Machismo
¿Qué es la cultura de la violación?
La sentencia dictada el pasado 26 de abril contra los cinco hombres que abusaron sexualmente de una joven durante los Sanfermines de 2016 ha levantado una ola de indignación que no pierde fuerza. Las movilizaciones que se organizaron el mismo jueves y los días posteriores recogieron el testigo del éxito cosechado por el 8M, que en marzo dejó abierta la cuestión sobre su continuidad y que la propia dinámica del movimiento feminista resolvió llenando las calles. El pasado viernes 4 de mayo, miles de personas recorrieron la capital madrileña en una nueva jornada de protesta contra el dictamen judicial y lo que, denuncian, esconde detrás: la cultura de la violación y su impunidad social y judicial. Pero, ¿qué es la cultura de la violación? Expertas en cuestiones de género tratan de arrojar luz sobre este fenómeno para entender sus raíces, los aspectos en los que se manifiesta y el modo de acabar con él.
"Las conductas violentas no son instintivas, se aprenden", dice la periodista y escritora Nuria Varela en su libro Feminismo para principiantes (Ediciones B), donde recuerda la labor del feminismo, especialmente en su segunda ola, a la hora de poner sobre la mesa el problema de la violencia sexual. "Estudiando el cuerpo y las relaciones de poder que todo lo impregnan cuando hablamos de mujeres, se reveló el grave problema de la violación y su práctica habitual en el control de las mujeres", sostiene la autora.
El concepto de cultura de la violación, explica Nuria Varela en conversación con infoLibre, "lo acuña el feminismo en los años setenta, y lo hace para explicar que la violencia sexual no es un fenómeno aislado sino estructural, parte de una cultura". Entre sus características, la cultura de la violación "normaliza la agresión sexual, la minimiza, la excusa, la tolera y la perdona". Pero al mismo tiempo, añade la escritora, "culpabiliza a la víctima". El mandato para las mujeres es, de hecho, el de la autoprotección, "lo que no ocurre en ningún otro delito". Esta perspectiva se encuentra tan arraigada que el propio Ministerio del Interior llegó a publicar en el año 2014, recuerda la periodista, un listado de consejos para prevenir violaciones. "Ésa es la mirada, siempre sobre la víctima", insiste Varela.
Bárbara Tardón, doctora en estudios de género, identifica la expresión con "toda la estructura que justifica, acepta y normaliza la existencia de la violencia sexual". Se trata, en su manifestación más cotidiana, de "una forma de violencia simbólica que tiene un efecto sedante, porque al estar tan aceptada pasa desapercibida por la inmensa mayoría". Sin embargo, matiza, es a su vez "la que permite que la violencia directa se produzca", pues se configura como "base ideológica del ejercicio de la violencia sexual". Funciona, en este sentido, sembrando la duda respecto a la víctima, "sobre la que siempre planeará la culpa", y restando responsabilidad al agresor.
Recuperar la agenda y romper el silencio
La violencia sexual y la cultura que la legitima, como "fenómenos intrínsecos a las relaciones sociales", se manifiestan en España del mismo modo que en el resto de países. Cambia, sin embargo, la reflexión en torno a ellas y la intensidad con la que se expresan las voces en su contra. María Eugenia R. Palop, investigadora en el Instituto de Estudios de Género de la Universidad Carlos III de Madrid, recuerda en conversación con este diario que "no ha habido en las diferentes olas feministas españolas una atención a las cuestiones que movilizaron al feminismo radical de los setenta en EEUU e incluso en Italia, por ejemplo, o en Francia". En territorio español "se ha pasado del feminismo de la igualdad, centrado fundamentalmente en la visibilización de la mujer como ciudadana y en su acceso al trabajo, a la teoría queer", es decir, aquella que reflexiona sobre la orientación e identidad sexual como constructo social y cultural. "Ahora mismo lo que mueve mucho a la gente joven es el tema del cuerpo, pero de una manera muy individualizada, muy fragmentada, como una experiencia de subjetividad", continúa Palop.
En medio de ello es donde la experta encuadra la teoría sobre la cultura de la violación. "En otros países ha habido movimientos que han reivindicado otras formas de feminismo, que son las que ahora de manera un poco tardía se están viendo en España". En ese sentido, "hay un elemento que va más allá de lo anecdótico, que va más allá de que en España haya habido una manada, o de que de repente se esté visibilizando de forma casuística la violencia sexual", y se trata de un elemento de carácter estructural que categoriza el problema, precisamente, como cultural. Eso es lo que "ha facilitado que se visibilice ahora", reitera Palop.
Como consecuencia, "la parte coyuntural pone de manifiesto la falta de reflexión que ha habido en este país, por parte de las feministas también, pero de la sociedad en general, respecto de la violencia sexual y del modo en que eso afecta a la vida privada y pública de las mujeres". Esa ausencia, "desde el punto de vista social, institucional, académico y feminista", lo que hace ahora es materializarse en un "Código Penal confuso en el mejor de los casos, una judicatura que hace contorsionismos extraordinarios para no reconocer la violación, en unas distinciones entre prevalimiento e intimidación que no tienen en cuenta ni la experiencia de la víctima ni la de las mujeres o en una reflexión sobre el consentimiento que es escandalosa".
Nuria Varela sí considera que las feministas españolas acogieron el debate sobre las agresiones sexuales en su día, pero coincide en la falta de atención a nivel institucional. "Lo que ocurre es que ahora mismo se está popularizando porque se ha roto el silencio", reflexiona. Casos como el de La Manada, señala, "han mostrado lo que pasa habitualmente en los juzgados" y eso ha servido para "desenmascarar" la cultura de la violación. También Tardón estima que "el feminismo ha vuelto a retomar en su agenda política la lucha contra las violencia sexuales, capitaneada por el feminismo radical" porque "el movimiento político feminista, las mujeres y las víctimas o supervivientes están sacando a la luz una forma de violencia machista que ha permanecido escondida en las agendas políticas durante todos estos años".
Rosa Cobo, profesora de Sociología del Género en la Universidade da Coruña, cree que las movilizaciones "que se han producido en estos últimos cuatro años indican el inicio de la cuarta ola feminista", centrada precisamente en la violencia sexual. "Estas movilizaciones deben interpretarse como un grito colectivo contra esta cultura de la violación" porque todas las mujeres, añade, "en un momento u otro, con mayor o menor intensidad, han vivido algún episodio de agresión sexual. Estas movilizaciones quieren detener esa cultura".
Educación, sexualidad y poder
La reflexión feminista en torno a la denominada cultura de la violación pasa necesariamente por analizar la educación afectivo-sexual que reciben los jóvenes. La periodista Pilar López Díez, especialista en comunicación y género, entiende que la cultura de la violación expresa una "sexualidad masculina basada en el poder sobre las mujeres". A los hombres, subraya, "se les educa para someter, para dominar y para controlar" y eso "llevado al extremo significa que la mujer es un objeto para su propio placer". Existe cultura de la violación, dice López Díez, "porque la sexualidad que se construye para los hombres" se basa en relaciones desiguales impregnadas de roles donde la mujer asume, de forma más o menos sutil, un papel de sumisión frente a ellos.
También Rosa Cobo entiende que "existe un imaginario sexual que tiene una dimensión fuertemente patriarcal" y que se manifiesta a través de "un sector de la población masculina que piensa que el papel de las mujeres es el de estar sexualmente disponibles para los varones". Esta idea, relata Cobo, "está fuertemente arraigada y actúa como una instancia de legitimación de cualquier agresión sexual". Ello se refleja, precisamente, "en las enormes exigencias sexuales que tienen los adolescentes con sus compañeras y sus hábitos de control".
María Eugenia R. Palop interpreta que dichos hábitos se han normalizado "porque social y académicamente, desde las estancias de educación formal y no formal, no se ha profundizado en esa cuestión, ni siquiera desde el propio movimiento feminista". Hay, por tanto, cultura de la violación en la medida en que "hay una omisión importante de la normalización de ciertas conductas que deberían ser calificadas de patológicas".
Hegemonía pornográfica
El pasado viernes una web pornográfica advertía en un comunicado del incremento de búsquedas de vídeos bajo el concepto de La Manada. Los propietarios de la página destacaron que "unos 300 usuarios" al día realizaban dicha pesquisa, de modo que los responsables de la web decidieron deshabilitar todas las búsquedas relacionadas con el caso.
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El modo en que la pornografía se convierte en herramienta clave a la hora de transmitir conductas y aprendizajes sexuales ha sido tradicionalmente foco de debate para el movimiento feminista. Pilar López Díez recupera, para su reflexión, la figura de dos mujeres: Andrea Dworkin y Catharine Mackinnon. A principios de los ochenta, las dos activistas, feministas radicales, propusieron una ordenanza que planteaba la pornografía como violación de los derechos civiles de las mujeres. Las dos mujeres estadounidenses "lucharon contra la pornografía, incluso hicieron leyes que en determinadas ciudades se llegaron a votar". Su lucha, no obstante, no prosperó. "Después de eso vinieron unas cuantas que la combatieron" y las propuestas normativas fueron bloqueadas y anuladas por los tribunales. Para López Díez, "aquello fracasó porque los hombres con poder ganaron" y ahora "estamos recogiendo los frutos de un fracaso". A su juicio, parte de la solución pasa por "abrir otra vez el melón de la antipornografía".
También María Eugenia R. Palop percibe en la pornografía una parte importante del problema. En el auto de La Manada, recuerda, "una de las cuestiones que se destacan es que en algún momento parece que esté viendo una película porno" y de hecho el propio voto particular del magistrado Ricardo González "lo que está describiendo es pornografía". "La descripción humillante y revictimizamte que hace el voto particular tiene que ver probablemente con la propia socialización pornográfica que estamos dando a los varones" y en este contexto, reflexiona Palop, "es probable que los agresores crean protagonizar una película porno y que incluso no tengan una conciencia clara acerca del delito que están cometiendo y del daño que están provocando, precisamente porque han interiorizado esas conductas pornográficas".
En este escenario, "la pornografía se ha convertido en la práctica en la verdadera instancia de educación sexual de nuestros jóvenes", coincide Rosa Cobo. En los relatos pornográficos, agrega, "no se diferencia el no del sí" y "todo ello contribuye a sentar las bases de esta cultura de la violación que borra los deseos de las mujeres y sobredimensiona los de los varones". A las mismas conclusiones llega Nuria Varela. Para la escritora y periodista, "la falta de educación y la falta de respeto hacia las mujeres", unida al auge de la industria pornográfica, "fundamentalmente misógina y basada en el desprecio", provoca "efectos en la sociedad" que los niños "desde muy pequeños" absorben, también a través de la representación de las mujeres en sectores como "la moda, el cine o la publicidad".