados para uso medicinal y recreativo) se pasó a la metanfetamina y, más recientemente, a una poderosa sustancia sintética del opio llamada fentanilo que se ha llevado por delante a celebridades añoradas como Prince o Tom Petty. 

Sobre las consecuencias de la Guerra contra las Drogas, y en forma de alegato a favor de la legalización, Javier Valenzuela firma en el número #55 de tintaLibre Legalizando a Satán. Mientras que el periodista Arturo Lezcano explica en un reportaje el auge del consumo de fentanilo y la preocupante adicción de decenas de miles de personas a analgésicos elaborados con opio, recetados por sus propios médicos. 

Lejos queda el panorama oscuro y suburbial de la epidemia de la heroína en España en los ochenta -al que Xosé Manuel Pereiro dedica una crónica titulada La culpa la tuvo Lou Reed-, un fenómeno que no ha remitido, pero que ha cambiado de protagonistas y hábitos de consumo. Los nuevos yonquis del mundo (véanse las calles de Oslo en el portfolio del fotógrafo Warren Richardson, ganador del World Press Photo 2015) son personas blancas y acomodadas que permanecen en el infierno de la adicción a veces sin salir de la cómoda habitación de la casa paterna. El umbral del dolor ha cambiado en nuestra sociedad. A veces da la sensación de que nos duele casi todo lo que ocurre a nuestro alrededor.

Con temas tan aleccionadores pero controvertidos como la legalización de la hierba en Uruguay (el problema es que el Estado no da abasto, falto de experiencia, para satisfacer la demanda registrada), sobre el que escribe la periodista Loreto Mármol; cabe preguntarse de una vez por todas por qué no acometemos la legalización de las drogas y ponemos coto tanto al narcotráfico y sus crímenes como al guante blanco de los laboratorios farmacéuticos que siguen lucrándose impunemente sin ningún pudor. El caballo de batalla es troyano, pero vale la pena plantarle cara a la cuestión y no dejar que un asunto de tanta importancia se convierta en “el opio del pueblo”.

El grito feminista

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